Gustavo Conti
"Te queremos mucho, Juan", le dijo una mujer cincuentona, mientras abrazaba a sus dos pequeñas hijas que seguramente poco conocían la historia del ídolo al que se refería su madre. "Yo también los quiero mucho a ustedes", respondió a su vez el aludido, refiriendo elípticamente a todos los hinchas de corazón canallla. Y no había ningún motivo para creer que la respuesta era de compromiso. Juan Antonio Pizzi estaba exultante, feliz, como no se lo vio nunca, ni siquiera en su regreso anterior a mediados del 99, cuando llegó a préstamo desde River. Rara comunión entre un hombre y el pueblo al que pertenece, el pueblo de Central que fue a recibirlo ayer a la ciudad deportiva como un verdadero héroe. Fue el primero del plantel en llegar al entrenamiento vespertino programado para las 16 en la ciudad deportiva. A las 15.10 ya traspasaba el portón de la ciudad deportiva a bordo de su BMW metalizado, mientras recibía el saludo efusivo del portero, quien tuvo la dicha de ser el primero en extenderle la mano. Y eso que había dejado atrás un viaje de casi 13 horas desde Portugal y otro desde Ezeiza a Rosario, adonde arribó en horas del mediodía. Pero la ansiedad pudo más y no se dio tiempo para un descanso que seguramente estará necesitando, ya que tan vertiginosa como fue la llegada a Granadero Baigorria fue la operación que concluyó con la rescisión del contrato con Porto y la vuelta al club que lo vio nacer al fútbol grande. Y en el medio de tantas horas con mucha tensiones, Pizzi debió ocuparse también de los trámites de la mudanza de su esposa y sus cuatro hijos. Pero Pizzi sabía más que nadie que tamaña movilización tendría su recompensa y ayer la vivió en carne propia, con una demostración de afecto tan grande que seguramente ni él mismo habrá soñado. A la hora de la práctica, la ciudad deportiva era un verdadero hervidero de gente, de camisetas auriazules y banderas, que se conmovieron hasta la emoción cuando el goleador que todos esperaban pisó la cancha de la olla otra vez (Bauza, previsor, optó por no usar la cancha habitual ubicada al fondo del complejo para evitar aglomeraciones y para que todos pudieran ver a Pizzi) como no hace mucho tiempo. Al estruendoso grito de "el Pizzi-gol, el Pizzi-gol", cerca de 800 almas le pusieron calor humano a una tarde de por sí caliente por la alta temperatura reinante, creyendo que el hombre al que se le han adherido en el trato maneras europeizadas puede ser la clave para soñar con cosas grandes. Pizzi estaba tan feliz que saludó con un apretón fuerte de manos a los periodistas que lo aguardaban y se permitió varias bromas con los chiquilines -y no tanto- que lo acosaron constantemente para pedirle un autógrafo o una foto. Y a todos les dijo que sí, por más que eso le costará casi 45 minutos de trayecto desde que salió del vestuario hasta que llegó a su auto, apenas unos 50 metros más allá. Juan Antonio Pizzi, el Juan, Juanchi, el último hombre que revolucionó tanto a la gente del pueblo de Arroyito como hace mucho no se recuerda. Con él volvió también la ilusión de que el paso de Central por la nueva edición de la Copa Libertadores y el Clausura puede depararle alegrías a una hinchada que las añora con los brazos abiertos.
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