Jerusalén. -Un día después del categórico triunfo logrado por el derechista Ariel Sharon en las elecciones para primer ministro de Israel, dos inquietantes publicidades gráficas aparecieron en las principales calles y rutas del país.
La primera de ellas imitaba a las piezas de la campaña que desplegó el Likud, pero sobreimprimiéndoles la leyenda: "Pronto habrá nuevas elecciones". La segunda, también carente de firma y presuntamente ordenada por sectores de la izquierda, no hacía ya referencia a los posibles obstáculos que enfrentaría Sharon para formar gobierno y mantenerse en el poder, sino que directamente aludía al futuro que le esperaría al Estado judío en su conjunto: "7 de Febrero, preparen los refugios antiaéreos", alertaba a los transeúntes el polémico cartel.
Una semana después de las elecciones, ambos pronósticos agoreros parecen lejanos, o cuanto menos exagerados. Sharon muy probablemente consiga reunir el respaldo de la Knesset (el Parlamento unicameral israelí), que le permita asumir al cargo para el cual fue votado, y mantenerse, al menos mientras pueda sostener el equilibrio político entre sus aliados, en un puesto que en sólo cinco años ya cambió otras tantas veces de titular (Yitzhak Rabin, Shimon Peres, Benjamin Netanyahu, Ehud Barak, y ahora el halcón del Likud).
Y, en el frente externo, la posibilidad de una guerra con los países árabes dista mucho de ser una realidad concreta y cercana, ante la cual la población israelí deba estar preparada. No obstante, los últimos hechos de violencia (que culminan, por el momento, en el cruento atentado de ayer) hacen prever un incremento en la dureza de los métodos que emplearán los grupos armados palestinos para presionar a Sharon a la hora de sentarse a negociar un acuerdo de paz.
Operadores sin descanso
Los operadores del Likud, con el alcalde jerosolimitano Ehud Olmert a la cabeza, no han tenido en estos días ni un minuto de descanso. A pedido del primer ministro electo y con el claro objetivo de formar un gobierno de unidad nacional, han celebrado reuniones con prácticamente todo el amplio espectro político israelí, incluida la coalición izquierdista Meretz y los partidos árabes.
Pero el centro de la atención está, sin dudas, puesto en las negociaciones con el derrotado Partido Laborista que, todavía, encabeza el saliente premier Ehud Barak. Para Sharon, la convocatoria al laborismo -que conserva el bloque más numeroso en la Knesset- es tan importante que, aún contra la opinión de algunos de sus colaboradores, les ofreció un número de ministerios igual al que recibirá el Likud, y la elección de dos de las tres carteras más importantes: Defensa, Hacienda y Relaciones Exteriores.
La propuesta de Sharon, una oferta muy difícil de rechazar para un partido que estando en el poder perdió por 25 puntos de diferencia, avivó en el laborismo una serie de disputas que ya se habían insinuado durante la campaña electoral y que comenzaron a manifestarse explícitamente cuando Barak anunció su renuncia a la titularidad del partido y varios altos dirigentes no dudaron en anotarse de inmediato en la carrera para las elecciones internas. Ahora, el partido que más veces gobernó el Estado de Israel discute no sólo quién será su titular, sino también si debe integrarse a un gobierno de unidad nacional encabezado por un duro como Sharon, y en tal caso, quién debe llevar adelante las negociaciones y quién debe hacerse cargo de los ministerios ofrecidos.
El todavía titular de Justicia, Iosi Beilin, ya adelantó que no aceptará sumarse a la coalición gobernante y que está dispuesto a formar un nuevo partido que incluya a laboristas disconformes, a Meretz, y a otras expresiones de izquierda, para ejercer una oposición fuerte y unificada al oficialismo que se está gestando. No obstante las voces que se oponen al acuerdo con la derecha, el ofrecimiento que recibieron resultó tan tentador que los únicos reparos que los laboristas han presentado no se refieren a la tajada de poder que les quedaría tras el reparto de cargos, sino a las políticas de fondo a las cuáles tendrían que dar su respaldo, y de las cuáles Ariel Sharon hasta ahora sólo brindó vagas precisiones.
Básicamente, los representantes del laborismo quieren una recertificación de los acuerdos de Oslo (que Sharon había dados por muertos en el transcurso de su campaña) y un compromiso de no alentar la creación de nuevos asentamientos judíos en los territorios ocupados y de no agrandar los ya existentes. Por su parte, Peres y Barak protagonizaron este fin de semana un nuevo capítulo de su prolongada pelea, al atribuirse cada uno por su cuenta la autoridad para negociar cara a cara con Sharon el reparto de cargos. Hasta ahora, sólo Barak se reunió con el nuevo hombre fuerte de Israel, pero se descuenta que su rival interno lo hará también en los próximos días.
Diez días de plazo
Aunque ambos dirigentes laboristas se han rehusado a aceptar públicamente los cargos, uno de los escenarios que podría presentar un eventual gobierno de coalición, incluiría a Ehud Barak, el militar más condecorado en toda la historia de Israel, al frente del ministerio de Defensa, y en la cancillería a Shimon Peres, uno de los pocos políticos israelíes que todavía mantiene diálogo fluido con los dirigentes del mundo árabe.
Más allá de su intención de incluir al laborismo y si bien la ley le permite extenderse en las negociaciones por un mes y medio, Sharon anunció que espera tener formado su gobierno en los próximos diez días, aunque esto implique contar con sólo una coalición reducida y de tendencia muy volcada a la derecha. Las razones de su apuro no responden -al menos no únicamente- a sus ansias de poner en práctica lo que él considera "el otro camino para la paz", ni tampoco a la obligación de tener aprobado el presupuesto nacional antes del 31 de marzo.
El flamante secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, estará en la región a fines de febrero y Sharon no quiere aparecer en la foto como un "invitado especial", sino como el anfitrión oficial, estrenando su cargo de primer ministro. Pretende así conocer de boca del enviado de Bush cuál será -si es que siquiera la hay, algo que aquí muchos todavía dudan- la nueva política de la Casa Blanca para Medio Oriente, ahora que la nueva administración estadounidense anunció públicamente (y para satisfacción de Sharon) la caducidad de todas las propuestas presentadas por el ex presidente Bill Clinton.