| | Reflexiones Ultimátum o rogativa
| M.A. Bastenier (*)
Los jefes de Estado ¿ordenan o suplican?; ¿pronuncian ultimátum o hacen rogativas? El presidente colombiano Andrés Pastrana ha accedido a prorrogar una vez más, pero en esta ocasión sólo desde el pasado 31 de enero hasta mañana, la llamada zona de despeje, reconocida en usufructo a la guerrilla de las Farc en 1998, como paga y señal para que las huestes de Manuel Marulanda se decidan a negociar en serio. La declaración del presidente conservador ha sido, sin embargo, un pasable misterio, al menos en cuanto a la intención que encerraban sus palabras. Hay motivos para colegir que su anuncio podía ser tanto un ultimátum envuelto en sedas, como una rogativa fieramente expresada. Si nos atenemos a los problemas de Pastrana, con una guerrilla a la que ha mimado, defendido a capa y espada en el mundo entero, financiado viajes de estudio a Europa, y querido como a nadie se ha querido, a cambio de lo que no ha recibido más que desaires, malhumores, omisiones y hasta el descaro reciente de suspender unas conversaciones que no habían llegado ni siquiera a iniciarse, sus palabras deberían equivaler a una exigencia de hierro, de cuyo incumplimiento debieran seguirse las más drásticas consecuencias. Si atendemos, de otro lado, a los medios materiales de que dispone para ajustarle las cuentas al viejo de la montaña, deberíamos pensar que el trueno es sólo un fenómeno climatológico y que figuraba en su discurso exclusivamente para hacer ruido. Pero, hay otros factores externos que hacen relativamente irrelevantes las mejores intenciones del valeroso y entregado líder colombiano. Esos factores son el Plan Colombia y la actitud del Ejército nacional de Bogotá. El Plan es una especie de sinapismo de ya imposible financiación internacional, en el que se incluye un capítulo de algo menos de 1.000 millones de dólares en pertrechos militares, sufragado por Estados Unidos, que ya tiene unos cientos de hombres sobre el terreno. Lo más espectacular de la armería que ahora se le viene encima a Colombia son 65 helicópteros, state of the art, que, sin duda, tienen la capacidad mortífera subida, pero cuyo único problema de uso es que para lapidar guerrilleros en la selva, primero hay que encontrarlos. El Ejército colombiano, más acuciante aún que el Plan Colombia en su presión sobre el presidente, entiende, por su parte, que la guerrilla ya ha demostrado fehacientemente que no quiere la paz, y pide pista, si no para derrotar a las Farc, que, seguramente sabe que eso no entra en sus escuetas posibilidades, sí, cuando menos, para salvar la cara ante el país con una acción más decidida, echando mano de los helicópteros que sea menester. Nadie habla de amenazas de golpe, duro o blando, que en Colombia esas cosas ya no pasan; pero, el hecho de que Pastrana haya dado una última prórroga tan homeopática, parece indicar que el Ejército le ha estado soltando de un tiempo a esta parte el aliento en el cogote. En otras latitudes, deberíamos albergar la razonable certeza de que Marulanda, para no complicarse innecesariamente la vida, debería sentarse a negociar. Incluso cabría pensar que Pastrana supiera de antemano que las Farc no le iban a dejar mal, y, por ello, que su ultimátum-rogativa hubiera sido un tanto de cara a la galería. Pero la palabra certeza no es de fácil acuñación en el bello hablar del colombiano. Lo que en último término parece que expresa la declaración presidencial es una situación de bloqueo casi perfecto al que apenas cabe verle la salida, entre una paz remota y una guerra próxima, que es verdad que existe desde siempre pero que puede empeorar todavía mucho más, si se extiende a países limítrofes como el Ecuador. Eso explica el crecimiento de opciones musculosas como la del liberal Alvaro Uribe Vélez, que propone armar a un millón de hombres para ganar esa guerra tan esquiva. El fracaso de Pastrana en su actual tentativa de encarrilar la paz le daría a la nueva gran esperanza (blanca, desde luego) de Colombia, una oportunidad para alcanzar la presidencia en las elecciones del 2001. Entonces sí que harían falta todos los helicópteros que le sobren al Pentágono. (*) De El Pais de Madrid
| |
|
|
|
|
|
Diario La Capital todos los derechos reservados
|
|
|