La presunta demora en llamar a los bomberos, el hecho de hacer salir a los presos a través de lo que era el principal foco de incendio y la represión injustificada sobre los presos aparecen como posibles claves del hecho que costó la vida de trece detenidos de la seccional 25ª, en el siniestro ocurrido el pasado 15 de noviembre.
Los testimonios de los presos recopilados en la causa que desarrolla la jueza Susana Pigliacampo revelan asimismo que la guardia policial que se hallaba en el lugar tenía una relación especialmente conflictiva con los internos, determinada por presuntas actitudes provocativas.
La causa está caratulada como tentativa de fuga e incendio intencional seguido de muerte y tiene como imputados a los trece sobrevivientes del peor desastre de la historia carcelaria de Santa Fe.
A través del fuego
Alrededor de las 16 del día mencionado un grupo de presos salió del penal por un hueco practicado en la puerta enrejada de ese sector y fue al penal de buena conducta. Al comprender que no había posibilidades de escape, los detenidos regresaron a sus celdas.
En ese momento llegaron al pasillo que daba al penal común el oficial Sergio Blanche -a cargo de la seccional- y el cabo de cuarto, agente Rubén Martínez. E instantes después comenzó el incendio, al arder unos colchones apilados en el ingreso a los calabozos.
En el techo del penal se encontraban el agente Raúl Javier Moyano, Horacio Gómez -detenido de muy buena conducta-, el sargento de Gendarmería Víctor García -visita del anterior- y un policía de Inspección IV todavía no identificado. En el interior de la comisaría estaban Blanche, Martínez, y la agente Ada Meneses. Los presos revelaron que otros dos efectivos llegaron poco después del incendio: el comisario principal Miguel Forte y el comisario Hugo Correa, jefe y segundo jefe de la 25ª.
La agente Meneses, en la guardia de la seccional, era virtualmente el nexo entre la seccional y el mundo exterior. Por orden de Blanche, según dijo, llamó primero al Comando Radioeléctrico de Villa Gobernador Gálvez, después a la Guardia de Infantería, a continuación a los jefes de la 25ª y finalmente a los Bomberos Zapadores, en cuya central el llamado ingresó a las 16.49.
Meneses insistió en que los bomberos tardaron mucho. Martínez calculó que tardaron una hora. Sin embargo, los Zapadores llegaron a la seccional 25ª apenas 16 minutos después del llamado. Y dos minutos antes se habían presentado los Voluntarios de Villa Gobernador Gálvez, quienes extinguieron el incendio ocho minutos después de ser avisados de lo que ocurría.
De acuerdo a los elementos recolectados, parece evidente que no hubo tardanza de los bomberos sino en la decisión de llamarlos. La encargada de los Bomberos Voluntarios de Gálvez, Elsa Libreri, señaló en su declaración judicial que el fuego pudo haber sido controlado mucho antes. Llegando a tiempo se puede evitar todo, dijo.
Según Desiderio González, Mario Mendoza y Horacio Gómez, detenidos de buena conducta, los hechos comenzaron a las 16. Los Voluntarios de Gálvez entraron a la comisaría a las 17.03.
Apenas se declaró el incendio, los policías de la 25ª tomaron recaudos para evitar una posible fuga. El Comando de Gálvez recibió la orden de cubrir el exterior de la comisaría. Luego abrieron a patadas la puerta enrejada del penal y llamaron a los presos a salir del lugar.
Al mismo tiempo, según la versión policial, trataron de combatir el incendio con los dos matafuegos con que contaba la seccional y con la ayuda de los policías que se hallaban en el techo y que derramaron sobre las llamas un tanque de agua de una casa vecina.
Los cacos no son personas
Los detenidos estaban obligados a pasar por el principal foco del siniestro: nos hicieron pasar por encima del fuego, dijo uno de ellos, Emanuel Cortés. Además, agregó Sergio Fuentes, cuando abrieron las puertas nosotros tratamos de salir corriendo para escapar del fuego y la policía nos respondió con dos disparos.
