Año CXXXIV
 Nº 49.011
Rosario,
domingo  28 de
enero de 2001
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Rivera, el escritor que pelea contra sus sombras

Carlos Roberto Morán

La de Andrés Rivera (Buenos Aires, 1928) es una de las voces menos discutidas de la actual narrativa argentina. Dueño de un estilo muy propio, adensado, ajustado libro a libro, ha sabido conformar un corpus literario particular, en el que convergen la historia, la denuncia social, el erotismo, el humor negro y la reflexión ontológica. Libro a libro, además, el escritor ha sabido expresarse de una manera progresivamente escueta que lo lleva a convivir con ese otro "espacio" literario que es el silencio.
Porque es en el texto breve, en el que la enunciación debe ser -y es- esencial, donde Rivera mejor se expresa. Estos "Cuentos escogidos" resultan una elocuente muestra de lo que decimos. El volumen es un producto de la selección practicada por el propio Rivera y uno de los críticos que más lo conocen: Guillermo Saavedra (compilador, por otra parte, de una imprescindible antología: "Cuentos de historia argentina"). Resulta una buena síntesis de los temas recurrentes, hasta obsesivos, del narrador que comprende y cuenta acerca de varios deterioros: el del cuerpo, el del amor, el de la ideología y, aparte, el deterioro de la propia lengua que, como bien dijo Saer, no puede ya contar como Proust, cuando sumergía la magdalena en el té.
En la selección se han incluido los relatos que componen libros recientes, como "Mitteleuropa" (1993) y "La lenta velocidad del coraje" (1998), así como una serie de en general breves inéditos reunidos bajo el título de "Preguntas". Aparecen además otros relatos, anteriores, pertenecientes a una época en la que Rivera tuvo activa militancia política. Aludimos a textos que integraron "Una lectura de la historia", preparado en 1982 y que recogiera relatos del escritor anteriores a ese año. En la presente antología varios de ellos han sido reelaborados.
Como antes se dijo, los temas son recurrentes en este escritor porteño, hoy residente en la ciudad de Córdoba. En efecto, las luchas sociales que fueron y que hoy han casi desaparecido desconcertando en grado sumo al viejo militante; el amor que nunca es certeza y que se diluye; el erotismo que no libera y que es observado casi o totalmente como antesala de la muerte: "Anoche hicimos el amor. ¿Fue en otra vida que me acosté con N., que nos desnudamos, que trepé a sus muslos, que llené de saliva su ombligo?" ("Tualé") También la degradación del cuerpo que se vuelve degradación de la condición humana. Hay pesimismo, sequedad, en Rivera. Y un humor negro, que parece dictado antes que nada por la desesperación.
En uno de los relatos, "Tránsitos", el personaje que relata lleva "Tierra de nadie" sobre sus rodillas. Es la única mención que en el libro se hace a Onetti, porque ese título corresponde a una novela poco conocida del notable (y tan poco recordado, hoy) escritor uruguayo. Vale la referencia, porque si bien es cierto que se ha hecho notar que en el primer Rivera "hay lectura" de Raymond Chandler, y en el actual de Jorge Luis Borges y Ricardo Piglia, no es ocioso vincularlo al uruguayo. Por el contrario, el pesimismo, la desacralización del amor, la visión "grisácea" de la existencia en la que quedan pocos lugares para el sentimiento y -fundamentalmente- el tono del argentino remiten en forma persistente al autor de "La vida breve".
Entiéndase, se trata de un elogio. De un verdadero elogio porque la voz y la escritura de Onetti se encontraban extraviadas y nadie parecía haberse querido hacer cargo, hasta el presente, de su rico legado.
Rivera, con un tono propio, personal, que el presente libro no hace más que ratificar, puede ser considerado "heredero" del orbe onettiano, aunque -por cierto- hay más años, más reflexión. Y, para qué omitirlo, un pesimismo aun más raigal, si cabe.



Rivera acusa ahora lecturas de Borges.
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