Carlos Roberto Morán
El escritor correntino José Gabriel Ceballos es un autor que libro a libro apuesta al riesgo. Y así en estos momentos, cuando su obra comienza a trascender los límites nacionales, en vez de refugiarse en la comodidad del mundo conocido -su territorio libre de Buenavista- opta por sacarse ese presunto peso de encima e incursionar en otro orbe, citadino y cultural que, en pleno desdibujamiento de las ideologías, se manifiesta en crisis. Tal el eje referencial de su más reciente libro, Complicaciones intelectuales, publicado por la Editorial de la Universidad Nacional del Nordeste luego de haber recibido mención de honor en la Bienal Latinoamericana de Valencia, Venezuela. Como se dijo, no aparece acá Buenavista, con su mundo altamente referenciado en el que confluyen costumbres, leyendas y paisaje -los del campo correntino- sobre los que Ceballos aplica una mirada irónica, a veces hasta cáustica, y al mismo tiempo actual, desacralizadora, persistentemente humorística y siempre reflexiva. De aquello lo que el autor de El patrón del chamamé ha trasladado a estos cuentos de ciudad han sido el humor, la ironía y la reflexión, pero con el cuidado de que hasta en su forma de expresarse se perciba la visión diferente de la nueva apuesta. Esta vez su interés se detiene en la desacralización de la cultura. O, es una segunda posibilidad, le ha importado hablar sobre el ámbito cultural cuando éste aparece atravesado por una alta desacralización, así como por cuestionamientos, por interrogantes que por ahora no admiten respuestas salvo el constatamiento reiterado de la incertidumbre. Sus relatos son de anécdota variada y resolución disímil: En La revolución posible un intelectual de los setenta intenta mantener la llama revolucionaria a través de un libro en elaboración que, luego se sabrá, se sustenta en la superchería; en Importar en la historia los planes siniestros de la dictadura aparecen como elaborados por un viejo burócrata en el que nadie cree; en Amar a poetas una mujer se realiza si se relaciona con poetas a los cuales la experiencia amatoria no termina favoreciéndolos, por decirlo de cuidada manera; en Puro teatro se devela que, al menos para algunos actores, los sentimientos son en verdad pura representación; en Clones en fuga una máquina sexual puede devenir en máquina de la muerte de la que hay que huir; en En el umbral muertos en un hecho de violencia contemplan la anécdota de los vivos; en Modigliani fue un sabio, al parecer sustentado sobre hechos autobiográficos, la reflexión sobre Eros y muerte se confunde, en uno de los textos más importantes del libro. Y, por fin, en Teléfono celular Ceballos construye un cuento que gira en torno a la venganza y que nos resultó, en cuanto a trabajo, lo más logrado del libro, una perfecta miniatura narrativa. Se podrá advertir, además, que en las historias antes aludidas, y en otras, aparece una y otra vez citada la muerte, como hecho, pero también como referencia inexcusable. Idea, hecho, quizás obsesión, a la que ataca desde distintos flancos, especialmente el humorístico y que se vuelve centro neurálgico de Modigliani fue un sabio, cuento en el que la discusión sobre la belleza femenina que estaría asentada en el cuello (de ahí la referencia al pintor italiano) esconde en realidad el dolor que siente el relator ante la irremediable pérdida de un amigo pintor, con el que dialoga en las playas brasileñas. Y que por la presencia omnímoda de la muerte (se percibe su olor, podría decirse) las torna un paisaje casi irreal. Como tantos otros, Ceballos sigue siendo desconocido para el gran público argentino. Ante tal panorama lo aconsejable es tomar el atajo de buscar el presente libro y leerlo. El mundo particular que nos narra el autor merece el esfuerzo.
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