Año CXXXIV
 Nº 49.011
Rosario,
domingo  28 de
enero de 2001
Min 23º
Máx 27º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com






Cuentos de verano: Corqui y Susan la noche del 24

Fernando Callero

Corqui y Susan atraviesan el país en un auto hecho mierda. Van a un encuentro de gordos que organiza el grupo ¡Horror! en una ignota playa del Mar Argentino donde tienen pensado manifestar a pleno su natural abyección. Vienen sudando y fumando mezcla desde Catamarca, huyendo de crímenes obviamente políticos, temiendo adelgazar o perder con el cansancio el rictus asesino de sus rostros con el que tan bien saben impresionar y conseguir beneficios.
Necesitan descansar, darse una ducha y comer más, pero la cita es al amanecer del próximo día y es tradición del encuentro que nadie se adelante a la salida del sol. Como están a 24 de diciembre dudan de poder encontrar un refugio barato dispuesto a atenderlos. Otro inconveniente es el gasoil ya que confiados en la reciente rectificación del motor se largaron con lo justo, pero entre equívocas idas y venidas e infructuosos atracos a pueblos pobres, donde a lo sumo recargaron sus tapers de comida, apenas les queda el bidón de emergencia y la plata se les está yendo casi toda en peajes.
La radio acompaña al crepúsculo con canciones navideñas. Corqui y Susan marchan en silencio con sus rechonchos bracitos asomando por las ventanillas. Acaban de recoger una provisión de hongos capaces de enloquecer a una ciudad entera y planean echarlos en el tanque de agua de la próxima, cuando de pronto Susan indica a Corqui una flecha de neón que reza Travis Hotel.
-¿Qué es eso? ¿Un hotel para travestis? -interroga Cork sacándose los mocos.
-No seas estúpido, entra -ordena Susan satisfecha.
El hotel es una cabaña de madera al final de un acceso en S bordeado de pinos de espinas susurrantes con una aureola violeta en el contorno. A primera vista se diría abandonado pero en la cochera hay tres autos y el de los gordos viene a sumar cuatro. Se quedan viendo la galería engalanada con bombillas de colores y ramos de muérdago atados con una cinta de campanitas en cada una de las puertas de las habitaciones.
-¡Mira qué hermoso! -opina Susi emocionada.
-A mí me da mala espina, el muérdago. Es natural -replica Corqui saliendo por la portezuela.
La recepción está desierta. La luz del árbol de navidad se duplica en el zócalo de espejo del mostrador y en el fondo de los estantes de bebidas donde se asoman ahora las gordas cabezas envueltas en una atmósfera de humo de espiral. Un poco mareados de tanta bondad baten tímidamente las palmas y se miran con mirada cómplice, siempre dispuestos a dar y recibir una sorpresa.
Un viejo de pelo blanco y sonrisa perfecta asoma desde detrás de la cortina.
-Adelante, adelante muchachos, estamos reunidos en el fondo.
Dos gordos intrigados se escurren por el estrecho pasaje que habilita el mostrador levadizo para correr como chiquillos detrás del anfitrión que tras sortear dos o tres habitaciones iguales de humildes y cálidas los saca al fondo por una puerta mosquitera.
Sentados a una mesa al aire libre un puñado de comensales los saluda con cortesía preparándoles un espacio en un extremo del tablón. Hay una pareja joven con una niña de tres o cuatro años sentada a una silla alta, otra pareja pero mayor y un hombre solo con aspecto de corredor de comercio. Todos manifiestan una imperceptible repulsión en algún recoveco de sus gestos que los astutos gordos no dejan de advertir y aprovechar bufando y saludando de manera ambigua. Sin llegar a ser groseros saben como incomodar y sembrar la desconfianza en todas las reuniones y dado el caso manifestar su increíble capacidad de abyección, pero en esta circunstancia deberán conformarse con inquietar al público dado que necesitan comer y dormir y algo más que todavía no saben.
