Año CXXXIV
 Nº 49.021
Rosario,
miércoles  07 de
febrero de 2001
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El elegido de la semana
Mark Knopfler recorre la tierra de toda su carrera en su segundo disco solista

Carolina Taffoni

En algunas FMs nostálgicas todavía pasan "Sultanes del ritmo" o el riff inolvidable de "Dinero por nada". Alguien debe tener en su casa los vinilos de esa banda llamada Dire Straits, que después de cansarse de vender millones de discos se esfumó a mediados de los 90.
Pero el caso no está cerrado. Cuando muchos apostaban que su líder y mentor se había retirado para componer bandas de sonido de por vida, Mark Knopfler volvió con su segundo álbum, "Sailing To Philadelphia", a cuatro años de "Golden Heart", su debut como solista.
Ahora todo volvió a su lugar, aunque este escocés de 51 años ya no necesite usar aquella vincha. A años de aquel fulgor, también se lo podrá ver en vivo el 31 de marzo, cuando se presente en el Luna Park. Claro que los que busquen el riff de "Dinero por nada" no lo van a encontrar, por lo menos en el nuevo disco. En "Sailing to Philadelphia" permanece la esencia, pero los clishés no se repiten.
El ex Dire Straits debe ser uno de los ingleses que más conoce la música de Estados Unidos (no en vano puede producir un álbum tanto para Bob Dylan como para Aztec Camera). Y en este disco se concreta el viaje que hizo por esa tierra durante toda su carrera, tal vez sin darse cuenta. La diferencia es que ahora se pueden ver claramente los paisajes y los personajes, y las influencias están a flor de piel.
Si Dire Straits fue una burbuja en medio de los poperos y sintetizados 80, Knopfler sigue en esa burbuja como solista. En una época de discos sobreproducidos, donde la regla es coquetear con algún estilete de moda, él permanece inmutable al lado del camino, como un clásico al que aún se le niega ese status.
"Sailing..." es un disco contemplativo, como quien mira desde una ventanilla un paisaje lejano pero conocido. Para algunos puede resultar un álbum demasiado americano, pero los fans de Dire Straits no van a salir defraudados. La inconfundible guitarra de Knopfler en "What It Is", el tema de difusión, alcanza para recordar la grandeza del grupo.
Los fantasmas de Bruce Springsteen y Bob Dylan sobrevuelan todo el disco. Eso se nota en esas letras llenas de referencias, de personajes, ciudades y calles. El viaje comienza con "Sailing to Philadelphia", una balada para el camino donde la voz invitada de James Taylor y una guitarra steel evocan la añoranza que sólo se tiene por la tierra que no nos pertenece.
Sin embargo, Knopfler se pasea por los sonidos americanos como si le pertenecieran. Con "Who's Your Baby Now" se traslada a principios de los 60 y vuelve a unir esa línea que se dibujó entre Memphis y Liverpool. Después, en "Baloney Again", mezcla la sensualidad del blues con aires country y jazzeros.
La lente sobre el universo cotidiano está puesta en "The Last Laugh", una canción de amor como avergonzada, en la cual brilla la voz de Van Morrison, y en "Prairie Wedding", donde Knopfler suena a un Lou Reed campestre.
"Wanderlust", que se podría traducir como "pasión por irse, por viajar", resume el espíritu del disco. Es cierto que el viaje a veces puede volverse un tanto monótono, porque en "Sailing..." no hay nada de artificial o estruendoso. Al final, Knopfler conmueve ya en la ruta de vuelta con la tristísima y desolada "Sands of Nevada" ("es demasiado pronto para partir /demasiado tarde para criticar") y con la melancólica "One More Matinee", que respira ese espíritu esperanzado que invadía las mejores canciones de Dire Straits.



El nuevo disco de Mark Knopfler.
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