Gabriela Zinna
Los hechos que se han conocido recientemente no fueron los primeros. Fueron sí, los que tuvieron una amplia difusión, la punta del iceberg, cuya mayor parte estaba oculta. Esta frase, referida a los escándalos desatados el año pasado en el Honorable Senado de la Nación, fue repetida muchas veces, pero Orlando Juan Rigoli la llena de contenido y la fundamenta en su libro. El periodista parlamentario da cuenta de la realidad que se vive en los despachos y pasillos del Congreso Argentino desde 1983. El autor comienza citando un refrán popular norteamericano: Nunca preguntes cómo se hacen las salchichas y las leyes. El anónimo en el que se denunciaban coimas que habrían recibido algunos senadores para votar la reforma laboral, que circuló por el Congreso y desembocó en la renuncia del entonces vicepresidente Carlos Chacho Alvarez, junto con la confesión del senador justicialista de Salta, Emilio Cantarero, a la periodista del diario La Nación, María Fernanda Villosio, pusieron a la Cámara Alta en el ojo de la tormenta, explica Rigoli, quien además sostiene que hasta ahora los mayores escándalos del Poder Legislativo desde el 83 en adelante habían sido protagonizados por diputados, mientras el Senado mantenía un perfil bajo. Uno de los temas centrales del libro es el accionar de la Comisión Bicameral de Reforma del Estado y Seguimiento de las Privatizaciones, donde el autor muestra que peronistas y radicales lograron salvar diferencias en la mayoría de las oportunidades. La Comisión Bicameral de Reforma del Estado es un espléndido lugar donde rastrear el núcleo de la corrupción del Senado, destaca Rigoli y luego apunta que la época de mayor «esplendor» de la Comisión tuvo al frente a Liliana Gurdulich de Correa, senadora justicialista por Santa Fe. La ingeniera Gurdulich supo ser integrante de lo que dio en llamarse la «cooperativa» santafesina, que entre otros conspicuos miembros contó con el inefable y actualmente desaparecido ex diputado nacional y ex embajador en Paraguay, Luis Ignacio Rubén Cardozo y el destituido vicegobernador de aquella provincia, Antonio Van Rel (sic), más conocido por su apodo «el Trucha». Pero en el texto hay otros protagonistas familiares a los santafesinos. Alberto Natale padeció con estoicismo los embates de la senadora y es un testigo privilegiado de los manejos discrecionales que se pusieron en práctica por aquellos años. Las espaldas de la senadora Gurdulich estaban bien guardadas, indica el autor. Rigoli subraya que si bien durante el período en que el diputado justicialista por Buenos Aires Raúl Alvarez Echagüe presidió la comisión, se emprolijaron las cosas, con la llegada de (Jorge) Massat todo volvió a foja cero. El senador reutemista oriundo de Villa Ocampo tiene su espacio ganado en este libro. Los escándalos que rodearon los debates sobre la ley de patentes medicinales, también son analizados. Rigoli recuerda la disputa pública mantenida el año pasado entre el diputado nacional justicialista Claudio Sebastiani y el corresponsal del Washington Post, Martin Andersen. El autor recuerda que el norteamericano denunció que el ex presidente de la Unión Industrial se jactó de haber ensobrado personalmente 25 millones de dólares para repartir entre los legisladores. Los viajes de los senadores con sus familias, los pequeños negocios, el crecimiento patrimonial de los funcionarios y hasta el prontuario de algunos legisladores son ventilados en este libro escrito en lenguaje claro y sencillo. Rigoli define la situación del país y de la Cámara alta. Es como si en esta Argentina de ética tan devaluada, en el Senado, que debería dar el ejemplo, esa devaluación llegara a su máxima expresión, potenciada por el lugar que ocupan los protagonistas de los escándalos. Las cosas están confundidas: A la trapisonda, al macaneo, a la burla se la cataloga como «muñeca política»; todos son hechos consumados y después de dos o tres días de escándalo y de un par de denuncias o conferencias de prensa convocadas de apuro para testimoniar el «avasallamiento de las instituciones» todo vuelve a la normalidad y aquí no ha pasado nada. El periodista desmenuza el papel de los integrantes de la Comisión de Reforma del Estado en los procesos de privatización de Aerolíneas Argentinas, los ferrocarriles, las concesiones de rutas y autopistas, Agua y Energía Eléctrica, Gas del Estado, Entel y el correo. Destaca que el análisis voto por voto de los dictámenes de la Bicameral demuestra que muchos senadores que, en los pasillos o ante el periodismo hacían gala de posturas de oposición y se mostraban como severos cuestionadores de las políticas de privatización, puertas adentro de la Comisión adoptaban posiciones muy alejadas de lo que proclamaban en público.
| EL Senado de la Nación, escenario de escándalos. | | Ampliar Foto | | |
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