Hay varias razones que hacen que El amo del corral, la novela debut de Tristan Egolf editada por Mondadori, sea un libro que invita a ser leído aún antes de saber de qué se trata.
Primera razón: Tristan Egolf, que sólo tiene 27 años, es obstinado: había presentado su novela El amo del corral a más de 70 editoriales en los Estados Unidos, aunque cada uno de estos intentos había significado un rechazo. Nada nuevo bajo el sol del negocio editorial: un nuevo capítulo del mismo tipo de gente que rechazó En busca del tiempo perdido y La conjura de los necios, por citar dos ejemplos.
Segunda razón: además de obstinado el muchacho Egolf, lo mismo que un personaje de Paul Auster, sabe aprovechar los golpes del azar. Resulta que harto del maltrato de las casas editoriales, abandonó los Estados Unidos, se unió a una banda punk y se fue a vivir a Europa. Cuenta la historia -con formato solapa de libro- que un gélido día de noviembre de 1996 Egolf tocaba blues en el Pont des Arts de París cuando una chica, al observar que tenía los pies morados de frío, lo invitó a tomar un café. La joven resultó ser la hija del novelista francés Patrick Modiano, quien después de entusiasmarse con la lectura de El amo del corral lo recomendó a su editor: la prestigiosa Gallimard. Y así Egolf dejó de ser un novelista inédito que pasaba hambre en París para convertirse en una naciente estrella literaria.
Tercera razón: La solapa del libro dice también que el Times Literary Supplement escribió que Egolf es el heredero de Steinbeck, Faulkner y John Kennedy Toole. Bueno, sencillamente, nunca hay que creer todo lo que se escribe en las solapas de las novelas ni en las revistas literarias. A pesar de esta aclaración, Egolf es un gran escritor, como pocos norteamericanos de su edad, aunque Norman Mailer haya escrito Los desnudos y los muertos a los 25. Y El amo del corral es una novela imponente más por su exuberancia que por la historia misma que está contando. Es que Egolf formó parte de una banda punk y esa es su mayor herencia.
Pueblo chico, infierno grande
El amo del corral cuenta una historia personal -la de John Kaltenbrunner, todo un antihéroe- y un puñado de historias colectivas. El narrador es un amigo de John, que reconstruye la historia de una pequeña ciudad del medio este norteamericano con el único fin de explicar el justo rencor que mueve la vida de su compañero.
Una tarea imposible de llevar adelante es reseñar el sinnúmero de hechos que atraviesa la vida de Kaltenbrunner y de Baker, una población de dudosa existencia real, aunque situada entre las montañas Apalaches y el río Ohio. Baker es una población donde Ronald Reagan resultaría reelecto alcalde hasta después de muerto. Un infierno chico y siniestro devastado por el incesto, el alcohol y la violencia clasista y beata. Un pueblo donde hasta el más conservador de los personajes de Hunter Thompson sería linchado en la plaza pública.
En la primera parte de la novela se narran las vejaciones que sufre el chico John, hijo de una granjera viuda. Todo esto hasta que un tornado deja en ruinas a la granja y una banda de arpías metodistas le arrebata las tierras, con la Justicia de su parte. ¿Qué otra cosa se le puede pedir a la vida? John es confinado fuera de Baker, a trabajar como marinero sin sueldo en la bodega de un barco que navega las aguas del Mississippi inferior.
La historia de Baker se abre con la muerte de un mamut en la era glaciar y termina en la actualidad con la cacería de un cerdo engrasado durante un entierro. En el medio, Kaltenbrunner regresa al pueblo sin ser reconocido y planea su venganza. El relato es tan caótico como atrapante, y finge un sentido antropológico, mientras que el lector también quiere vengarse de Baker. John volvía al lugar de los hechos y no había modo de eludirlo. Al igual que cualquier otra persona medianamente sensible no podía borrar de la memoria que había nacido a la intemperie, que había sido marginado y considerado un idiota, un perdedor, un monstruo por la hermandad de cazadores de gansos y hombres respetables que golpeaban a sus esposas. No podía olvidar el tornado que perforaba la granja, la obesidad catatónica de su madre agonizante, el director de la escuela acechándolo en los pasillos, el charco de sangre propia en un calabozo oscuro y la imagen de pesadilla de la arpía metodista Hortense robándole hasta la última sartén de su casa.
Un hombre con ansias de venganza puede hacer correr un río de sangre. Pero John eligió echar a correr un río de basura, estiércol y desechos industriales, abrirle paso a ratas, moscas, gusanos, coyotes, marmotas, perros salvajes y buitres. John optó, en su regreso a Baker, por ingresar al cuerpo de basureros de la ciudad -el escalón más bajo de la comarca- integrado por hombres rotos y de historias accidentadas. Los 22 recolectores de residuos eran considerados por los ciudadanos bakerianos como los negros verdes, los rastrojos de monte y los sultanes de la escoria; eran instalados en un escalón anterior al humano y muchas veces recibían el maltrato de la ciudadanía. A este grupo se sumó John y rápidamente se convirtió en el líder de una huelga que dejó durante meses inmersa a Baker en una montaña de basura. A esta altura el relato toma un cariz apocalíptico, que arrastra el recuerdo de algunos pasajes de La peste de Albert Camus. Finalmente, un partido de básquet entre Baker y Pottville -la localidad vecina- amenaza con transformarse en la catástrofe final, tanto de Baker como del propio John Kaltenbrunner.
El amo del corral es tan buena como desbordante. Es como si en un partido de fútbol jugasen 22 contra 22 en una cancha para 11 contra 11. El partido puede salir igual bueno, pero siempre va a faltar oxígeno por culpa de la superabundancia de jugadores.