Cuando Raúl Alfonsín abandonó anticipadamente la presidencia en junio de 1989, acorralado por su propia impericia económica, llegaron a pagarse tasas de interés del 320 % mensual por operaciones a plazo fijo de 7 días y todos recordamos que ese mismo año la inflación anual llegó al 5.280%.
Luego Carlos Menem ocupó su lugar sin saber qué hacer y comenzó lanzando un improvisado globo de ensayo: el denominado plan Bunge & Born que consistía en un conjunto de ecuaciones ideadas para esa compañía por el econometrista canadiense Lawrence Klein con el fin de pronosticar (forecast) el futuro económico inmediato. Este modelo matemático sirvió de muy poco porque no era una guía para edificar el futuro sino para predecir lo que habría de suceder si no se hacía nada.
Tras el fracaso de este intento académico se sucedieron siete planes económicos distintos que duraban poco tiempo. Inexorablemente cada plan se derrumbaba en medio de una crisis financiera con feriados cambiarios y bancarios que precedían la devaluación de nuestra moneda. En medio de estos fracasos recordamos el pícaro juego de palabras que, hasta la aparición de la convertibilidad, utilizaba Carlos Menem para conseguir la paciencia y la buena voluntad de los argentinos cuando decía: ¡Estamos mal pero vamos bien!
El inestable clima de improvisación se prolongó hasta abril de 1991 cuando la ley de convertibilidad puso orden en el manejo monetario e impidió las maniobras políticas para financiar el déficit ocasionado por el exceso del gasto público. A partir de allí el Banco Central se convirtió en una institución seria, dejó de hacer políticas monetarias activas y adoptó el papel de celoso guardián del valor de la moneda. Luego se sancionó otra ley que aseguraba su independencia institucional y el directorio quedó a resguardo de los tejemanejes políticos. Estas reglas se parecían al muy eficaz sistema de la Reserva Federal de Estados Unidos, donde el poder monetario de Alan Greenspan, presidente de la Junta de Reserva de los doce (12) bancos centrales americanos, es superior al poder del propio presidente de EEUU.
En uso de esta autonomía el Banco Central adoptó un eficaz mecanismo de seguridad del sistema bancario denominado "Basilea plus", que consiste en organizar un blindaje de todos los bancos mediante normas de salvaguardias más exigentes que las establecidas por el Banco Internacional de Pagos de Basilea, Suiza. Las normas "Basilea plus" se refieren a la solvencia de las entidades financieras, los criterios para calificar deudores y determinar las previsiones por riesgos de cobrabilidad, los capitales mínimos en relación con saldos de depósitos y los requisitos de liquidez: depósitos indisponibles en el Banco Central y establecimiento del fondo de garantía en dólares colocados en el Deutsche Bank, New York para atender eventuales corridas bancarias.
Con estas medidas se alcanzó un encaje del 25% del total de depósitos bancarios y este refinado mecanismo permitió mantener la integridad del sistema bancario argentino durante los diez años en que el país soportó los efectos del tequila, el default de Rusia, la crisis del sudeste asiático, la devaluación del real brasileño y el peligro de cesación de pagos en diciembre pasado. Debemos pensar muy seriamente que, a pesar de algunas liquidaciones escandalosas, desde abril de 1991 no hubo ni un sólo feriado bancario que haya sobrecogido el corazón de los ahorristas.
La crisis de Turquía
Hace unos días se desató una feroz crisis financiera en Turquía como consecuencia de una seria confrontación entre el presidente y el primer ministro, cuando este último salió de una reunión con los altos mandos militares y denunció que el presidente lo había insultado y que el gobierno no tenía voluntad para erradicar la corrupción
En pocos días perdieron 25% de las reservas pero no pudieron parar la devaluación de la libra turca, los inversores retiraron más de 7.000 millones preocupados porque el gobierno no tomaba medidas para avanzar en las reformas económicas, combatir la corrupción y fortalecer el sistema bancario. Las tasas de interés que la semana pasada estaban en 40% treparon al 1.594% anual por préstamos a un día.
