| | El elegido de la semana En su segundo disco, Jennifer Lopez explota el sonido retro de su viejo barrio
| Jennifer Lopez es la actriz de marca latina mejor paga en la historia de Hollywood: ahora gana nueve millones de dólares por película. Su carrera musical, un invento de Tommy Mottola (el capo de Sony, el marido de Thalía), también dio buenos resultados. Su álbum debut, "On The 6", de 1999, vendió ocho millones de copias en todo el mundo. Nada mal para una chica que sólo era admirada por sus asentaderas. Afortunadamente, hay algo en Jennifer Lopez que no pasa por las cifras. La estrella se dará la gran vida en Beverly Hills, pero también es una hija de puertorriqueños que nació en el Bronx neoyorquino y eso se le nota. Se notó cuando empezó a salir con Puff Daddy, el rapper que la llevó a una fiesta que terminó en tiroteo y juicio. Y ahora también se nota en la estética y el sonido de su segundo disco, "J.Lo". En la música, Lopez aprovechó bien el camino contrario: de Beverly Hills al Bronx. Nadie puede decir que no sea legítimo, además da toda la sensación de saber lo que quiere y ni se molesta en pedir permiso. Aunque encuentra referentes en algunas colegas, no es la sucesora de nadie, está liberada de la presión de ser lo que la industria y la prensa imponen. Si Jennifer Lopez trabajó en las giras y en los videos de Janet Jackson, eso también se le nota. "Love Don't Cost A Thing", el primer corte de "J.Lo", parece un compendio de los mejores hits de la hermana de Michael. Y la chica del Bronx, guerrera, suena creíble cantando esa letra. Las canciones que siguen no alcanzan el mismo nivel, pero igual "J.Lo" mantiene su estandarte de disco retro y negro, que suena a plástico, a los años 80. Aunque no cante como las divas del neo soul, aunque no tenga ni las canciones ni los productores de Madonna, la Lopez se pasea por esos sonidos con la misma naturalidad con la que sacude sus caderas delante de las modelos escuálidas y esbeltas. "I'm Real" acentúa el ritmo del Bronx, otra vez con influencias de la familia Jackson, ese R&B básico, metálico y contagioso, reprocesado por la máquina del hip hop. Ese sonido negro se confunde con el tecno disco en "Play", que vendría a ser como el "Music" de J.L., bailable pero con un tufillo grasiento. Si Puff Daddy la enredó en un juicio, Jennifer se lo cobró bien con cuatro temas de este disco. El primero es "Walking On Sunshine", una versión mejorada de "Waiting For Tonight", del CD anterior. Después está la balada "Come Over", donde la Lopez susurra, juega al gatito sexy y logra crear un clima inquietante. "Dance With Me" es la más floja de la partida, y "That's Not Me" la mejor, donde vuelve a aparecer el fantasma de Janet Jackson. Lo peor del álbum surge cuando la estrella y sus productores se acuerdan de las benditas raíces latinas. "Ain't Funny" parece una continuación de "La isla bonita". Cuando suena "Cariño", uno se pregunta quién necesita una Gloria Estefan de segunda mano. Las versiones en español de algunos temas y hasta un dueto con Chayanne son tan molestos como innecesarios. La firma de Jennifer Lopez aparece entre los créditos de cuatro temas, pero puede tratarse nada más que de un gesto. Detrás de las imperfecciones de "J.Lo" persiste la sospecha de que sólo Jennifer Lopez podría haber hecho este disco. Y eso, en un mercado de productos musicales en serie, ya es bastante meritorio. C.T.
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