Año 49.007
 Nº CXXXIV
Rosario,
miércoles  24 de
enero de 2001
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Editorial
Esperanza y escalofrío

La histórica decisión del Parlamento de Gran Bretaña de legalizar la producción de embriones humanos por medio de la clonación para después extraer células que servirían de reeemplazo a las dañadas, por ejemplo, por el Alzheimer, el Parkinson, la diabetes o la cirrosis hepática representa una enorme esperanza para la humanidad. Es que mediante esa decisión los científicos podrán investigar sin cometer delito en torno de un tema que, aun cuando viene recogiendo numerosas adhesiones, padece serios cuestionamientos por parte de instituciones religiosas y de otras asumidas por ellas mismas como custodias de la ética.
Pero al mismo tiempo que esa decisión alimenta una nueva, fundada y poderosa esperanza en pro de una existencia más sana y prolongada para los seres humanos, no puede dejar de reconocerse que el conocimiento de que ya es legal trasponer la línea que impedía la creación y manipulación de la vida por métodos de laboratorio genera cierto escalofrío. Esto es así de sólo pensar todo lo monstruoso que podría ocurrir si volvieran a tener poder político aquellos sostenedores de las concepciones racistas, hoy aletargadas pero no absolutamente desterradas para siempre. Esas mismas ideas que, arrastradas durante siglos por la humanidad, provocaron la más enorme y absurda tragedia colectiva de que se guarda memoria, con decenas de millones de muertos, e infinidad de dolor y destrucción.
De todas maneras, el temor que produce ese enorme peligro latente no debe impedir -no podría hacerlo, aunque quisiera- el desarrollo de la ciencia. Porque con ello se estaría obstruyendo el avance de la humanidad hacia una existencia con menos acechanzas, por ejemplo, en materia de salud. Avance que, se sabe por experiencia, es incontenible.
Entre otras consideraciones, la ley aprobada por los parlamentarios británicos al cabo de un arduo debate permite que, mediante la técnica de la clonación, se puedan producir embriones humanos de hasta 14 días. De tales embriones se extraerán las células potencialmente reparadoras de los estragos que, entre otras, causan enfermedades como las ya citadas. Enfermedades que, al margen de algún control que pueda ejercerse sobre ellas en torno de la velocidad de su desarrollo o de la calidad de vida de quien la padece, hoy no tienen mucha cura. A estar de lo que ya se anticipa, esta situación podría ser bien distinta en unos cinco años más.
Como en todos los grandes descubrimientos de la ciencia, el asunto que importa es saber de qué manera los utiliza ese ser tan imprevisible y contradictorio llamado hombre (obviamente, también mujer). Ojalá que la virtud de la responsabilidad colectiva en la preservación de la condición humana se imponga a cualquier eventual intento por desviar el fin primigenio hacia el que, se sostiene, está dirigida esta revolucionaria y pionera ley.


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