| | Editorial Como una condena bíblica
| Uno quiere que sea un espejismo, pero sin embargo es algo de existencia real: en una actitud verdaderamente suicida, el hombre marcha -parece que de manera inexorable- hacia su propia destrucción. Se trata de una especie de máximo genocidio autogenerado que algunos poderosos imponen a todos, aunque sin mayor beneficio para al resto. Un resto que carece de recursos concretos para enfrentarlos, el mayor de los cuales es la desoladora ignorancia que padece, capaz de arrastrarlo junto con su bien más indispensable e irreemplazable hasta el abismo más insondable. Lo dicho responde a que nunca como ahora existieron tantos indicios razonables, ni tantos datos comprobados de que el único hogar natural y suficientemente amplio de la humanidad -el castigado planeta Tierra- se encuentra en vías de sufrir enormes y profundas transformaciones ambientales, por supuesto todas negativas. Transformaciones que alterarán el normal desarrollo de la vida hasta tornarla imposible. Se trata de un sino de monumental tragedia que, en caso de llegarse a tiempo, sólo podrá ser revertido a un costo enorme. Hace décadas que se descubrió que el mundo se recalienta, proceso acelerado por lo que se conoce como efecto invernadero. Esto deviene de la polución que generan las industrias, los motores a explosión, la explotación incontrolada de los recursos naturales y otras agresiones. La alarma suena cada vez más fuerte, sin embargo cualquier solución que se proponga, que no puede ser otra que la eliminación de las causas artificiales que generan esa transformación climática, la humanidad choca con la misma barrera despiadada e irracional: los intereses económicos que dominan a las grandes potencias. Europa y gran parte del resto del mundo se encuentra en verdadero estado de pánico por los alcances que, también de manera inexorable, está tomando el gravísimo y mortal problema conocido como "mal de la vaca loca". ¿Cuál es el origen de ese mal? El de siempre: la acción del hombre, que movido por la ambición y el afán de mayores rindes con costos menores, comenzó a alimentar a un animal naturalmente hervíboro con balanceados que incluyen harinas de hueso y carne. Es demencial: por ganar unos dólares más, ahora hay que afrontar el costo de quiebras mucho más millonarias. ¿Quién responde por este desastre? En general, aquí no se riega con métodos artificiales. Dicen que esa inversión no se justifica económicamente. Sin embargo, cuando periódicamente ocurren las devastadoras sequías generalizadas, las pérdidas globales suman muchísimo más que el dinero requerido para prevenir esos efectos. Por acción u omisión, la lista de crímenes ambientales del hombre contra la propia humanidad es antiquísima e inacabable. Salvo que, de una vez por todas, prime el bien común de todos por sobre los intereses económicos de algunos, ello seguirá siendo así hasta que el mundo desaparezca. No hay vueltas que darle. Es como una condena bíblica.
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