Susana Blázquez de Escobar
Berlín condensa la historia del siglo XX atrapada en sus paredes y deslizada en cada porción del suelo. La destrucción que padeció durante la Segunda Guerra Mundial se calibró metro a metro con implacable y sostenida precisión eligiendo los blancos. Es por ello que el antiguo barrio obrero del siglo XIX con las construcciones de ladrillo de canto pulido quedó intacto. Está ubicado en las proximidades del antiguo aeropuerto y en una esquina se exhibe el avión que sirvió de puente aéreo luego de la ocupación soviética. Cuentan que los niños hambrientos esperaban a las seis de la tarde "el avión de las bombas de paja", que arrojaba desde el cielo leche en polvo y chocolate. Este barrio obrero fue escenario para la filmación de varias películas, entre otras, "Julia", "El huevo de la serpiente" y "Cabaret" (Liza Minelli). Esta última se filmó en una de las tantas cervecerías situadas debajo del puente del ferrocarril, que todavía conserva sus escenarios. Estos sitios eran antiguos cabarets, uno de ellos, el Kit-Kat sirvió de base narrativa para representar todos los matices de la degradación humana. Tal como lo sufrió el profesor Unrat en el "Angel Azul". Recorrer la avenida de Los Tilos (Unter Linden) con su puerta de Brandemburgo en el medio es adentrarse en la más rancia intelectualidad de principios del siglo XX y en sus vanguardias estéticas. Museos, librerías y galerías de arte invitan a ser descubiertas. Al dejar vagar la imaginación resuenan los ecos de la declaración de la República de Weimar y la voz aguardentosa de Marlene Dietrich. En el espacio de la Universidad, frente a la biblioteca, una placa en el suelo con la inscripción "Noche de los Cristales, 1936" indica el lugar exacto de la gran hoguera donde se quemaron la obras de Freud, Darwin y Marx; y más allá, un grueso vidrio deja ver el sótano con los anaqueles de la biblioteca vacíos. Todo engarza en el estilo neoclásico preferido por el poder. No hay tregua para el asombro. El Museo Walter Gropius, erigido en el palacio de Federico II, luce impecable. Otra de sus alas fue arrasada totalmente por las bombas. Se sabía que en el subsuelo funcionaba el cuartel de la Gestapo y las cámaras de tortura, hoy a la vista. En el mismo lugar, a nivel de la calle, dos cosas sacuden: sesenta metros de muro y un montículo prominente descuidado, cubierto por yuyos: "El bunker de Hitler", descubierto tardíamente. Pensábamos a Berlín gris y triste, en parte por su historia, en parte por el cine. Sin embargo el Berlín de hoy es verde. La profusión de arboledas y jardines impregna todo el paisaje urbano. Cada ciudadano hizo de su ventana, puerta de calle y vereda, un vergel. Por las paredes trepan enredaderas, caen helechos y las flores de mil colores exultan. Berlín fue restaurado, copiado y reconstruido respetando el estilo racionalista alemán predominante, así como el neoclásico. En cuanto al muro de la "vergüenza", cuando preguntamos, "¿por dónde pasaba?" y "¿cuál sector era éste?, los berlineses respondían lacónicamente: "no hay sector"; "no hay muro". Donde antes se alzaba el muro ahora hay alegría y bienestar. A veces no querer recordar -no es lo mismo que olvidar- resulta un ejercicio saludable y legítimo de la desmemoria y de la vida. Siempre es posible reconstruir.
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