Año CXXXIV
 Nº 48.996
Rosario,
domingo  14 de
enero de 2001
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Análisis: Tirándole el anzuelo a Chacho Alvarez

Mauricio Maronna

A tres meses de haber sido poco menos que echado del poder, buena parte del gobierno pide a gritos que Carlos Alvarez sea candidato a senador. El Operativo Retorno se transformó ya en el culebrón del verano y trazó una divisoria de aguas en la Alianza.
Los progresistas del oficialismo (léase Storani, Alfonsín e Ibarra), además del ¿keynesiano? Machinea han entendido que más allá de la exasperante invocación a los supuestos milagros que traerá el bendito blindaje, la sociedad empieza a prestarle atención a la fecha de los comicios legislativos para mostrar su desencanto con el gobierno. Y que, con Alvarez fuera de la agenda, el elefante al que han despertado de tanto nombrarlo (Cavallo) amenaza con transformarse en la vedette electoral.
Se sabe, el poder, a diferencia de Dios, no está en todas partes pero sí atiende en Buenos Aires.

Sushi con champán
Solamente la miopía advenediza del hoy disperso Grupo Sushi fue capaz en el oficialismo de descorchar champán para celebrar el adiós del vicepresidente. Carlos Corach, un cuadro del menemismo, al que hoy muchos empezaron a revalorizar, lo dijo con todas las letras: Su renuncia les va a hacer mucho daño, les advirtió a los radicales. No jodan con el Chacho, les había pedido antes a los senadores peronistas.
El blindaje le quitará por un tiempo el estrés a Machinea y le dará viento de cola a la economía pero no borrará la crisis política. Sin Chacho en escena, el Frepaso nacional se reduce a un puñado de dirigentes capaces y presentables (Alessandro, Cafiero y unos pocos más), y a la gestión institucional de Ibarra y Binner en las dos principales ciudades del país. No hay mucho más.
Este partido, así como está, no sirve para un carajo, dijo entre sus íntimos alguna vez Alvarez. En pocas horas más reunirá a la conducción del Frente Grande: se esperan nuevos cachetazos.
Pero Alvarez tampoco salió demasiado fortalecido tras la renuncia, y su gelatinosa propuesta de crear un Movimiento de Ciudadanos Independientes quedó sepultada por la indiferencia. Salvo Alfonsín (un presidente vitalicio para la UCR), nadie puede quedarse al margen sin desaparecer.
Chacho debe reconstituir el vínculo con quienes lo votaron: la única forma es revalidar títulos en una contienda electoral. De la Rúa ya tiene en su poder las encuestas que marcan que el candidato Alvarez le daría una paliza mayúscula a Cavallo y relegaría al PJ.

Un gobierno módico
Al presidente no lo une el amor con su ex vice sino el espanto que le produciría una derrota en su propio territorio. Pero Alvarez demorará el sí hasta que los diarios empiecen a batir el parche con la remanida referencia al Operativo Clamor e impondrá sus condiciones. Pedirá más presencia en las grandes decisiones, que la reforma previsional no salga por decreto, que De Santibañes, Flamarique y Nosiglia dejen de operar y que el gobierno empiece a cumplir con sus módicas promesas (pero promesas al fin) de la campaña.
Como aperitivo le mandó un misil al senador Leopoldo Moreau y al bloque radical, acusándolos de complacencia con los escándalos de los sobornos en la Cámara alta.
En el gobierno saben que perderán en varias provincias, que el PJ lavó su imagen con su inédita característica de partido policéntrico y que una derrota catastrófica pondría en peligro la gobernabilidad durante los dos últimos años. Los progresistas del oficialismo meritúan que ese escenario tornará imposible seguir frenando a Cavallo, ese enemigo del alma del alfonsinismo.

Angeles y predicadores
Alvarez está más hermético que nunca. Barrunta que una parte del polo progresista que lo siguió como a un predicador se fue en busca de otros ángeles. Y sabe que quienes aún no le han retirado el voto de confianza esperan, por una vez, una acción política que vaya más allá de los gestos.
Volver para seguir avalando medidas impopulares se parecería demasiado al suicidio político. Seguir delegando responsabilidades y alejarse del día a día hará engordar a los cuervos que crió y que esperan, sigilosos, el zarpazo del final.
Chacho escucha los ladridos y evalúa los pro y los contra de salir a cabalgar. La respuesta demorará un par de meses.



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