Año CXXXIV
 Nº 48.984
Rosario,
domingo  31 de
diciembre de 2000
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Un plan para aprovechar el blindaje
La ayuda internacional debe ser utilizada para la reconstrucción de la economía

Antonio Margariti

Una de las cuestiones más importantes que atañe a quienes soportamos estoicamente las contradicciones de nuestros gobernantes, es la referida al plan de reconstrucción de la economía que inexorablemente deberán formular para aprovechar el denominado Blindaje 2001. Los asesores en imagen de Fernando de la Rúa están empeñados en presentar el blindaje como el logro de una gestión exitosa cuando en realidad se trata de un salvataje para evitarle el papelón de una cesación de pagos. La ayuda internacional -que fue muy generosa y se tradujo en 39.700 millones de dólares- no es otra cosa que un pulmotor para resucitar a un gobierno ahogado por sus propias dudas, dilaciones, contramarchas e incoherencias ideológicas.

Confianza interna e internacional
Para volver a crecer no puede eludirse la recuperación de la confianza interna e internacional. La credibilidad interna tardará mucho tiempo por la chapuza con que se adoptaron medidas durante este año y porque se lanzaron pronósticos fallidos sin ton ni son. El último trimestre del año concluirá con una contracción importante del Producto Bruto, por lo cual es razonable esperar que el primer trimestre del próximo año, con su secuela de vacaciones y lento arranque, también sea un trimestre perdido y recién podamos comprobar alguna mejora a partir del segundo trimestre si es que el gobierno hace las cosas bien y no obra en sentido contrario a las expectativas de la población.
A principios de año el ministro Machinea sostenía que íbamos a crecer el 4,5 con una caída entre -0,3% y -1,4%, en medio de un déficit fenomenal. Entre el pronóstico y la realidad hay años luz de diferencia. Cuando uno habla de estos porcentajes generalmente no repara que crecer el 4,5% representa 12.600 millones más de renta nacional, pero decrecer -1,4% significa una baja de 3.920 millones, que se acentúa cuando tenemos en cuenta que el crecimiento vegetativo de la población es del 1,7% anual. Tal es la magnitud del desacierto en los pronósticos del gobierno que hubiese sido necesario que el presidente o el ministro de Economía explicaran sobre qué bases formularon las previsiones optimistas y cuáles son las causas o las razones, que a su juicio provocaron esta estrepitosa caída que nos condujo al blindaje como tabla de salvación. Como ninguno de ellos se dignó a darnos esa explicación es natural que todo el mundo desconfíe de los pronósticos gubernamentales.
La credibilidad internacional se basa en otras cuestiones. La primera consiste en observar la habilidad o torpeza con que el gobierno maneje los fondos del blindaje. La segunda, en comprobar si el liderazgo presidencial consigue convertir el círculo vicioso de la recesión y el desempleo en uno virtuoso de crecimiento y ocupación. La tercera, en verificar si al final del segundo trimestre del próximo año el equipo económico alcanza a retornar a los mercados internacionales de capital para tomar deuda a una tasa razonable. Si ninguna de estas condiciones alcanzan a cumplirse, entonces resurgirán las sospechas sobre la insolvencia financiera y el gobierno de Fernando de la Rúa se verá empujado a una inexorable devaluación o a la dolarización de facto que arrasará sin misericordia con el gasto público excesivo. Como al mismo tiempo habrá elecciones parlamentarias en octubre, hasta esa fecha no es dable esperar vigorosas corrientes inversoras hacia Argentina. En este entorno de cautela internacional el gobierno no puede seguir haciendo la plancha y mucho menos tomar el blindaje como slogan publicitario para recuperar imagen política. Por las buenas o las malas tiene que ubicarse y entender una cuestión fundamental: no puede dejar pasar mucho tiempo sin un plan de reconstrucción realista, claro, contundente, simple de entender y que responda a las esperanzas, convicciones y expectativas de la sociedad civil, no a las apetencias de la corporación política. Ese plan de reconstrucción tiene que condensar un manojo de ideas representativas de lo que hasta ahora no se ha hecho para que el ferviente deseo de pasar de la desesperanza a la esperanza sea la fuerza impulsora de un renacimiento nacional: reforma impositiva, reducción sustancial del gasto público y canasta de monedas.

