El domingo, mañana, pasado. Los plazos son cada vez más cortos, y aunque nadie se atreve a confirmar la fecha ni a decir cuándo, es inminente la convocatoria oficial del papa Juan PabloII a un consistorio para crear una veintena de cardenales, entre los cuales estarían dos o tres argentinos. Pregúntese a quien se le pregunte, tanto en el ámbito local como en la Santa Sede, la respuesta es siempre la misma: En estos días, pero las precisiones no llegan a pesar de que es vox populi que el octavo anuncio de esta índole será a la brevedad.
Sea cuando sea el llamado papal, traerá buenas noticias para el Episcopado argentino, ya que casi con seguridad el Pontífice nombrará dos nuevos cardenales para sus filas y hasta tres, si se cumplen las presunciones de los más optimistas. Más allá de los anhelos y especulaciones, el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Bergoglio, es quien tarde o temprano llevará el color púrpura en su cintura, tanto por méritos propios como por las prerrogativas que le otorga ser el primado de la Argentina.
El otro es monseñor Jorge Mejía, que ha desarrollado desde 1977 una intensa e interesante carrera en la Santa Sede y hoy regentea el Archivo y Biblioteca Vaticana, un cargo que la tradición premia con el capelo cardenalicio.
El tercer hombre en pugna es monseñor Estanislao Karlic, arzobispo de Paraná y titular del Episcopado, pero -a pesar de su estrecha amistad con Juan PabloII- es muy probable que quede al margen del colegio cardenalicio, responsable de elegir en un futuro cónclave a la máxima autoridad de la Iglesia católica.
Las versiones sobre estas tres candidaturas crecieron en los últimos días, gracias al reconocimiento particular que hizo el Papa de la tarea pastoral y social de estos tres prelados durante la audiencia que mantuvo con el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini.
Mirás es cardenable
Otros que habrían quedado en el camino, momentáneamente, serían los arzobispos Carlos Ñáñez (Córdoba), Eduardo Mirás (Rosario), José María Arancibia (Mendoza) y Héctor Aguer (La Plata), ya que las fuentes consultadas estimaron que son cardenables en el mediano plazo.
De confirmarse los pronósticos sobre dos o tres nuevos cardenales autóctonos, la Argentina pasaría a tener -como en su mejor época- cuatro príncipes de la Iglesia, dado que ya cuenta con los arzobispos eméritos Juan Carlos Aramburu (Buenos Aires) y Raúl Primatesta (Córdoba).
El último obispo elevado a esta categoría fue el fallecido Antonio Quarracino, a quien el Sucesor de Pedro le encomendó, en 1991, amar a Cristo, ser su testigo y hacer que sea amado. Amar a la Iglesia, defenderla y hacer que se la ame.
Desde entonces, y a pesar de haberse celebrado dos consistorios más, la Iglesia local no tuvo el privilegio del cardenalato, algo que históricamente había sucedido en siete oportunidades.
Además de Quarracino (1991), Aramburu (1976) y Primatesta (1973), alcanzaron el purpurado Santiago Copello (1935), Antonio Caggiano (1946), Nicolás Fasolino (1967) y Eduardo Pironio (1976).