La conversación está a punto de terminar. El ex convicto camina al lado del periodista y de pronto lanza la pregunta que le da vueltas en la cabeza desde hace ya casi una hora. Decíme la verdad, ¿acaso tengo pinta de asesino y torturador?. Como no hay respuesta, da una profunda pitada final al cigarrillo que se consumía entre sus dedos y entrega una frase que destila resignación. Nunca voy a entender por qué casi me tengo que comer el garrón de una perpetua, dice mientras posa la mirada en algún punto del infinito.
El hombre que quiere saber si tiene pinta de asesino y torturador tiene 30 años, aunque parece de más, y todavía es un oficial de la policía. Estuvo cuatro años y cuatro meses detenido, pero desde hace apenas unas horas camina otra vez por las calles de la ciudad en la que nació y se crió hasta que lo mandaron a trabajar a Las Rosas, Bouquet y Armstrong.
Se llama Juan Carlos Vallejos y ya está acostumbrado a ver su nombre en el diario. La primera vez fue como sospechoso de asesinar a un preso dentro de la comisaría de Armstrong junto a otros policías. La segunda como el único autor material de las torturas seguidas de muerte contra el detenido. Y la última, hace apenas dos semanas, como el oficial que ya había sido condenado a prisión perpetua que no torturó ni mató a nadie y que terminó sentenciado a cuatro años y medio de prisión por delitos menores. Yo volví a nacer. Soy inocente y me habían dado perpetua, pero al final se hizo Justicia, dice Vallejos ahora que la Cámara Penal modificó el fallo original del juez Luis Giraudo, aquel que lo condenó a la pena máxima por un crimen que afirma no haber cometido.
La muerte que le atribuían es la de Raúl Valentín Flecha, un vendedor ambulante rosarino que cayó preso en Armstrong simplemente porque estaba borracho. Entró a la comisaría antes del mediodía del 6 de septiembre de 1996 y después desapareció. Lo encontraron dos días después, en un canal que desagota al río Carcarañá, y la conclusión fue que lo habían asesinado.
Los policías que estaban de guardia -Vallejos, los cabos Héctor Oscar Díaz y Ramón Angel Campos, y el agente Antonio Francisco Elías- dijeron que Flecha se había ahorcado con su propio cinturón, y sólo admitieron que ocultaron el cadáver para evitar que los castigaran.
Los cuatro fueron procesados por homicidio, pero en mayo de 2000 el juez Giraudo condenó a Vallejos por la muerte del detenido y a los otros policías por encubrimiento. Los abogados Adrián Ruiz y José Ferrara apelaron: para ellos, las torturas y el homicidio no fueron probados. Y los camaristas Ernesto Pangia, Alberto Bernardini y Eduardo Sorrentino les dieron la razón basándose en las pericias forenses. Según el fallo, a Flecha no lo mataron: se mató solo.
No sé por qué me condenaron
A las tres de la tarde del jueves, Vallejos cruzó el umbral del penal policial que está en Dorrego al 900 y volvió a ser un hombre libre. Había pasado 1569 días en prisión, unos cuantos más de lo que le corresponden por la pena que le dieron: cuatro años y medio por fraguar el libro de guardia de la comisaría para que pareciera que Flecha nunca había estado detenido.
No sé por qué me condenaron, nunca lo voy a entender, dispara ahora con un tono que denota dolor pero no resentimiento. Eso sí: Vallejos defiende su inocencia pero casi no da detalles sobre lo que ocurrió con Flecha. Cada vez que escucha esa pregunta devuelve la misma respuesta, casi calcada. Yo casi ni vi a Flecha. Los médicos del hospital llamaron diciendo que estaba borracho. Lo único que hice fue ir a buscarlo y llevarlo a la comisaría. No sé lo que pasó después porque yo era el sumariamente de turno y no tenía contacto con los detenidos. Eso era responsabilidad de la guardia, explica.
-Pero aún en el caso de que Flecha se hubiera suicidado, usted debió haberse enterado.
-Yo no sé lo que pasó una vez que lo encerramos. De muchas cosas recién me enteré después, cuando me llevaron preso.
Y es todo. Vallejos evita contar otros detalles sobre lo ocurrido aquel día, y es imposible saber si lo hace porque oculta algo o porque no quiere comprometer a otra u otras personas. Repite una y otra vez que no sabe qué hicieron sus colegas mientras el vendedor ambulante estaba en el calabozo de la seccional, y asegura que ni siquiera fue él quien modificó el apellido del muerto en el libro de guardia para que dijera Rocha donde antes decía Flecha.
Me pregunto por qué jamás me hicieron una pericia para saber si fuí yo el que hizo eso, dispara y sabe que a esta altura ya no tendrá respuesta. Pero para él no se trata de una cuestión menor: al fin y al cabo, por eso lo condenaron a cuatro años y medio de prisión y a 10 años de inhabilitación para ejercer cargos públicos. La primera pena ya la cumplió, la otra le impide volver a ejercer como policía. A ese garrón me lo voy a tener que comer igual, dice. Como otras veces durante la entrevista, da la sensación de que Vallejos guarda algo, quizás el nombre de quien modificó el libro de guardia, y también que nada le hará romper el silencio.
Hagan todo lo posible para sacar a este muchacho, que es inocente y vale oro, cuentan los abogados José Ferrara y Adrián Ruiz que les dijo el jefe del penal policial el día que asumieron la defensa de Vallejos, en mayo de este año, cuando ya lo habían condenado a prisión perpetua. El jueves, cuando Vallejos se convirtió en un ex convicto, el mismo jefe lo llevó hasta su casa, en la zona sur, donde se reencontró con sus padres y sus tres hermanos, uno de ellos comisario y subjefe de una comisaría de Rosario.
Vallejos estuvo casi 1600 días preso. Durante ese lapso estudió y se recibió de mecánico dental, pero no pudo empezar la carrera que más le gusta. Siempre pensé en estudiar, y cuando caí preso con más razón: ahí a uno le sobra el tiempo y lo mejor es poner la cabeza en cosas positivas, afirma. Ahora hace planes para empezar en 2002 y recibirse cuando pueda.
Mientras estuvo detenido no sólo estudiaba: también hacía cerámicas y otras manualidades. Eso me permitía mantenerme sereno, cuenta. Igual que la perrita que le regalaron hace unos meses, después de la condena a perpetua. Es un animal chiquito (Cuidado con el perro: no lo pise, decía un cartelito en la puerta de su celda) pero muy compañero, que ahora se llevó con él a su casa.
No se queja de los días que pasó en prisión, y hasta agradece al juez Giraudo que le haya otorgado permiso para estudiar. Pero hay algo que le duele más que cualquier otra cosa: dice que por todo lo que pasó, a su padre le dio un derrame cerebral que lo dejó postrado. Mi única obsesión era que él me viera libre algún día, y por suerte se me dio, confiesa.
Hasta hoy no lo entiendo
Hay un momento que Vallejos recuerda una y otra vez con todos los detalles. Ocurrió el día que lo llevaron a los tribunales para notificarle la sentencia de primera instancia. Estaba seguro que me absolvían y que quedaba libre. Además, (el agente Antonio) Elías entró primero al juzgado y lo ví salir contento así que pensé: está todo bien. Cuando me senté, un señor me dijo: Usted tiene perpetua, así, como si nada. Recién después me leyó partes del fallo y supe que me condenaban por torturas seguidas de muerte. Firmé y me fui sin decir nada. Y la verdad es que hasta hoy no entiendo por qué me condenaron.