Canasta de monedas
No existen dudas que el plan de reconstrucción que la sociedad civil espera pasa por un meridiano distinto del que desean los políticos. No se trata de lanzar un plan de obras públicas para gastar el blindaje a través del déficit, favoreciendo los negocios de algunos contratistas amigos, ni tampoco nombrar decenas de miles de empleados públicos como lo intenta hacer el gobernador Ruckauf, porque la estrategia keynesiana de cebar la bomba con más gasto público provocará la transferencia de recursos del sector productivo hacia los sectores improductivos o parasitarios y el resultado será un descenso en el nivel de productividad global. El enfoque de alentar el consumo y estimular la demanda por medio del gasto gubernamental y la obra pública puede ser fatal: después del jolgorio, cuando el dinero del blindaje se haya gastado sólo quedarán mayores deudas.
Los actuales gobernantes tienen que entender que la posibilidad brindada por el blindaje financiero no debe ser desaprovechada porque será su última oportunidad. Con rapidez tienen que elaborar un esquema de acción económica tendiente a reconstruir la economía, reinsertar la clase media desalojada del mercado, restaurar las empresas arrasadas por la desaprensiva cirugía mayor sin anestesia del gobierno menemista, organizar un sistema de mercado con responsabilidad social sin dominio de grupos monopólicos, reducir costos financieros e impositivos, respetar y mantener estables las reglas de juego y fomentar el desarrollo de emprendimientos con altos índices de productividad. Para conseguir todo esto no hay que sacarle más dinero a la sociedad civil y no hay otro camino que reducir el gasto público y rebajar impuestos. Pero como está el tema de la deuda pública la única forma de pagarla consiste en multiplicar nuestra capacidad exportadora y ella está condicionada no sólo por los costos internos sino por el valor relativo de nuestra moneda. Entonces hay que pensar en añadir una tercera pata al Plan de Reconstrucción: la canasta de monedas. Este último tema tiene que ver con las fluctuaciones de otras divisas internacionales. Al estar ligados unilateralmente al dólar debemos soportar los vaivenes internacionales de la moneda estadounidense. Pero si nuestra convertibilidad, basada en un tipo de cambio rígido, se convierte en una convertibilidad flexible compuesta por una canasta de monedas, podríamos aprovechar la competitividad derivada de las oscilaciones monetarias ajenas. Tal sería el caso de nuestro dinero ligado a una cesta de monedas constituida por dólares americanos (45%), euros (35%) y yenes japoneses (20%). De este modo cualquier variación de las tres grandes monedas mundiales tendría una repercusión favorable sobre nuestra competitividad sin correr el riesgo de aproximarnos a eventuales devaluaciones. Claro que para pasar de una convertibilidad atada al dólar a la convertibilidad variable de una canasta de monedas, habrá que mejorar las reglas de la ley de convertibilidad introduciendo mayor disciplina fiscal. Como mínimo, estas dos reglas: 1) prohibir a nuestros gobernantes la facultad de endeudar los organismos a su cargo, otorgar avales en nombre del Estado y contraer nuevas deudas, salvo casos extremos derivados de calamidades públicas, agresión exterior, conmoción interna, grave daño o peligro para la seguridad nacional y 2) establecer con claridad que tanto la sanción de presupuestos con déficit por parte de legisladores de cualquier jurisdicción, como la ejecución presupuestaria a cargo de ministros, gobernadores, intendentes o funcionarios que autoricen o den curso a gastos por encima de las partidas autorizadas, comportan un fraude contra la sociedad civil que automáticamente los convertirá en responsables mancomunados y solidarios, personalmente obligados a su reintegro y culpables del delito de malversación calificada de caudales públicos. Con reforma impositiva, reducción del gasto público y convertibilidad basada en una canasta de monedas, el blindaje financiero de 39.700 millones terminará siendo un trampolín para nuestra grandeza y no una lápida de nuestra decadencia.


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