| | Editorial Hacia una mayor conciencia
| La circunstancia de que sólo en Rosario existan unas 400 personas a la espera de un implante para salvar su vida y que el índice de operativos positivos materializados el año pasado haya resultado menor que el de 1999, aunque mayor que en períodos anteriores, hablan con claridad de la enorme tarea que aún falta cumplir en favor de una mayor conciencia social sobre la importancia de la donación de órganos. Práctica que representa una poderosa manifestación de amor y solidaridad que, incluso más allá de la ciencia médica que así hace otro aporte a la preservación de la vida, termina por constituirse, en la generalidad de los casos, en una eficaz contribución a la resignación serena frente a la dolorosa pérdida de un ser querido. Pérdida que se vuelve esperanza en la prolongación de la vida del otro acechado por la partida sin remedio. Lo dicho responde a que el Centro Unico de Ablación e Implante de Organos (Cudaio) difundió sus datos estadísticos del 2000. Ellos destacan que de los 136 operativos propuestos, 70 (el 51,5 por ciento) fueron rechazados por cuestiones médicas. De los 68 casos restantes (48,5 por ciento), 51 (77,3 por ciento) fracasaron por negativa de los familiares a la donación. Del resto, 13 (19,7 por ciento) acabaron en éxito, en tanto que dos (tres por ciento) se perdieron por otras causas. De los 13 operativos exitosos, cuatro (30,8 por ciento) fueron con ablaciones de córneas, en tanto que los nueve restantes (69,2 por ciento) resultaron de índole multiorgánica. Cuestiones religiosas, desconfianza en el sistema médico e incluso cierto resentimiento social aparecen, según los especialistas del Cudaio, como las causas de tan alto índice de negativas. Todas ellas tienen un denominador común: el desconocimiento, producto de una precaria e insuficiente educación sobre el tema. Educación que, como ocurre muchas veces cuando hay que operar sobre cualquier tipo de ignorancia, no alcanza para modificar de manera sustancial arraigadas pautas culturales verdaderamente retrógradas. Lo dicho constituye una lamentable realidad sobre la cual no deben cesar los esfuerzos en procura de su modificación. Nada puede haber más sublime para esa criatura de existencia tan precaria y posibilidades tan limitadas que es el hombre como la perspectiva cierta de habilitar la posibilidad de prolongar la existencia amenazada de un semejante. Los familiares de quienes desgraciadamente padecen muerte encefálica deberían realizar un esfuerzo supremo en tan difícil y doloroso trance. Un esfuerzo por inteligir que no puede haber mejor homenaje para el ser querido extinguido que transformarlo en instrumento prolongador de la vida. Ojalá que después de este problemático año, las próximas estadísticas hablen con certeza de otra realidad. Una realidad marcadamente mejor.
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