De todos los caminos, crecer parece ser la única alternativa válida para el rugby argentino. Y a ello está abocado, sobre todo si se toma como referencia el trabajo que se realizó y el que se hace en Los Pumas, más allá de que en la despedida del 2000, ante Inglaterra, no mostraron su mejor imagen. Lo demostrado hasta aquí sirve pero el deseo de confirmar el crecimiento obliga a dar el paso más importante.
Atrás quedó la etapa del desarrollo post Mundial. Mirando hacia el futuro, a Los Pumas se les presenta la necesidad (casi imperante y con una gran dosis de obligación) de seguir con el rumbo de progreso. La espera por lo que vendrá se sustenta en la confianza, esa misma que transmiten los jugadores al manifestar que no los complace la mediocridad dado que más de una vez expresaron su disgusto por la sucesión de derrotas ajustadas, con producciones elogiables.
Me parece bien competir con los mejores equipos pero también me gusta ganar. Como jugador no me gusta hacer buenos partidos y perder, expresó Octavio Bartolucci quien no hizo otra cosa que poner de relieve el pensamiento que tiene todo el plantel en mayor o menor medida. Desde otro punto de vista, esas palabras también dejan en evidencia cuál será la motivación que guiará a los dirigidos por Marcelo Loffreda y Daniel Baetti que ya no quieren más caídas honrosas.
El calendario internacional 2000 resultó arduo pero el que se avecina será aún más complicado. La primera cita del año, el Panamericano de Canadá, será aprovechada para seguir con la evaluación de aquellos rugbiers que normalmente no son titulares. Ya se comprobó que en la alineación de la Argentina A hay buenos valores, y es acertada la idea de no descuidar a aquellos jugadores que esperan por un lugar en la formación principal. De esta manera se consolida la base de 40 ó 50 jugadores que componen la elite del rugby nacional y le dan sentido de pertenencia al seleccionado argentino.
Sin embargo el principal trabajo estará apuntado a los test. Habrá dos choques con los poderosos All Blacks (uno en Nueva Zelanda y el otro en el Estadio Monumental de Nuñez), que provocan el inevitable recuerdo de las aleccionadoras y tristemente evocadas goleadas de 1997. Esos compromisos contra los hombres de negro representan las pruebas más difíciles, en las que imaginar un triunfo sería reclamar en exceso. Dicho en otras palabras representaría extenderle un cheque a la utopía.
Los enfrentamientos ante los galeses, con un historial en los duelos con saldo negativo para los argentinos (jugaron en cinco oportunidades y Los Pumas perdieron todos los encuentros), ofrecen la posibilidad de cortar esa racha, habida cuenta lo expuesto por ambos en la última presentación, precisamente en la inauguración del Mundial 99 donde Argentina tuvo a maltraer al dueño de casa en el mismísimo Millenium Stadium.
La serie con Italia, equipo con el que existe una rivalidad especial, no deja de ser menos inquietante para ratificar las condiciones adquiridas. La paridad en el historial es manifiesta aunque Argentina llega mejor posicionada: jugaron siete veces, Argentina ganó tres, Italia tres y empataron una vez.
Buscando el equilibrio
En cuanto al juego en sí, para los Pumas estará la exigencia de alcanzar la estabilidad, de poder escaparle a esa irregularidad amenazante. La solidez defensiva resultó uno de los aspectos destacados de la temporada 2000, pero de ahora en adelante será vital reforzar las formaciones fijas y profundizar en la elaboración de variantes ofensivas ya que los backs demostraron que están en condiciones de herir cuando las circunstancias son propicias.
En contrapartida, los dirigidos por Loffreda no evidenciaron la misma consistencia cuando les quitan la pelota. Y si la idea es enfrentar a rivales de gran envergadura, es casi seguro que en ese contexto de exigencia las posibilidades de tener la pelota son escasas. Por eso Los Pumas deben intentar ser agresivos y profundos en ataque y además deberán extremar los recaudos para no perder la continuidad del juego en el intento, algo elemental en el rugby moderno.