El viejo les alcanza trozos de pescado asado de una parrilla puesta sobre una chapa en el suelo de tierra. El viajante va a la cocina y trae dos balones con cerveza helada y los coloca junto a los platos.
-Oh! Muchas gracias -exclama Susan-. Estamos hambrientos.
-¿Pescado en Navidad? Te dije que esto me traía mala espina -susurra Corqui por lo bajo a su compañera. Pero Susan ya está metida en una conversación que mantienen la madre de la niña y la señora mayor y entonces se concentra en su plato y en lo que empieza a contar el viejo.
-Este dorado es un regalo de Dios, por eso lo conservé vivo en el cajón para esta fecha.
-¿Y cómo fue eso don Julio? -pregunta el viajante.
-A eso iba. A lo que muchos llaman suerte yo le digo Dios porque no creo que nada bueno venga de una simple casualidad -midió el efecto de sus palabras haciendo silencio y recorriendo el auditorio con ojitos entornados.
-La otra tarde salí a recorrer los espineles, con tanta mala suerte que los encontré desencarnados y ni rastros de pescado. Después de encarnar y volver a fondearlos salí remando despacio para la costa cuando en de repente salta el bicho y solito se me mete en el bote. Enseguida reaccioné y le di de canto con el machete, sin matarlo, pero dejándolo boleado para que no muerda. Supe que Dios me regalaba la cena de Navidad y que debía estar preparado para compartirla, porque no por nada me ofrecía un dorado tan grandote.
-¡Vaya, vaya! Quién lo hubiera creído -comentó la señora mayor.
-¡Asombroso! -agregó el joven acunando en brazos a la niña.
-Estoy agradecido porque hayan venido hoy. Es mi primera navidad sin Marjorie y no hubiese soportado estar solo, porque saben, nunca tuvimos hijos.
El auditorio lagrimea, inclusive los gordos, aunque estos lo hacen por el dolor que les produce tanta bondad. Corqui se consuela sonándose los mocos de una manera volcánica adrede, pero nada más lejos de la atención de los otros, emocionados con ser parte de un cortejo de elegidos para acompañar a un santo en su cena de Navidad.
Susan mira a Cork, Cork mira a Su, desesperados y a punto de explotar se levantan de la silla. Todos enmudecen tratando de averiguar qué se proponen, pero los gordos se quedan quietos mirándolos con el peor ojo que les sale.
Corqui mira a la niña y el padre que la sostiene alzada siente el filo del horror quemándole el brazo. Instintivamente la madre coge a la niña y se la lleva a la habitación.
-¿Caballeros? -interviene don Julio.
-Nos vamos a dormir -dice Su.
-Pero cómo, todavía no son las doce...
-Lo sentimos mucho, pero estamos muy fatigados y necesitamos una ducha. ¿Puede darnos la llave de una habitación?
-Es que ya no quedan disponibles, dice don Julio paralizado por el miedo.
Los gordos por respuesta empiezan a drenar un líquido rosa chirle por las orejas que resbala por los cuellos y se les escurre en las camisolas.
-Queremos a la niña -replica maquinalmente Sue a punto de estallar.
-¿Cómo? Están locos. ¿Qué se proponen?
Corqui y Sue se colocan uno a cada lado de la mesa imponiéndose. En su mirada se adivina un "nadie sale vivo de aquí" irreversible.
-Queremos carne roja y todo el gasoil de los autos. Si no hay carne de vaca nos llevamos a la niña -Cork agarra el dorado como si fuera una jabalina y lo arroja al fuego.
El viajante no se hace esperar y corre a buscar su bidón y un tramo de manguera y comienza a chupar del tanque de su Familiar. El muchacho aprovecha para reunirse con su mujer en la habitación donde la señora mayor está ayudándola a meter la criatura dormida en una valija.
-Vamos mi amor -dice la chica.
-Buena suerte -les grita la mujer mientras los ve desaparecer por el camino oscuro del acceso. Una estrella fugaz traza un breve recorrido y desaparece en la misma dirección.



Ampliar Foto
Notas relacionadas
El autor
Diario La Capital todos los derechos reservados