Año CXXXIV
 Nº 49.032
Rosario,
domingo  18 de
febrero de 2001
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Cuzco: El fuego de Inti

Sandra Bustamante

Que venga, que venga/ el tiempo en que uno se apasiona", decía Rimbaud. Iniciar un viaje a un lugar tan cercano pero tan desconocido implica un apasionamiento. Desde Lima se puede llegar en avión a Cuzco. Tal vez deba compartir el viaje con gallinas u otro animal doméstico, y necesite tres o cuatro tazas de mate de coca para reponerse de la altura cuando arribe, pero vale la pena. Cuzco está pensado para un turismo exigente y tiene todo bastante organizado, y hoteles para todos los presupuestos.
El convento de Santo Domingo, un sitio para comenzar a desandar la ciudad, tiene basamentos incas y una construcción colonial por encima. La arquitectura es antisísmica, y cada piedra encaja milagrosamente con otra en estos templos en que los incas soportaban temperaturas inferiores a cero, bajo las estrellas, ya que los construían sin techo.
Un poco más allá, internándose en las estrechas callejuelas, la portentosa catedral de Cuzco reina en la plaza de Armas. El altar mayor es una muestra de sincretismo religioso, un estilo barroco español con figuras indígenas típicas como pumas, serpientes, mazorcas y flores de cantuta. Cuadros con marcos dorados a la hoja que muestran santos y apóstoles de rostros y ojos morenos que comen cuy durante las festividades y toman chicha. Espejos por doquier que antaño reflejaban la luz de las velas y antorchas, buscando eclipsar a los indígenas.
Para Mariátegui, en "Siete ensayos sobre la realidad peruana", la religión incaica carecía del poder espiritual para resistir el Evangelio. Sus rasgos fundamentales eran el colectivismo teocrático y su materialismo. La religión del quechua era un código moral antes que una concepción metafísica. Estado e Iglesia se identificaban absolutamente, la religión y la política reconocían los mismos principios y la misma autoridad. Lo religioso se resolvía en lo moral.
La religión incaica tenía fines temporales más que espirituales. El animismo indígena poblaba el territorio del Tawantisuyo de genios o dioses locales. El totemismo, consustancial con el ayllu o la tribu, más perdurable que el imperio, se refugiaba no sólo en la tradición sino en la sangre misma del indio. La magia contaba con arraigo para subsistir por mucho tiempo bajo cualquier creencia religiosa.
Los indios vibraban de emoción ante la solemnidad del rito católico. Vieron la imagen del sol en los bordados, vibraban de espanto ante la presencia del Señor de los Temblores, en quien veían la imagen tangible de sus recuerdos y adoraciones. Muy lejos del pensamiento de los frailes, brindaban frente a los santos con honda nostalgia la misma chicha de Jora de las libaciones de Capac Raymi. Sincretismo, devoción, cachampas y kashuas bailadas ante los santos.

Un Rubens en la catedral
Sentimientos extraños se agolpan al entrar en la Catedral. Un verdadero museo de las obras de Basilio de Santa Cruz se conserva en el crucero de la catedral de Cuzco, donde brillan algunas de sus mejores realizaciones: la Virgen de la Almudena, San Felipe Neri, San Cristóbal. Este pintor fue el predilecto del mecenas reconstructor de Cuzco, el obispo Juan de Mollinedo y Angulo. Nadie como él logró recrear la gama cromática exaltada y la sensación atmosférica de la modalidad de Rubens.
En otro lado de la plaza, la Facultad de Derecho y de Ciencia Política de la Universidad de San Antonio Abad reina en otras esferas. Se discuten ideas, y al recorrer los claustros se escucha hablar de regionalismo y de derechos humanos, de la búsqueda de un orden capaz de organizar progresivamente la producción. Es interesante conocer la evolución que sufrió la representación de la tarea universitaria en los artistas cuzqueños: de una guirnalda de rosas guarnecida en un claustro llegó al árbol de la ciencia en cuyas ramas están sentados los catedráticos.
Esto es una muestra más de la originalidad de la pintura cuzqueña, y de que el renacimiento inca tuvo una influencia medular en el proceso de invenciones icónicas. Recordemos que a partir del siglo XVIII los indios encontraron a través de la pintura independencia económica, organizándose talleres donde se elaboraron obras que hoy pueden verse: lienzos de colores brillantes en que predominan los azules y rosados del gusto rococó.
Rodean a la plaza bares y restaurantes donde puede comer desde comida peruana hasta italiana, escuchar hablar en todos los idiomas de la Tierra, discutiendo los sueños para llegar al Machu Picchu (quienes lo harán por el Camino del Inca, acampando aquí o allá, o quienes lo harán cómodamente en un tren pensado para los turistas), o beber una cola con pisco o un ron blanco peruano.

