Año 48.998
 Nº CXXXIV
Rosario,
lunes  15 de
enero de 2001
Min 21º
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Verano 2001. Confesiones de un lanchero que lleva rosarinos al Banquito
"Al timón hay que tratarlo muy despacio, como si fuera un bebé"
Vicente Spatazza tiene todos los días, durante unos seis minutos, la vida de 80 pasajeros en sus manos

Al timón hay que tratarlo muy despacio, como si fuera un bebé, asegura Vicente Spatazza, un rosarino de pura cepa y canalla hasta la médula que desde hace quince años se encarga de conducir embarcaciones y hoy timonea una de las nueve lanchas de pasajeros que cruzan diariamente al Banquito, frente a La Fluvial. Tiene un cierto parecido con Toti Ciliberto, el famoso integrante de la troupe de Videomatch, y quienes lo conocen aseguran que es un verdadero personaje. Todos los días, y durante los seis minutos que dura el viaje hasta la isla, las vidas de 80 personas están en sus manos. Al río nunca hay que perderle el respeto, advierte.
Si bien estar en el agua siempre fue su pasión, recién hace doce años empezó a cristalizar ese sueño. Sus manos aferraron todo tipo de timones, desde el de barcos areneros hasta embarcaciones comerciales. Hoy, se siente feliz al comando de la Diamante I. Es mi segunda casa. Cuando estoy de vacaciones vengo a verla porque me cuesta mucho estar en la ciudad, confiesa. Lo cierto es que la frase se vuelve difícil de comprender cuando al rato explica que trabaja desde las ocho de la mañana hasta más allá de las diez de la noche.
A la hora de desentrañar los códigos que rigen entre la gente que se mueve en el río, Vicente dice que es imposible tener enemigos. No podés, acá el que se lleva mal con alguien es un tonto, porque si te vas para abajo, el que te va a ayudar es el que está con vos todos los días, explica.
No obstante, subraya que con quien más afinidad se logra es con el marinero que integra la tripulación. Es que en cada lancha que cruza a la isla, tanto el patrón motorista (el que conduce la embarcación) como el marinero integran un equipo. El marinero se convierte en los ojos de mi espalda. Yo lo miro y ya sabe lo que quiero hacer, señala.
Si se le pide que defina a sus pasajeros, no lo duda: Son exigentes, el rosarino es exigente, es muy difícil dejarlo conforme, pero el cliente siempre tiene la razón.
Eso sí, quienes sean amantes de Ráfaga, Los Palmeras y toda la movida tropical deberán esperar otra lancha. Conmigo no hay cumbia, anuncia, para resaltar que en la Diamante I lo que se escucha es sólo rock nacional.
Conocedor del río y de los lugares más recónditos de las islas, no puede dejar de opinar sobre el posible desembarco del topless en esas costas. En realidad eso no es nuevo, sorprende, y adelanta que el topless se hace desde hace tiempo en la isla, pero en lugares que no son muy accesibles. Acto seguido, guarda un silencio cómplice cuando se le pregunta dónde están esos parajes.
Cae la tarde y vuelve a zarpar, en rigor, cruzará el río unas veinticinco veces por día. Y volverá a hacerlo hoy, y mañana, y pasado. Cuando esté de franco, volverá para observarlo. Es su vida, su pasión. El río es todo, y no podría vivir lejos de él, remata.



Para Spalazza, el río es todo.
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