Iván Martínez Maldonado agregó que decían que salgamos pero tiraban escopetazos. Según ese y otros relatos, los policías disparaban desde el pasillo ubicado frente al patio y desde la ventana. Además se reían y decían «mueran los cacos».
Esta observación se encuentra en casi todos los relatos de los detenidos. Según Fuentes, el grito era que se mueran los cacos, no son personas. Según Marcelo Espíndola, el cabo de cuarto Martínez decía que tiren agua y el subtaquero (sic) Correa decía no le tiren agua, que se mueran los cacos.
Ezequiel Arroyo agregó que en la ventana de rejas estaba el oficial, que decía «quieren fuego, ahí tienen fuego». El mismo oficial, según este testimonio, estaba tan fuera de sí que golpeó con un palo a uno de los presos mientras agonizaba.
Este muchacho estaba en el piso todo quemado y pedía un vaso de agua. El oficial, con el palo, le pegó como siete veces en la cabeza, reveló el detenido que identificó erróneamente al policía como Carrizo -nombre que no corresponde a ninguno de los efectivos entonces presentes- pero aseguró poder reconocerlo.
Los presos denunciaron además que, a medida que salían del penal, iban siendo apaleados por personal de la Guardia de Infantería, que había ingresado al lugar con máscaras para evitar los gases tóxicos. La paliza habría sido indiscriminada: nos pegaban con palos, (a) quemados y no quemados, dijo Martínez Maldonado.
Nos empezaron a tirar escopetazos para que nos metamos para adentro -declaró Daniel Grande-. Yo después salí solo y me caigo y la policía nuevamente empezó a los palazos (...) todos (los policías) pegaron. Y lo que no me gustó fue que le tiraron agua a los pibes que ya estaban afuera y que estaban quemados y no se les puede tirar agua a los quemados (...) El que me da el tacazo a mí es el sumariante, uno alto.
Los golpes siguieron en el comedor de la comisaría, donde se reunió a sobrevivientes y heridos. Yo me preguntaba cómo les podían pegar, si estaban todos quemados, recordó Arroyo. Por circunstancias aún ignoradas, el castigo se concentró particularmente en algunos presos, como Martín Andriotti, a quien sacaron al costado y le empezaron a pegar (...) yo pensé que lo llevaban para curarlo pero (era) para golpearlo más.
Otro punto de discordia es la relación previa que mantenían los presos y los policías. Yo siempre fui de la idea de darles todo lo que se puede para que estén lo mejor posible, yo no quería que les falte nada, afirmó Blanche.
Los presos dieron al respecto un relato diferente. Uno de ellos indicó que en la comisaría todo era tranquilo salvo cuando está la guardia que estaba en ese momento, porque siempre buscan la reacción, nos insultan y todas esas cosas. Otro aseguró que periódicamente recibían amenazas. Un tercero escuchó decir a Blanche a estos los matamos.
De acuerdo a los datos de la investigación, surge la hipótesis de quelos presos que murieron fueron los que, desesperados por la situación y apremiados por los policías, se apuraron para salir del penal y no tomaron ningún recaudo para evitar la inhalación de los gases tóxicos que liberaban los colchones. Los desesperados que salían se quemaron todos, dijo Espíndola.
Los sobrevivientes fueron los que -contra las indicaciones del personal policial- se arrojaron al piso y se cubrieron con mantas y ropas a la espera de que el fuego menguara para salir del penal.
El sargento García dijo que se fue de la comisaría apenas comenzaron a llegar los refuerzos policiales. Aclaró que entonces el fuego había sido extinguido, aún antes de que llegaran los Bomberos Voluntarios. Es decir que, como algunos de los presos advirtieron por simple instinto de supervivencia, lo mejor era buscar un lugar a cubierto de las llamas y no lanzarse sobre el fuego, como según los testimonios ordenaban los policías de la seccional.