El balneario de Acapulco siempre será la mejor perla del Pacífico mejicano. Los primeros en descubrir la bahía y hacer de ella un puerto natural fueron los piratas, que espiaban el paso de las naves que llevaban valiosas mercancías.
Descubrieron que al alcance de sus naves había unos diez kilómetros de costas de aguas cálidas y tierras que se hundían en la espesa vegetación que trepaba y se perdía en las montañas rocosas. Y que allí el sol despuntaba y se escondía en el mar.
Cuando llegaron los españoles en sus merodeos hacia el mundo nuevo -a mitad del siglo XVI- vivían allí pueblos indígenas enraizados en la cultura teotihuacana. En la lengua de uno de ellos, los náhuatl, Acapulco es "lugar de las cañas gruesas".
Los españoles vieron lo mismo que los piratas y levantaron al amparo de la bahía uno de los principales puertos de la Nueva España, que en 1565 ya era enlace en la ruta comercial hacia Manila.
Y eran tantas las naves españolas que regresaban del Oriente que el puerto fue declarado sitio oficial para el comercio entre Asia y las Américas. Ese fue el origen de la Feria de las Américas o Nao de China.
Los estudiosos de los movimientos sociales dicen que sin saberlo Acapulco fue la primera sede de los encuentros de la "industria de la hospitalidad", precursora del turismo, una actividad que genera empleos, atrae divisas y causa placer.
Aquella simiente se convirtió en el Tianguis -"intercambio", en lengua aborigen-, una feria en la que México presenta todos los años en abril su oferta de viajes y servicios al mundo, pero especialmente a su principal y fronterizo mercado, Estados Unidos.
Luminarias de Hollywood
Pero fue en los años 50 cuando Acapulco vivió un tiempo glamoroso. Las luminarias de Hollywood se paseaban por sus playas y en aviones privados llegaban magnates y personajes del jet set.
Un paseo tradicional es navegar hasta la isla Roqueta en lanchas con fondo de cristal que dejan ver el lecho marino. La isla es un buen lugar para nadar con snorkel y visitar su exótico zoológico.
Del tiempo de los piratas quedó el Fuerte San Diego, que se construyó en 1616 para evitar ataques y que ahora es un museo. También hay que conocer la Catedral de Nuestra Señora de la Soledad, con su domo al estilo de las mezquitas y torres bizantinas. Y llegar hasta la casa de Dolores Olmedo para ver los murales de Diego Rivera.
Ritos imperdibles
Acapulco tiene algunos ritos que hay que cumplir; uno es contemplar el atardecer desde el Pie de la Cuesta, donde el oleaje siempre es fuerte. Detrás está la Laguna de Coyuca, de agua dulce, un santuario para las aves entre un extendido palmeral.
Otro de los ritos es ver a los jóvenes clavadistas cuando se lanzan en La Quebrada desde 40 metros de altura y caen en un brazo de mar poco profundo. Incluso hay nativos que desafían el peligro arrojándose en las noches con antorchas encendidas en las manos.
Para los niños está Cici, un parque acuático donde se puede pasar de un tobogán a una alberca de olas artificiales, además de nadar con delfines. También está el Mágico Mundo Marino, una combinación de acuario y club de playa, en una isleta tan cercana que se llega a través de un puente colgante.
Quienes conocen Acapulco saben que la diversión nocturna nunca comienza antes de la medianoche. A esa hora, como siguiendo un extraño designio, la gente sale a las calles y de los bares y pubs se escapa música de todos los ritmos. Es la hora de meterse en el vértigo de los rayos láser y las luces de colores.