"Algunos han perdido la fe", dice el pastor Cornelio Peters, padre de siete niños, en la sala de estar de su casa, donde los únicos muebles son unas sillas, un reloj de péndulo y una estufa de leña. "Necesitamos más tierra para que los jóvenes trabajen con sus padres y no queden sueltos para sus correrías". "Los que conocen la Biblia saben que el mal crece", dice Peters. "Estas cosas seguirán creciendo hasta acabar con el mundo. Falta la fe en Dios. Deben dejar de pensar en traficar drogas, en consumirlas. Cuando éramos jóvenes, no existían esas influencias". El pastor sabe que no es fácil impedir el cambio. El y su esposa usan la vestimenta tradicional, pero sus hijos han trocado el overol tradicional por los pantalones de vaqueros y las camisetas de colores al estilo norteamericano. Hace un año, un sector conservador de la comunidad se trasladó al estado sureño de Campeche para volver a la vida que llevaban sus abuelos, hace 70 años, sin electricidad ni autos. Pero Margarita Neufeld, de 25 años, dice que no se puede seguir huyendo. "Muchos menonitas no quieren ver la realidad", dice Neufeld, cuyo pelo recortado, maquillaje y pantalones ajustados contrastan con los vestidos de algodón y las trenzas de su madre. Neufeld, que es empleada de un almacén en el campamento, quiere escribir una telenovela sobre los menonitas. "Así tal vez la gente enfrentará la realidad. Muchos jóvenes quieren ir a las discotecas porque no tienen dónde entretenerse. Hay adictos, mucha droga, muchos se casan con mexicanos y si a sus padres no les gusta, se van". Neufeld dice que "muchos jóvenes no quieren seguir viviendo apartados", dijo. "Sabemos lo que hay allá afuera y queremos ser parte de esa vida".
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