La insuficiencia cardíaca, que provoca cada vez más hospitalizaciones y muertes, se ha convertido en una epidemia en la mayoría de los países desarrollados. Se calcula que en la Argentina la padece entre el 1,5 y el 2% de la población total, y la prevalencia llega hasta el 10% en los mayores de 70 años, por lo que, según las diferentes estimaciones, el total aproximado oscila entre 300.000 y 400.000 casos. Y, en base a relevamientos de la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC), un tercio de las internaciones en el área cardiológica se deben a dicha afección, totalizando unas 100.000 hospitalizaciones al año.
Recientemente, el estudio clínico Val-HeFT, presentado en el encuentro anual de la American Heart Association (AHA), demostró que una droga denominada valsartán logra reducir en un 27,5% las internaciones por descompensación de la insuficiencia cardíaca, y que mejora la calidad de vida de los pacientes con esta enfermedad cuando se agrega a la terapia convencional.
Esta droga, perteneciente a la categoría de los antagonistas de los receptores AT1 de angiotensina II (ARA II), es la única en su clase que demostró tales resultados en un estudio a gran escala. Durante cerca de 3 años, más de 5.000 pacientes recibieron la medicación, que demostró ser segura y bien tolerada. Y se probó que enlentece la progresión de la enfermedad, y que mejora la función del corazón y los síntomas, por lo cual el paciente puede recuperar parte de su capacidad funcional, ya que se agita menos ante los esfuerzos. La reducción de los episodios de descompensación significan, además, un importante ahorro para el sistema de salud.
Falta de fuerzas
La insuficiencia cardíaca consiste en una reducción progresiva de la capacidad del corazón para bombear sangre. Tiene una alta mortalidad, ya que se calcula que 70% de los afectados fallecen antes de 10 años luego del diagnóstico. En nuestro país, 45.000 a 60.000 muertes por año son causadas por insuficiencia cardíaca. Pero, además, se caracteriza por una disminución de la calidad de vida, ya que el paciente sufre de disnea (dificultad para respirar), agitación, fatiga muscular, decaimiento general y falta de fuerzas. Se cansa ante pequeños esfuerzos, por lo cual le cuesta realizar sus actividades cotidianas, tales como caminar, bañarse o hasta cambiarse de ropa, dependiendo de la gravedad del caso.
Uno de los aspectos importantes en el tratamiento de la insuficiencia cardíaca es reducir los cuadros de descompensación, que casi siempre requieren hospitalización. El paciente puede permanecer estable, aunque esté limitado en sus quehaceres. Sin embargo, por diversas razones (abandono de la medicación, consumo de alimentos con sal, o alguna enfermedad metabólica o infecciosa, por ejemplo) se descompensa.
Esto lleva a un agravamiento de todos los síntomas, y se produce una fuerte retención de líquidos, que obliga a internar a la persona para que se estabilice. Por ejemplo, un paciente que sentía falta de aire al hacer un determinado esfuerzo, descompensado no puede tolerar siquiera estar acostado. Además, cada episodio de descompensación implica un costo tanto para la salud del paciente (cuya vida corre serios riesgos) como para el sistema sanitario, ya que la hospitalización implica cuidados intensivos, medicación más cara y atención médica.
La insuficiencia cardíaca puede avanzar en silencio durante varios años, dado que el corazón va perdiendo progresivamente la capacidad de bombear sangre, hasta provocar incluso la muerte. La sangre oxigenada que el corazón bombea al resto del cuerpo disminuye, mientras que la que retorna por las venas, sin oxigenar, no circula en forma correcta. Como aumenta la presión venosa, el líquido de los vasos sanguíneos comienza a escurrirse a los tejidos. Esto produce acumulación de líquido (edema) en los pulmones, piernas y rodillas, que se caracteriza por una visible hinchazón de las piernas. Otros síntomas son debilidad, dificultad para respirar, ahogos, tos seca, fatiga, pérdida de apetito, pensamiento confuso y palpitaciones.
El tratamiento habitual de la insuficiencia cardíaca consiste en cambios en la dieta (restringir la sal en las comidas, evitar alcohol, beber menos líquidos) y la actividad física (preferentemente aeróbica, de intensidad moderada y bajo supervisión médica), asociado a fármacos para mejorar los síntomas y consecuencias de la afección.