Año CXXXIV
 Nº 49.011
Rosario,
domingo  28 de
enero de 2001
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Crónica de viaje: Valle de Calingasta

Lorena Chauque Lutri

Parece un sueño hecho realidad, el imponente Valle de Calingasta se abre ante nuestros ojos. Apenas comenzamos a surcar la ruta 12 descubrimos con asombro el acantilado que nos separaba varios metros del río San Juan. Continuamos zigzagueando la precordillera y nos topamos con el valle, ubicado al oeste de la provincia de San Juan. Es el más extenso, con 40.000 km2. En su corazón está situado Barreal, centro principal del valle que en su seno encierra pintorescos paisajes y una mezcla de ciencia e historia aborigen.
Barreal está ubicado a 179 km de la ciudad de San Juan y ofrece como mayor atractivo el turismo aventura: rafting, travesías 4x4, cabalgatas, rappel y tirolesa. También se puede hacer carrovelismo en el Barreal Blanco El Leoncito (fondo sedimentado de una antigua cuenca lacustre) con una extensión de 14 km de largo por 5 km de ancho, que ofrece la vista del cerro Mercedario de 6.770 metros (el más alto de San Juan). En el lugar se encuentra el observatorio astronómico El Leoncito, mundialmente reconocido.
Si de historia se trata, debemos trasladarnos 60 km al sur de Barreal, donde se encuentran Las Hornillas (a 2.000 metros de altura) uno de los paisajes más bellos enclavado entre cerros cordilleranos a orillas del río Los Patos. La historia cuenta que ese fue el verdadero paso del General San Martín hacia Chile.
Barreal oculta además lugares maravillosos y exclusivos de la Argentina, como Los Morrillos, el más grande y única reserva situada en la cordillera, de 23.500 hectáreas apróximadamente. A 3000 metros de altura, la reserva guarda las culturas aborígenes de Fortuna (12.000 AC); Morrillos (6.200 AC) y Ansilta de 2.500 AC hasta el 500 de nuestra era.
Cada una con sus diferencias y virtudes fueron inadvertidas por los incas y los conquistadores hasta el siglo pasado, en la década del 70, en que fueron descubiertas por un arqueólogo sanjuanino. Entre las bellezas descubiertas se pueden ver las pinturas rupestres: abstractas y zoomorfas, que además de ser imposibles de trasladar, están dispersas por la montaña. Sólo se tiene acceso a las de las cuevas 1, 2 y 3.Otra muestra de la cultura aborígen son los morteros hechos en piedra. Los menos profundos, utilizados para cocinar, y los más hondos, utilizados como "cuasi heladeras" que eran tapadas por barro para mantener los alimentos en buen estado.
Los Morrillos está cercado por un alambre ecológico para que la fauna de la zona -suris cordilleranos (ñandúes) y guanacos salvajes- no sufra daños. Los caminos ripiosos que conducen a la inmensidad de tanta belleza al pie de la cordillera, son bañados por los aromas de la flora reinante de la reserva: tres tipos de jarillas, hierbas aromáticas y cactus que se confunden con las rocas, entre pastos verdes con tallo y raíces, y la planta solidaria que sirve de refugio a los animales porque mantiene la rigidez pase lo que pase.
Tanta hermosura contenida en lo alto y lejos del alcance de la mano del hombre se puede ver trasladándose hasta el museo La Laja en San Juan, pero no es lo mismo, ya que el contacto directo con el cementerio aborígen, el basurero y las cuerdas de vegetales crean el clima perfecto para asomarse desde la cueva 3 y agradecer a Dios por tanta magia.
Por si todo esto parece poco, podemos llegar hasta el Tontal y recorrer en vehículos 4x4, 30 kilómetros de plena precordillera y al llegar a los 4.000 metros, bajar y admirar como desde un balcón, la ciudad de San Juan. Si nos atrevemos a girar, veremos 450 kilómetros ininterrumpidos de genuina cordillera de los Andes, algo que sólo se puede observar si nos paramos en la punta del Tontal.
Quien visita el Valle de Calingasta no puede perderse el Cerro de los Siete Colores, El Alcázar, Villa Calingasta (vieja ciudad minera) y en invierno, Manantiales (pista de esquí). Si además se disponen de unos cuantos días para realizar el cruce sanmartiniano a caballo o mula, pueden rememorarse las épocas de conquistas patriotas.
Barreal es un sitio para conocer y disfrutar, sacándole el jugo hasta las últimas gotas y descubrir finalmente que no importa el calor o el frío, siempre hay algo divertido y maravilloso para realizar, porque sin lugar a dudas, está de turno las 24 horas, los 365 días del año.



Desde el interior de una cueva se aprecian los Andes.
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