En 1937, durante la guerra española, cuando me encontraba en la cárcel con la perspectiva de hacer frente a un batallón de fusilamiento, hice un voto: si alguna vez conseguía salir vivo de allí, escribiría una autobiografía tan franca y tan implacable conmigo mismo que las "Confesiones" de Rousseau y las "Memorias" de Cellini parecerían mera afectación. Eso ocurrió hace quince años; desde entonces, traté varias veces de cumplir ese voto. Nunca pasé de las primeras páginas. El proceso de la propia inmolación es ciertamente doloroso, pero no era ésta la verdadera dificultad. La dificultad es que también resulta morbosamente agradable, como el sofá del psicoanalista. Nos induce a la falacia nostálgica, al revés: el perfume de la bolsita de lavanda en el cajón de la cómoda es reemplazado por los olores de la cloaca, tan preciados por nuestros subconscientes infantiles. Además ofrece una forma equivocada de catarsis, que el artista aprende a evitar como la misma peste. Y todo lo que es malo como arte es malo como autobiografía. Me obligué a perseverar en la tarea porque sospechaba que el odio que me inspiraba, la repugnancia que sentía ante la idea de convertir mi autobiografía en una historia clínica, se debía a mi cobardía moral; y tardé bastante en descubrir que en este dominio la verdad desnuda es obsesionante y estridente. En resumen, toda expresión de arte contiene una parte de exhibicionismo; pero el exhibicionismo solo no es arte. Todavía hay otro aspecto de este espinoso problema de elegir el material importante. Es la pregunta: ¿importante para quién? Para el lector, evidentemente. ¿Pero qué tipo de lector es el que imagina el escritor? Sin embargo, creo que puedo contestar por lo menos esta pregunta sin ninguna ambigüedad. El impulso del cronista se dirige siempre hacia el lector futuro, nonato. Esto puede parecer presuntuoso; pero es simplemente la expresión de una tendencia natural. No puedo ni imaginarme si dentro de 50 años habrá alguien que desee leer algún libro mío, pero tengo una idea exacta de lo que a mí, como escritor, me impulsa. Es el deseo de trocar cien lectores contemporáneos por diez lectores dentro de diez años, o por un lector dentro de cien años. Eso me ha parecido siempre lo que debía ser la ambición de un escritor. (De "Flecha en el azul").
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