María Roberta Silvestri, de 19 años, ojos celestes y cabello castaño claro, fue elegida Reina Nacional del Mar, en el marco de la vigésimo novena edición de la máxima celebración anual de Mar del Plata, que se realizó en el flamante escenario del Paseo Hermitage.
El intendente de la ciudad, Elio Aprile, fue el encargado de colocar la corona a la flamante y emocionada embajadora de la Feliz, María, quien heredó el cetro que durante un año ostentó Natalia Blanco.
La nueva soberana tiene una altura de 1.76, sus medidas son 88-61-91, cursó estudios secundarios completos y practica natación.
Junto a ella fueron elegidas como primera princesa, Guadalupe Juarez, de 19 años, cuya medidas son 89-67-90; y como segunda princesa, Karina Griselda Spiro, una rubia de 18 años, con las infartantes medidas de 90-64-94.
Con la presencia del intendente de Mar del Plata, el presidente del Emtur, Carlos Patrani, y de funcionarios e invitados especiales, la gran fiesta de la ciudad transcurrió bajo un cielo despejado y una temperatura de 18 grados.
Tras ser elegida la reina y las dos princesas, la XXIX Fiesta Nacional del Mar culminó con un espectáculo de fuegos artificiales, que llenaron el cielo de diversos colores y que fueron ovacionados por los miles de turistas y marplatenses que presenciaron la fiesta de mayor trascendencia de la ciudad.
Las finalistas fueron María Julieta González Bracciale, María Mercedes Garde, María Laura Griecco, Sofía Palacios, María Clara Martorello, Griselda del Valle Manfredini Angel, María Virginia Benzo, Karina Griselda Spiro, Andrea Torricella, María Clara Agüero, Mariana Roberta Silvestri y Guadalupe Dora Juárez.
En otro orden, ayer se inició el recambio de turistas en Mar del Plata. Miles de visitantes invadieron las playas más tradicionales, mientras que en largas columnas de vehículos otros tantos se dirigieron hacia la zona de Punta Mogotes y a los balnearios del sur. Las caminatas por la orilla se imponen este año tanto como los aritos en el ombligo y los tatuajes.
Un circo en la peatonal
Esta temporada, la cuadra de la peatonal San Martín que va desde calle Mitre hasta San Luis, cada noche de verano y también los días sin playa, se convirtió en una suerte de teatro callejero donde conviven estatuas vivientes con artistas de la pintura en aerosol, ambos ya clásicos personajes del circo estival marplatense.
La aventura de recorrer esa cuadra comienza justo en la esquina de San Martín y Mitre, donde se alza solemne el principal templo católico del balneario, la catedral de San Pedro y Santa Cecilia.
En esos cien metros, el turista que viene caminando desde la avenida Independencia dispuesto a ser una gota más del río humano que fluye incontenible hacia la costa puede esperar cualquier cosa, menos aburrirse. Para empezar, al pie de las escalinatas que elevan a los feligreses hacia el templo, dos estatuas de carne y hueso sólo se transformarán en vivientes cuando oigan el tintinear de las monedas en los receptáculos que descansan a sus pies. Una representa a un angel de enormes alas, gris como el de Dolina, que luego del tintineo no duda en abrazar al niño turista que quiere una foto con él.
Unos pasos más allá, posa un Sir Lancelot imponente, no por su estatura (su cabalgadura bien podría ser un pony), sino por su actitud claramente beligerante. Su gesto severo sólo se ablanda de a ratos, cuando besa con parsimonia la mano de alguna damisela en ojotas y malla que un momento antes dejó caer alguna moneda en el receptáculo que el caballero vigila de reojo, con discreción de estatua.
Pinturas y rifas
Unos pasos más adelante, luego de sortear el carro de pochoclo y garrapiñada que no es patrimonio del verano sino que se estaciona allí incluso en los rigurosos inviernos, el arte llega al turista en forma de pinturas en aerosol.
En este caso, el artista arrodillado sobre el pavimento articulado de la peatonal y rodeado de decenas de aerosoles, produce cada pocos minutos una "creación exclusiva", como él mismo las define.
Desde un pintarrajeado radiograbador alimentado con una batería de auto, un rock de los •70 da inspiración al artista que, frenéticamente, rocía con los aerosoles la tela en cuestión, pasa esponjas y alguna espátula y mezcla colores en un trozo de cartón.
El encanto no dura más de algunos minutos, los suficientes para que, antes de ponerse de pie, el hombre de manos multicolor termine su obra rociándola con fuego, no para redimirla sino para apurar el secado de la pintura.
Un aplauso espontáneo que el artista agradece discretamente es el prólogo para el materialista epílogo de la ceremonia. "Tengo cien números. Un numerito, un peso; cinco numeritos, dos pesos; y diez números, tres pesos. El que gana se lleva esta obra o alguna de las que ustedes pueden ver", explica, con precisión de perito mercantil, las reglas del juego que sólo unos pocos jugarán.