Si algunas semejanzas tenemos con Turquía ellas se refieren a que ambos países recibieron juntos el blindaje financiero del FMI: 39.700 millones para Argentina y 11.500 millones para Turquía, a una espinosa corrupción política que afecta a los legisladores, a una deuda pública impagable, a la discrepancia ideológica existente entre los partidos de la coalición gobernante y la carencia de voluntad política para reducir el gasto público.
Pero mantenemos diferencias sustanciales con ese país asiático y ellas se refieren a que nuestra convertibilidad se apoya en reglas que imponen un respaldo del 100% en divisas, a que nuestro Banco Central no puede emitir dinero para enjugar el exceso de gasto público y a que el sistema bancario argentino no está debilitado sino protegido por la red de seguridad de las normas "Basilea plus".
En estos momentos no existe en el mundo otro modelo de disciplina bancaria tan rígido como el de Argentina que el de Hong Kong, provincia autónoma de China continental.
El pelotazo de la clase política
Así están hoy las cosas que han afectado hondamente el clima favorable creado por el blindaje financiero, hasta un punto tal que el banco de inversiones Merril Lynch recomienda a los inversores internacionales vender los bonos públicos argentinos.
El gobierno se ha adormecido en un nirvana político esperando que todo se arreglara por sí mismo y su única preocupación consistió en levantar unos costosos carteles donde se lee "Blindaje 2001, reactivación y ocupación".
En muy pocos días la tasa de riesgo-país volvió a los valores anteriores y el crédito del Estado argentino cuesta ahora 10,07% más que el de EEUU que está al 5,95% anual. El déficit presupuestario volvió a trepar porque el gasto primario del mes de enero creció 18,5% con respecto al del año anterior. La confianza de los consumidores siguió cayendo: la gente no compra, no invierte, no se endeuda y más de tres cuartas partes de los empresarios considera que la recesión se prolongará durante el resto del año. Los pronosticadores económicos han bajado sus predicciones sobre el crecimiento del Producto Interno Bruto desde el 5 al 1%.
En este delicado contexto a nuestra inefable clase política no se le ocurrió mejor idea que aprovechar una denuncia sobre fallas de control en presuntas transferencias de lavado de dinero para embestir contra el presidente del Banco Central, exigir su remoción y organizar una comisión investigadora que revisaría no sólo su gestión completa sino toda la información que revista el carácter de secreto bancario. De este modo no sólo volvían a retomar la iniciativa política sino que soslayaban con un manto de olvido las denuncias sobre presuntos sobornos en el Senado, los impúdicos nombramientos de parientes directos para ejercer funciones de gestión y control incompatibles con quien los designa, las sospechas de coimas obtenidas en el ejercicio de la función pública y el inexplicable enriquecimiento de algunos jueces, legisladores y líderes políticos que acceden a lujosas mansiones por poco dinero.
Es posible que la imprudente campaña de denuncias contra el presidente del Banco Central si no se hace con transparencia, ni se limita a casos puntuales y no concluye con puntillosa rapidez, termine siendo una burda maniobra de enmascaramiento político que puede costarnos tan caro como la crisis de Turquía.
Hoy no puede volver a engañarse a la gente con palabras vanas ni con campañas mediáticas o spots televisivos. A dos meses de haber desperdiciado el efecto favorable del blindaje financiero, correspondería que el gobierno se preguntase ¿porqué estamos tan mal y hacia adónde vamos? Ahora no se puede repetir la pícara frase de Carlos Menem para conseguir paciencia y resignación.
Para redimirse frente a la sociedad civil, esta clase política argentina tendría que hacer un acto de profunda humildad y reconocer que las condiciones para ser perdonados consisten en admitir su inconducta, sentir aflicción por el daño causado, arrepentirse sinceramente por lo que han hecho y formular el firme propósito de enmendarse para nunca más volver a repetirlo. Sólo así podrán recuperar la credibilidad en sus palabras y la confianza en sus actos.