Año CXXXIV
 Nº 48.984
Rosario,
domingo  31 de
diciembre de 2000
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Reeditado y traducido a varios idiomas, "Las malas palabras" cumplió 17 años
Arango: "Las palabras obscenas poseen una gran cualidad: tienen carga afectiva"
Ariel Arango sigue rescatando las virtudes de esas expresiones, tan sinceras y tan prohibidas

Daniel Leñini

Apenas fue publicado, hace ya 17 años, ganó vertiginosamente el diploma de best seller. El autor cosechó nuevas emociones más tarde, cada vez que de otros países lo llamaban para contar con el texto en las librerías: fue así que Las malas palabras, del rosarino Ariel Arango, fue traducido al inglés, italiano y portugués, menos al francés porque, tras leerlo, los parisinos consideraron que ejercía una solapada defensa del incesto.
En la cuna de la libertad me dijeron eso; confieso que por unos meses no supe qué pensar, recuerda ahora Arango entre risas. Contrarresta ese disgusto con una reciente carta del ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti y que exhibe orgulloso. El ex mandatario le escribió: Libro original, distinto, valiente, no me extrañaría que a la vista del tema llegue a ser un best seller, aunque no me gusta -y nunca lo he hecho- trabajar de augur. Felicitaciones por la soltura de su pluma.
Las malas palabras acaba de ser relanzado por Sudamericana en una flamante edición de bolsillo.
-La televisión lleva meses mostrando las cirugías de las vedetes, la técnica de los implantes y todo el repertorio de siliconas, pero nadie pronuncia la palabra teta. ¿No es llamativo?
-¿Y qué dicen? ¿busto, seno?
-Que se acaba de retocar las lolas.
-Lo mismo se da con el lunfardo. Apenas publiqué el libro me vino a ver el autor de un diccionario del lunfardo que reconoció que también en ese campo se aplican sustitutos, por ejemplo con el verbo fifar. Cuando presenté Las malas palabras en España noté que había un poco más de libertad que acá para las palabras obscenas con excepción de las dos que nombran los genitales: polla y coño. En Barcelona me entrevistaron para un diario catalán y me admitieron que ellos no tienen palabras obscenas, que recurren a las del español, lo cual demuestra una condena generalizada más fuerte.
-¿Todas las malas palabras están relacionadas con la obscenidad?
-Todas. Las malas palabras se refieren a los genitales, a la unión de los genitales o a ciertas zonas erógenas del cuerpo. Porque lo que entra en el concepto de mala palabra es la sexualidad. Y la obscenidad es tan virtuosa que se demuestra, por ejemplo, en el coito: a nadie se le ocurre en ese momento cumbre decirle a su mujer: Qué linda vulva que tenés, tan suave, porque seguro que recibe una cachetada. Ahí lo único que surge es expresar las emociones puras y simples, y sin vueltas: las tetas son las tetas.
-¿Es el instante más sincero?
-Total. Mire por ejemplo la palabra calentura, que ahora muchos reemplazan por excitación y mal, porque se puede estar excitado pero por un ataque epiléptico. Calentura es la palabra precisa, justa, insustituible para describir el estado de la persona en el momento del coito: es decir cuando, precisamente, aumenta la temperatura de la sangre. Y cuando, por ejemplo, si uno le dice a su pareja: Estoy caliente puede que a ella la caliente también por vívida y genuina que resulta la expresión. Las palabras obscenas poseen una gran propiedad: tienen carga afectiva. Sin embargo, en público no se las acepta. La moraleja, entonces, es que la sociedad tolera hablar de la sexualidad en público si se lo hace con palabras científicas. Porque son frías. Pero no con palabras obscenas pues son calientes. Más ajustadamente: la sociedad acepta la sexualidad en público siempre y cuando sea frígida.
-Usted escribe lo difícil que resulta imaginar a dos personas haciendo el amor en silencio.
