| | Editorial Un número espeluznante
| Decididamente espeluznante resulta el altísimo número de niños y adolescentes muertos en accidentes que se registra anualmente en la Argentina. Con 10.900 casos en 1999, se trata nada menos que de la causa principal de muerte para los menores de 19 años. Estas son muertes que, sin dudas, podrían haberse evitado merced a la adopción de mayores controles y de nuevas medidas preventivas, especialmente por parte de las familias. En otras palabras: los accidentes no son una fatalidad sino el resultado de algún descuido o una conducta impropia. En el caso de los chicos ello resulta todavía más condenable toda vez que los mayores tienen la obligación de velar por la seguridad de los más pequeños, que nada o apenas muy poco -en el mejor de los casos- conocen de las acechanzas del mundo exterior. El dato fue difundido por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), sobre la base informativa del Programa Nacional de Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud de la Nación. La discriminación según las causas es la siguiente: accidentes de transporte, 4.641 casos; ahogamientos, 772; caídas, 557; explosiones, exposición a corriente eléctrica, humo, fuego, llamas y envenenamiento, 224, y otros accidentes, 3.797. Un detalle ilustrativo: en los accidentes de tránsito, la causa más común de muerte obedece a que los padres llevan a los niños en el asiento delantero del auto. A esta irresponsable actitud se agrega el hecho de que cuando van creciendo los chicos comienzan a movilizarse en bicicletas y ciclomotores, con lo que el riesgo crece de manera harto significativa. Pero no todo queda reducido a los fallecimientos que dan forma a esta desgraciado cuadro de situación sobre el cual nunca serán suficientes los alertas que puedan darse. La dura realidad indica también que, junto con los que padecen el desenlace fatal, son todavía muchos más aquellos niños y adolescentes que acaban sufriendo heridas serias. Heridas que incluso llegan a generar discapacidades y traumas permanentes. De lo comentado surge con claridad la necesidad imperiosa que existe de alcanzar, con la mayor urgencia posible, una toma de conciencia mayor acerca de los beneficios que, tanto en esta como en otras materias, otorga la sabia política de la prevención. Es que no actuar de esa manera implica un riesgo enorme, sobre cuyas lamentables consecuencias los números difundidos por Unicef hablan con una elocuencia contundente. De ninguna manera puede aceptarse que tan alto índice de muertes claramente evitables continúe creciendo como hasta ahora, según lo indica la tendencia que se viene observando en los últimos años. A la niñez y a la adolescencia hay que cuidarla, pues representan el futuro de todos. Y ese es un deber exclusivo de los mayores.
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