Año CXXXIV
 Nº 49.011
Rosario,
domingo  28 de
enero de 2001
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Claromecó: Santuario de caracoles
El balneario del sur bonaerense seduce por sus playas. Un cementerio natural atrae a coleccionistas y curiosos, en especial, los días de luna llena

Corina Canale

Claromecó tiene el encanto de las playas. En la lengua de los araucanos significa Tres Arroyos, nombre del partido bonaerense que la cobija en su litoral atlántico, mientras otros traducen Claromecó como Tres Arroyos con Junquillos.
Cuando estas costas eran apenas un largo médano de dunas vivas, ya estaba allí, desde 1922, el faro que guiaba a los navegantes con sus luces inteligentes. Para llegar a lo más alto del faro hay que subir 278 escalones, esfuerzo que bien vale la pena.
Los nativos aseguran que fue el alto vigía costero el que ayudó a un hombre a llegar a la playa solitaria cuando decidió arrojarse a las frías aguas del océano desde la cubierta del barco que lo llevaba hasta el penal de Ushuaia.
Ese hombre se llamaba Cristian y cuentan que nunca se arrepintió de aquella osadía que lo desvió para siempre de su destino de convicto en el fin del mundo.
Los pocos habitantes de ese rincón marino se habituaron a su manera obsesiva de mirar el mar y lo llamaron "el pescador". Los que lleguen a Claromecó encontrarán un salto de agua con su nombre, El Salto de Cristian, que recuerda la misteriosa historia del hombre que llegó y vivió en soledad.

"El caracolero"
Muy cerca de allí hay un cementerio natural de caracoles, al que todos llaman "el caracolero", donde los coleccionistas encuentran caracolas de formas y colores rarísimos. Para los simples turistas este lugar es por lo menos extraño, y mucho más si se cumple con una tradición: ir al caracolero en las noches de luna llena.
En cambio, a La Estación Forestal hay que ir muy temprano para escuchar el canto de los pájaros entre las plantas. Allí se puede hacer un asado en los fogones, jugar un partido de vóley o simplemente disfrutar, bajo las estrellas, de los encuentros corales que se realizan en el anfiteatro natural "Ingeniero Paolucci".
La falta de un puerto en Claromecó hace que la salida al mar de las barcas, cuando el sol apenas asoma, sea un espectáculo singular. Algunos días las empujan tractores montados sobre traillers, pero cuando la marea es baja y la playa muy extendida, una yunta de caballos atados a la proa las guían hacia el agua.
Al atardecer, cuando el mar se va tragando al sol, las barcas regresan a la costa sin puerto, con las redes colmadas de corvinas y meros, pejerreyes, brótolas y lenguados. Es el agradable espectáculo sentarse en la arena y esperar a los pescadores.

Balnearios salvajes
Muy cerca de Claromecó hay otros dos balnearios que también pertenecen al municipio bonaerense de Tres Arroyos. Reta, con sus bucólicos atardeceres rojizos, y Punta Desnudez, a la que todos le dicen Orense, que es la más joven y agreste. Con su diseño de media luna es de los últimos enclaves marítimos salvajes.
Los acampantes eligen Punta Desnudez por su famoso Médano 40, una enorme duna forestada que semeja un oasis en medio del desierto. Con estos árboles soñaba allá por 1947 don Ernesto Gesell, cuando levantó la villa Dunamar con Angel Fangauf, su yerno. Dos hombres que trabajaron arduamente fijando médanos y plantando los primeros árboles.
En estas tierras del sur bonaerense, donde el hombre blanco levantó fortines en su lucha contra los aborígenes, vivió a comienzos del siglo XX un hombre que le robaba a los poderosos estancieros para saciar el hambre de los pobres. Era un Robin Hood criollo que se llamaba Pacheco y le decían "el tigre de Quequén". Se trata de una historia que los lugareños cuentan cuando el forastero comienza a hacerse amigo.



Bellas y tranquilas playas para disfrutar en familia.
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