-Por supuesto. O también entre dos que no hablan el mismo idioma. No hay magia, encanto, fuerza, porque falta la palabra. Además de carga afectiva, las palabras obscenas poseen efecto alucinatorio. Quien dice o escucha vulva o vagina sabe de lo que se está hablando pero no hay ni carga afectiva ni efecto visual; como cuando hablan en el programa de Chiche Gelblung y no pasa nada. En cambio, si en la tevé alguien llegara a decir: Qué bien que están tus tetas, cuidado porque se mete en un terreno escabroso, incómodo; pese a la sencilla e inocente razón de que al hombre le gustan las tetas por la reminiscencia infantil de cuando le probó la teta a la madre. Por eso le gustan las tetas grandes, porque para el nene la teta siempre es grande porque la ve de cerca. Como en la película de Fellini. Y es aquí que nos vamos acercando al origen profundo de la prohibición de la palabra obscena: provoca reminiscencias incestuosas. Y eso causa escozor.
-¿Todo lo relacionado a la genitalidad causa escozor? Tomemos por ejemplo lo que sucede en el río: siempre estuvo sucio, pero puede que este verano haya mayor repercusión porque el contaminante no es petróleo sino materia fecal.
-Perdón, es mierda, palabra que ni siquiera se dice y que ustedes no podrían aplicar para titular porque escandalizarían a todo el mundo; no quiero imaginar el rostro de los secretarios de Redacción ante la avalancha de cartas de lectores repudiando. Una de las formas de sometimiento del lenguaje es cuando al hablar de cosas prohibidas o bien no se las pronuncia o bien se emplean términos científicos. O si no se recurre a un lenguaje infantil: hombre grande, a Neustadt lo escuché decir que hizo popó. De todas maneras, las malas palabras producen hallazgos impresionantes. La conducta de los animales es instructiva para esta demostración: cuando un lobo de rango inferior se acerca a otro de rango superior, avanza con las orejas un poco plegadas y, como entre los perros y los humanos, con la cola entre las patas. En este sentido, la frase obscena frunció el culo de miedo expresa con elocuencia esta tendencia animal en nuestras respuestas humanas. Se manifiesta así, en estas incisivas pero espontáneas frases populares, la honda identificación afectiva con nuestros hermanos en la zoología.
-¿No hay que considerar un avance en la sociedad ver que chistes antes reservados a las películas prohibidas de Olmedo y Porcel hoy son una inocentada?
-Sí. En comparación con otras épocas ahora hay mayor libertad y nos comportamos de una manera más adulta. Pero una libertad profunda es difícil, en principio porque el tema del incesto es muy complejo, no se lo aborda ni resuelve fácilmente. A veces, pero más últimamente, se lee como forma de libertad sexual que un hombre se drogue, y quien se droga es alguien sometido, no es una persona libre. Alguien que disfrute plenamente su sexualidad es raro que se drogue, ya que no debe haber placer más profundo que el coito. El que tiene ese goce no busca sustitutos. No los necesita.
-¿Qué experiencia recogió de los italianos y los brasileños, a cuyos lenguajes fue traducido Las malas palabras?
-Los italianos son reprimidos como nosotros. Los argentinos somos como somos porque nos parecemos mucho a los italianos: la corrupción, el Mani Pulite, todo lo aprendimos de ellos, y también la prohibición: Madonna santa, la madre virgen. Pero les gusta imaginarse los más libres del mundo. Son como nosotros, aparentemente libres, donde el psicoanálisis tiene su importancia, pero por otro lado con un sometimiento importante. Los brasileños son mucho más libres, eso lo sabemos todos, y el uso que hacen del lenguaje también lo demuestra. De todas maneras, todos los pueblos tienen palabras tabú, de eso no se escapa nadie. En general, y esto no es nuevo, los sectores medios son los más sometidos. Lo prueba la historia: los aristócratas, no los conservadores sino los renacentistas, los bacanes, se permitían cualquier cosa. En cambio, la moral de la clase media, burguesa, es la más sometida, la más severamente perseguida y la que más se reprime.


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