Barroco americano
Cuzco se caracteriza por la enorme y valiosa cantidad de iglesias que pueden conocerse y, más allá de credos o religiones, emociona por su arquitectura, su aroma a incienso y la fe en santos propios como el Doctorcito, milagroso y adorado por madres de toda la región. Estos templos tienen rasgos comunes en el tratamiento de la piedra, en la ubicación de la decoración y en el planteo espacial interno. Se dedicó un gran cuidado a los presbiterios de La Merced o de Santo Domingo, cubriéndolos con artesonados muy delicados.
Recordemos que las iglesias del siglo XVI en el Virreinato del Perú eran construidas con una nave única, prolongada y alta, de nítida influencia mudéjar y que tenían un único retablo principal. Este se ubicaba en la cabecera de la iglesia y podía ser realizado en pasta, piedra o madera, y cubría toda la altura de la cabecera, siendo generalmente policromado.
Las iglesias tuvieron un papel fundamental en la transformación del espacio en la escenografía barroca. Esto fue complementado por múltiples obras de escultura como los púlpitos, ambones, coros, tribunas, sillerías, fascistoles, órganos, confesionarios, atriles y escaños que aportan el "equipamiento" religioso de los templos.
En el Cuzco, el retablo presenta programas iconográficos complejos y eruditos que congelan la posible movilidad de sus contenidos. Indudablemente la posibilidad de haber desarrollado un programa erudito y a la vez crear una abstracción tan refinada, en remotos lugares del Perú, señalan la potencialidad que tuvo el barroco americano.

Huella notoria
En esta región se nota que la presencia indígena dejó una huella notoria. La obra de Tomás Tuyru Tupac como escultor, retablista y arquitecto (diseñó la Iglesia de San Pedro) adquiere y da peso a la cofradía de naturales de San José, que agrupa a carpinteros y entalladores indígenas. Luego de largo pleito con el gremio y cofradía de españoles, los indígenas localizan su retablo en la catedral de Cuzco, mientras los españoles quedan en Santo Domingo. A Tuyru Tupac se atribuye además el maravilloso púlpito de la iglesia de San Blas.
Cerca de la plaza de Armas vale la pena conocer el barrio de San Blas, con negocios que venden bebés de ojos de vidrio y trajecitos primorosos, la mayoría de los cuales formarán parte de un pesebre en algún lugar del mundo.
Al contratar una excursión que lo transportará primero en un tren y luego en un bus o a través del fatigoso Camino del Inca, se llega al Machu Picchu. Templo mágico, supera las expectativas de cualquier turista desprevenido. Diversas teorías circulan sobre el Machu Picchu: fortaleza, centro de vestales, templo esotérico, aunque la mayoría (Instituto Nacional de la Cultura incluido) coincide en afirmar que fue parte de un sistema defensivo que protegía la retirada hacia Vilcabamba. El temor es hacerse uno con el paisaje, y confundirse con templos, puentes y miradores.
Dice Antonio Gala que todos tenemos nuestra área de fuego y para llegar al centro de la de los demás debemos chamuscarnos las alas. Vale la pena quemarlas en este viaje. Quebrar fronteras y dejarse devorar por este sincretismo de lo español y lo indígena. Chamuscarnos en este espacio singular que es nuestro mundo.



En la catedral brillan obras de Basilio de Santa Cruz.
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