Roda Rijaal sólo tenía seis años cuando le informaron que sería sometida a una operación genital. Tenía tanto miedo que no pudo comer durante días y cada vez que una mujer entraba en su casa se escondía y se ponía a llorar. El día de la operación se transformó en todo lo que Rijaal temía. Sangró profusamente durante el proceso de extirpación del clítoris y, al terminar, la cosieron con tanta fuerza que apenas podía orinar.
En los días sucesivos, la niña que vive en Boroma, Somalia, tuvo fiebre y su vejiga estaba tan llena que la practicante de la cirugía tuvo que regresar en su ayuda. La practicante dijo que no iba a hacer un gran corte, que sólo iba a hacer una pequeña perforación para que pudiera orinar. Cuando pude, oriné por tres horas, recordó Rijaal.
Pero el problema no terminó ahí. Como parte de la preparación para su matrimonio con Abu Dhabi, Rijaal fue sometida a otra operación en el hospital para abrirla. Pasaron dos semanas para que se recuperara de esta nueva intervención.
Sus tres hijos nacieron por cesárea, pues, como sucede con la mayoría de las mujeres que han sufrido esta práctica, un parto natural puede ser riesgoso.
Este procedimiento quirúrgico se realiza en muchos países islámicos, aunque no es exclusivo de esa religión, pues en Africa y en el Medio Oriente muchos musulmanes, cristianos coptos, protestantes y católicos, entre otros, lo practican.
Una bárbara costumbre
Alrededor de 98 por ciento de las mujeres somalíes, así como la mayoría de las de Sudán y algunas egipcias, son sometidas a infibulación, la forma más extrema de lo que se conoce como mutilación genital femenina (MGF).
Millones de mujeres en otras 25 naciones africanas experimentan variantes moderadas de MGF, conocidas como clitoridectomía.
Se trata de una práctica tradicional de hace mucho tiempo. Una práctica que la Organización Mundial de la Salud califica como una forma de violencia contra niñas y mujeres que tiene graves repercusiones físicas y fisiológicas.
Por lo general, la realizan mujeres mayores con cuchillos que no están esterilizados adecuadamente, dijo el médico Ibrahim Said Osman Qows, del hospital de Boroma, en el norte de Somalia.
Según Qows, a menudo las niñas sufren infecciones, hemorragias, e incluso pueden contraer tétanos como resultado de la operación. Muchas mujeres adultas experimentan enormes contratiempos a la hora de dar a luz y muchos neonatos no sobreviven al parto.
Sin embargo, hace muy poco que la MGF ha comenzado a discutirse en las sociedades donde se practica.
Era vergonzoso hasta hablar de eso, afirmó Rijaal, cuyo sufrimiento fue la inspiración que la llevó a convertirse en partera.
Raqiya Doaleh Abdalla fue una de las primeras mujeres de Somalia que escribió sobre la MGF en la década de 1980. Aunque durante un tiempo se desempeñó como viceministra de salud de Somalia, su libro Sisters in Affliction nunca fue publicado en el país.
Pero la situación parece estar cambiando lentamente. En diciembre, un tribunal de Kenya falló a favor de dos adolescentes que se negaban a que su padre las sometieran a la MGF.
En el norte de Somalia, mujeres como Doaleh y Rijaal han obtenido triunfos al poder discutir el tema públicamente como no se había hecho antes. Además han sido apoyadas por médicos, como Qows, por líderes religiosos y por agencias internacionales.
Hay mucha gente que todavía cree que esto es un asunto religioso, dijo el jeque Aden Dahir Sultan, líder espiritual de Boroma.
Pero investigamos el asunto y descubrimos que no tiene nada que ver con el Sagrado Corán. Asimismo, los médicos nos educaron al respecto y por eso decidimos oponernos, añadió Sultan.
Algunas veces se alega que la MGF es aceptable porque son las mismas mujeres, en países como Somalia, las que la defienden y ponen en práctica. Sin embargo, en sociedades donde los hombres rehusan casarse con mujeres que no sean vírgenes, la infibulación parece ser una prueba de virginidad, aunque esto es una concepción errónea, según Doaleh.