| | Punto de vista La economía de las artes
| U. G. Mauro
"Vendo carroza ganadora de los corsos del 2000", dice el aviso clasificado del humilde periódico de un localidad cercana. Seguramente, el simbolismo grotesco e irreverente que se paseó por la calle principal del pueblo e hizo reir hasta a las formales damas de la parroquia, hará lo propio este año en otro pueblo, a no muchos kilómetros del anterior; total los problemas, los juramentos jamás cumplidos y las cosas de las que la gente se rie para no llorar o romper todo son desde hace años los mismos en todas partes. Sobrevivir, sacar jugo de las piedras. Esa es la consigna individual y colectiva que rige en terrenos en los que el espectáculo limita y hasta se mezcla con los sanos o no intereses politicos, con las auténticas necesidades de una comunidad y hasta con los omnipresentes negocios. Por eso los carnavales de los pueblos se extienden hasta la eternidad y son en muchos casos la única fuente de ingresos importantes de todo un año de numerosos dispensarios, hospitales, escuelas, bibliotecas y otras entidades de esas comunidades. Ya no puede decirse que algo "dura tres días como el carnaval". La fiesta pagana que precedía a los 40 días de ayuno y abstinencia previos a la Pascua se extiende, en algunas comunas de nuestra provincia por ejemplo, a varias semanas antes y bastante después de lo que marca el almanaques, y con programas que convocan a multitudes que suelen duplicar a la población estable del lugar, tras verdaderos idolos nunca considerados como tales por los "bien pensantes" de las grandes ciudades. "Yo pensé con tristeza: Dios por aquí no pasó", decía Yupanqui sobre algunos de estos lugares -como el mismo Cosquín en cuyo escenario principal tambien habrá un festival de rock en estos días-, condenados por falta de fuentes de trabajo, de medios de producción, en buena medida y como los mismos artistas, a vivir largos inviernos nada más que de la música.
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