| | cartas Primeras armas en historia alemana
| Levantó la mano y disparó: ¿los judíos, son malos? Era uno de mis compañeros de cuarto grado. Fue entonces que supe que la esvástica simboliza algo espantoso. A los nueve años. Cuando mi maestro de idioma del Colegio Alemán escuchó la pregunta se petrificó, y años después entendí por qué. Era un símbolo más del horror, otro ícono del espanto. Pero lejos de mis muñecas estaba todo eso en cuarto grado. El maestro, en su asombro, lejos de quedarse de brazos cruzados, dejó el aula en silencio y regresó minutos después con un proyector y una película. Nosotros, ajenos a todo, nos habíamos sumergido en juegos otra vez, hasta que empezó la película. Una tenebrosa voz en alemán inundó el salón, metiéndose por debajo de los pupitres, en las mochilas y portafolios, en nosotros. Estábamos equivocados, no era un dibujo animado esta vez, las imágenes eran espantosas. Se acabaron los juegos y los cuchicheos, y un miedo incomprendido se adueñó del salón. Y con tan sólo nueve años, preguntamos por primera vez ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿por qué? Se nos había helado la sangre. Estábamos en cuarto grado. Esta cruda formación no era parte de la currícula, las imágenes del Holocausto no estaban en nuestro plan de estudios, pero la pregunta de mi compañerito disparó la necesidad de un shock de información. Era necesario dejar en claro que lo que había pasado no podía repetirse y que formaba parte de todos. Hoy puede parecer crudo, antiacadémico, hasta psicológicamente inapropiado azotar a un curso de cuarto grado con un audiovisual del Holocausto, con las más terribles de las imágenes, de esas que más alla del horror que muestran, dejan a fuego la marca de todo lo que no se ve. Desde cuarto grado en adelante, el Colegio Alemán durante la primaria, y la Escuela Goethe Rosario en la secundaria, se encargaron de que entendiéramos la historia alemana, y lo que el Holocausto alemán significó en la universal. Hoy, 19 años más tarde, sigo agradeciéndoles ese audiovisual y todos los que siguieron a él, y el hecho de que no nos ocultaran nada, ni nos disfrazaran el horror, y me dieran las primeras armas para leer la historia. Los egresados de la Goethe tienen una sensibilidad especial ante este capítulo de la historia porque, a diferencia de otros chicos de la misma generación que estudian en otros colegios, crecen con ella. Se los educa con esta realidad, con imágenes de lo que pasó, con postales del horror. Días atrás, una esvástica en una pared y la frase "Arbeit macht frei" hicieron tapa de La Capital a esta escuela, la misma que me heló la sangre cuando tenía nueve años para que empezara a conocer la historia en su forma más pura y se juntaron todos los recuerdos de mi vida en la escuela con 11 años de experiencia periodística. Once años de buscar "la noticia", y la certeza de que sí, una agresión contra el ser humano como la esvástica es noticia, y de nosotros depende que siempre lo sea, porque es necesario que el recuerdo del horror permanezca vivo para que el horror mismo no reviva. Y fue entonces que caí en la cuenta de que la Escuela Goethe Rosario debería estar tan angustiada como cualquiera de nosotros que se enfrenta al espanto del recuerdo, más aún en nuestras propias paredes. Levanté el teléfono y efectivamente, encontré al otro lado a una comunidad educativa desesperada ante el dolor, la ofensa y la frustración. Alguien, quizás un adolescente rebelde, un adulto despreciable o alguien que transita el mundo con una liviandad que le impide entender el dignificado del nefasto símbolo, había estampado con cobardía una pared oculta. El ser humano es impredecible, y así lo revelan sus actos. Una pared pintada se puede arreglar. El dolor del recuerdo se siente. Y los chicos se convierten en adultos y recorren gran parte de ese proceso en la escuela que sus padres eligieron para ellos. Mi escuela hizo un esfuerzo sobrehumano en ese salón de cuarto grado y en todos los que siguieron, después, cada uno de nosotros eligió su camino. Marina Sala
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