Año CXXXIV
 Nº 49.032
Rosario,
domingo  18 de
febrero de 2001
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Francia: Encrucijada europea
Una vez descubierta, es imposible resistirse a contemplar Estrasburgo. En cada rincón impacta su rica arquitectura

Rodrigo Roger

Enclavada estratégicamente en una posición central, próxima al río Rin y junto a la cadena de los montes Vosgos, esta milenaria ciudad, es hoy como ayer conexión vital para el encuentro entre dos civilizaciones formidables que han forjado desde siempre los destinos del Viejo Continente. En Estrasburgo latinos y sajones conviven en perfecta armonía, jerarquizando el proceso de unidad por el que atraviesa Europa en su conjunto.
Políticamente, Estrasburgo forma parte del territorio de Francia, en el oeste del país, dentro de la región de Alsacia; un próspero cordón que surge cerca de la frontera suiza al sur hasta el límite norte con Alemania. El clima es agradable, con veranos muy cálidos y otoños templados que propician el desarrollo de una variedad de cultivos de estación, tal como lo atestiguan las interminables filas de viñedos que se aprecian en todas las direcciones.
La ciudad, centro financiero, económico y cultural, es también la más poblada en la zona con alrededor de 400 mil habitantes.
Sería difícil repasar toda la historia de Estrasburgo (derivación del nombre alemán Stradebourg, que significa Ciudad de las Rutas), cuyas raíces se pierden en oscuros hallazgos arqueológicos de primitivos asentamientos hace 700 mil años.
Son los romanos los primeros en descubrir su importancia como eje de comunicaciones del imperio, conquistando a las pocas tribus celtas que entonces habitaban la zona, alrededor del año 12 a.C. Sucesivamente, diversas civilizaciones discutieron la hegemonía sobre el territorio, codiciado no solamente por su valor estratégico-militar, sino también por su creciente desarrollo económico y cultural. En años recientes, luego de la Segunda Guerra Mundial, Estrasburgo pasó definitivamente al dominio francés, situación que mantiene hasta nuestros días.

Una escalera al cielo
La mayoría de los casi tres millones de turistas que visitan Estrasburgo anualmente lo hace atraída por la majestuosa catedral, que domina el paisaje circundante con sus más de ciento cuarenta metros de altura, desde la base hasta la cruz.
Por siglos, este monumento de la cristiandad fue el más alto construido por el hombre, concretamente hasta que fuera completada la catedral de Colonia (Alemania), que sin embargo no alcanzó para desplazarla de su trono de belleza conmovedora. El poeta Victor Hugo comentó alguna vez maravillado: "He visto Chartes, he visto Ambres, pero siento la necesidad de ver una y otra vez Estrasburgo". En efecto, una vez descubierta, es imposible resistirse a contemplarla en éxtasis, buscando incansablemente advertir algún rincón aún no explorado de su vasta arquitectura medieval.
Recorriendo a pie la ciudad, uno puede sentirse tentado a afirmar que la mole siempre está a pocos metros de distancia, casi al alcance de la mano, cuando en realidad, a medida que se acerca a ella desde cualquier punto cardinal, se comprende el engaño de la experiencia visual, que supera en este caso a cualquier impresión de distancia; tal la grandiosidad de su estructura.
Originalmente la catedral comenzó a levantarse en estilo romanesco en el siglo XI, pero un incendio destruyó las obras casi por completo. En 1176 principia la construcción definitiva, ya en estilo gótico puro, completándose para 1284 la fachada occidental. Por último, en 1439 finalizaron los trabajos de la única torre, la norte (originalmente estaba prevista otra), que desde entonces se eleva triunfante, en forma de agudísima aguja señalando el cielo.
Las mejores vistas se obtienen observando a la catedral desde la rue Mercière, preferentemente a primera hora de la mañana, cuando el sol rasante, que apenas asoma en el horizonte, revela cada detalle esculpido en la piedra arenisca. En lo posible es una buena idea proveerse de prismáticos. Es interesante realizar un paseo por su interior, visitando especialmente el reloj astronómico del siglo XIV y las réplicas de distintas esculturas, cuyos originales pueden apreciarse en el museo de la catedral, que cuenta además con una de las mejores colecciones francesas de arte románico, gótico y renacentista.
También es impactante subir hasta la plataforma de 66 metros, que constituye el techo de la basílica, desde donde puede observarse gran parte del verde paisaje circundante y el resto de la ciudad tendida a sus pies.

La ciudad vieja
Si recorre a pie la ciudad vieja, pronto comprenderá que se trata de una isla rodeada por el río Ill, que la envuelve, dando forma a un tranquilo paisaje de pintorescos canales y puentes de piedra. En esta parte se encuentra la mayoría de los atractivos que Estrasburgo ofrece al turista. Una multitud de casas con entramados de madera y techos a dos aguas recrean el ambiente de la Petite France, un rincón que vale la pena visitar. No lejos de aquí, los puentes cubiertos con sus tres torres recuerdan el pasado beligerante de la ciudad.
Tres museos alberga el palacio Rohan, una hermosa construcción del siglo XVIII ubicada frente a la pared sur de la catedral, en la que se destaca la colección arqueológica exhibida en el subsuelo del edificio. También de interés resulta la visita al antiguo edificio de la aduana, que data de 1358 y cuenta con un restaurante en el que se sirven exquisitos platos típicos de la cocina alsaciana como el pété de foie gras (pasta de hígado de ganso), el chucrut con carne, variedades de quesos y fondeau, marinados de cerdo o cordero, acompañados de cerveza fría y espumosa (de la que hay decenas de tipos) o vino local. Después de probar estos manjares y si todavía no lo agobia el sentimiento de culpa, es hora de dejarse tentar por alguna variedad de torta regional y otras dulces exquisiteces.

Capital de Europa
Después de la Segunda Guerra Mundial, en procura de alcanzar la reconciliación, se crea el Consejo de Europa (antecedente directo de la CEE). Estrasburgo fue seleccionada como base permanente del mismo, convirtiéndose en símbolo de la unidad y reconstrucción europea.
En 1992, luego del Congreso de Edimburgo, la ciudad fue elegida a su vez como sede del Parlamento Europeo, que sesiona desde entonces. Es la única institución de la Comunidad Europea localizada en territorio francés. Todos los organismos políticos comunitarios están en el parque de l'Orangerie, un cuidado espacio natural colmado de sombreados senderos, canteros llenos de flores y lagos con cisnes, ubicado a 2 km de la catedral, en la parte nueva de la ciudad.
En 1997 un moderno edificio se construyó para albergar al Parlamento con todas las facilidades necesarias. Así, Estrasburgo puede jactarse con suficiencia de su pujante presente, reflejado en el asiento de importantes instituciones que desempeñan un papel crucial en el gobierno y desarrollo de la CEE.



La ciudad vieja está rodeada de pintorescos canales.
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