La Capital
Alguna vez, al menos una buena parte la clase política argentina deberá ser sometida al minucioso estudio y análisis de la sociología. Es merecedora de ello por su increíble e intrincada estructura morfológica, su rápido poder de mutación y, sobre todo, por los ambiguos y paradojales efectos que caracterizan a su vida y que se impregnan en el devenir social. Es cierto que la sociedad argentina ya tiene calada a su dirigencia, pero lo que parece desconocer la masa social es que algún encanto de la lisonja política logra al fin cautivarla, es decir, para emplear el término en su sentido extenso, embelesarla y mantenerla en el cautiverio de su influencia.
Para desmenuzar esto, el lector no debería perder de vista lo que ya sabe: algunas de las características de la complicada estructura de algunos políticos argentinos. Para empezar podría expresarse que el político de nuestros días no parece tener la capacidad para gobernar, sino que su perfil está preparado para lidiar en cuestiones electorales. Puede observarse en forma cotidiana que todo -o casi todo- lo que hace un gobernante argentino lo realiza en función de eso (el show de los treinta decretos en un día, por ejemplo, debidamente promocionados). Para el político, gobernar no es un medio en sí mismo que le permite legar al conjunto social mejores condiciones de vida, sino el fin personal alcanzado. Llegar al poder es haber obtenido el regocijo de la cima, descansar un poco (un año tal vez) y prepararse para la nueva lucha electoral que demanda permanecer allí o escalar otro poco. Por eso, el gobernante argentino se caracteriza por lanzar medidas no en función de las necesidades del pueblo, sino pensando en las necesidades de la próxima elección que de vez en cuando, y de paso, pueden llegar a beneficiar al conjunto social.
No siempre, pero sí con frecuencia, el político es un pícaro, simpático, alegre y verborrágico mentiroso, un habilidoso vendedor de ilusiones, un prestidigitador que con astucia saca de la galera obras de gobierno que jamás se harán o si se hacen no sirven para satisfacer las necesidades de la gente. Es decir, un seductor de masas en la que toda su estructura parece estar determinada para el trabajo eleccionario. Por eso, a ciertos políticos nada puede causarle más placer que el flujo de aromas que destila una elección interna y una general en donde ponen a prueba todo su potencial. De allí que, desafortunadamente para el ciudadano común, muchos políticos hacen perenne, eterna, la vida eleccionaria. Hay un regusto cautivante en sentarse a compartir un asado en un lugar preestablecido, el templo donde se realiza el sagrado rito: tramar el juego de alianzas (y traiciones), nominar, cambiar puestos y candidaturas y diagramar la táctica y estrategia para la elección. Los grandes maestros herméticos de la humanidad que trabajaron empeñosa y seriamente en cuestiones metafísicas durante siglos, quedarían maravillados al ver como por arte de magia todo es posible en la mesa política.
El ajedrez político
Mujeres al poder
Mujeres al poder
En la vida eleccionaria, los dirigentes ponen el tablero sobre la mesa y comienzan a desplegar pensadas y magistrales movidas de ajedrez político. Planifican hábilmente la batalla, cosa que hacen con deleite y singular talento sólo comparado al genial trabajo del estado mayor de un gran ejército. Todo está sobre la mesa y el fin, que es ganar la elección interna o general, justifica los medios. Después de un año aburrido, en donde los estadistas en la Nación y en la provincia brillaron por su ausencia, ¡al fin ya se empieza a palpitar el año electoral!\Si bien es cierto que en el justicialismo santafesino la figura concentradora del gobernador Carlos Reutemann sofocó la azarosa y sangrienta vida interna de otros tiempos, el clima político está en ciernes. En febrero, el ministro de Gobierno y presidente del Partido Justicialista, Angel Baltuzzi, anunciará la reforma política que, naturalmente, no contemplará la derogación de la ley de lemas, como quisiera la oposición. Sin olvidar que "Reutemann es un poco el resultado de esa norma legal" (como recordó un dirigente peronista), la reforma estará orientada a no permitir las dobles candidaturas (lo que parece razonable) y modificar el artículo 15 respecto de las alianzas. "No puede ser que en la Alianza se hagan sublemas por cuanto partido político exista. El justicialismo es un solo partido y la Alianza debe sostenerse como tal", justificó un viejo militante del peronismo. Por lo demás la reforma en la ley de lemas propenderá a controlar los avales y no permitir la avalancha de los consabidos apócrifos que en el peronismo han sido toda una institución.\En el justicialismo ya se está trabajando con miras a la elección interna que seguramente se dará en mayo o junio y en la que fundamentalmente se dirimirán los nueve candidatos a diputados nacionales y los tres a senadores nacionales. Algunos nombres comienzan a trascender para ocupar las senadurías y no falta quien exprese en el partido: "¡Más de lo mismo!". El ex gobernador Jorge Obeid, cuya gestión fue más que intrascendente para la provincia, es uno de los mencionados como posible candidato. Sin embargo, con insistencia circula el nombre del actual senador provincial Julio Gutiérrez en representación del norte santafesino y los de Miguel Angel Robles, ex vicegobernador, y Héctor Cavallero, ex intendente de Rosario por el sur.\