Año CXXXIV
 Nº 48990
Rosario,
domingo  07 de
enero de 2001
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Andes ecuatorianos: Las diabluras de Lucifer
Un mágico lugar en la selva amazónica despierta el sopor de un intrincado camino, plagado de creencias

Se puede creer que el diablo es un ser colorado, malvado y con cuernos, pero esa es sólo una manera de imaginarlo. Para conocer donde cuece sus maldades el pailón ecuatoriano hay que caminar mucho y arriesgarse a dejarle algo de uno a Mefistófeles.
Esta experiencia sólo se vive en Ecuador, el pequeño país sudamericano, donde en la provincia de Tungurahua está la ciudad turística de Baños de Agua Santa, famosa por sus aguas termales, pero mucho más porque se dice que allí mora Lucifer.
Algunos llegan pedaleando, pero también hay vehículos con los que iniciar un descenso de 30 minutos por la comarca andina y entrar a la misteriosa Amazonia.
La carretera está un tanto maltratada, pero es emocionante pasar por un túnel de 200 metros y por el encañonado del río Pastaza, 300 metros en bajada, un camino rocoso con mucha vegetación y cascadas como Manto de la Novia y Agoyán.
Hay que cruzar la Puerta del Cielo, llamada así porque sus aguas caen constantemente sobre las rocas. Desde allí el calor húmedo de la Amazonia va desplazando al frío de las sierras.
Las típicas casas serranas se mezclan con las amazónicas de techos de cade -hojas de una palmera-, en el pueblito de Río Verde, a 1.500 metros de altura. Desde ese lugar el descenso es tan pronunciado que cuesta detener el paso.
Un sendero ancho, atrapado por helechos, orquídeas y cañas altas de bambú, preludian la cercanía del destino de nombre macabro: El Pailón (Sartén profunda) del Diablo, donde el canto de los pájaros es dulce y melodioso y las hojas de las plantas son tan grandes que los indios las usaban como paraguas cuando llegaban las tormentas furiosas del Amazonas.
El sendero de tierra y piedras se humedece al ir descendiendo, sin dejar de ser firme; entonces se llega a la puerta de El Pailón, una empinada y corta subida que hechiza a los visitantes.
El ruido es ensordecedor y es imposible no conmoverse ante la belleza de esa cascada de agua rumorosa que se desploma desde 50 metros, con una fuerza que eleva los chorros níveos aún mucho más. Los que buscaban allí a Lucifer sienten que están encerrados entre gigantescos peñascos.
Recuperarse de esa sorpresa, una maravilla de la naturaleza, no es fácil. Aún sabiendo que el agua viene del río Verde, de los Llanganates y de la cascada de San Vicente, y que va al Pastaza.
Los ojos no saben si mirar para arriba, donde el sol le prende colores al agua bulliciosa, o hacia abajo, una experiencia que llama al vértigo. No todos la ven, pero abajo, entre la espuma que se torna agua clara para llegar al Pastaza, la cara del diablo aparece entre dos piedras.
Dicen que si el viajero se concentra y su espíritu destila una maléfica intención, también se ve el rostro de Mefistófeles en una de las altas paredes rocosas. Otros afirman que en ese lugar, El Pailón del Diablo, la espiritualidad se eleva y fluyen los buenos sentimientos. Algo así como las dos caras de una misma moneda.
La sensación es que en este lugar de la selva el proceso de la creación divina aún no concluyó. Algunos sienten que parten con nuevas y buenas energías, y otros que algo de ellos, vaya a saber qué cosa, quedó allí. Tal vez, esta dualidad de sentimientos sea la más terrenal de las diabluras de Lucifer.



Las cascadas cercanas a la morada de Lucifer.
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