Año CXXXIV
 Nº 48.984
Rosario,
domingo  31 de
diciembre de 2000
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Señalador
Un país con muchos libros y pocos lectores
La industria editorial trató de compensar este año la caída de ventas con una oferta más amplia de títulos

Julieta Grosso

La literatura publicada en Argentina consolidó en los últimos años un fenómeno de singular complejidad: el incremento registrado en los últimos cinco años en el porcentaje de publicaciones no se corresponde con la decreciente edición de títulos de autor nacional, y mucho menos con la baja de entre el 20 y el 30 por ciento observada en las ventas.
La arista más preocupante de esta tendencia es, sin duda, la creciente exclusión de la literatura nacional en los hábitos culturales de las clases que tienen buen poder adquisitivo como para comprar un libro en forma periódica. Dentro de este segmento, sólo mantienen una media estable de venta escritores como Jorge Luis Borges o Adolfo Bioy Casares, es decir, autores cuya compra está garantizada por la probada calidad de sus obras.
En los años 60, un libro irrumpía en las librerías con una tirada inicial de 10.000 ejemplares. Hoy, con suerte, apenas roza los 3.000, bajo riesgo de que sólo se venda un 40 por ciento en los primeros seis meses. Dentro de este margen, son los sellos más chicos como Adriana Hidalgo, Ameghino o El Elefante Blanco, los que más se dedican a difundir obras nacionales.
Uno de los grandes éxitos en ventas de literatura nacional en los años 60, Diario de la guerra del cerdo, de Bioy Casares (Emecé), vendió más de 40.000 ejemplares sólo en los primeros tres meses. La misma editorial considera un best seller la novela El largo atardecer del caminante, de Abel Posse, que tardó casi ocho años en vender 17.000 ejemplares.
Lo paradójico es que el desinterés por la literatura nacional no tiene correlato en las cifras de lanzamiento de títulos, que lejos de sufrir el mismo declive revelaron un crecimiento notable: de hecho, las estadísticas de la Cámara Argentina del Libro indican que desde hace cinco años cada vez se editan más títulos en la Argentina.
Por ejemplo, de las 14.000 obras publicadas durante 1999, cerca de 4.200 corresponden al rubro literario y casi 1.000 de ellas son novelas y cuentos de autores nacionales, lo que representa un 25 por ciento del total de textos literarios.
Pero el fenómeno es mucho más complejo de lo que parece, ya que el incremento de títulos editados no se corresponde con su progresión en el mercado: durante el año pasado, por ejemplo, las ventas de libros descendieron entre el 20 y el 30 por ciento respecto de 1998, que ya había bajado por lo menos un 15 por ciento.
En general, se cree que los sellos publican cada vez más títulos para compensar la caída en la cantidad de ejemplares vendidos de cada uno de ellos.Parte de esta tendencia está relacionada con el hecho de que el tradicional fondo editorial fue reemplazado por un sistema de novedades que renueva el mercado a razón de 10 títulos por sello y por mes, provocando efectos desvastadores en los anaqueles de las librerías: los nuevos títulos se contrarrestan unos a otros y terminan hacinados en depósitos, muchos de ellos poco después de haber sido anunciados con bombos y platillos por las editoriales.
Sin embargo, sería inexacto atribuir a estas empresas la responsabilidad exclusiva por el declive de la narrativa argentina, aunque en muchos casos los sellos apuestan a géneros más rentables como la autoayuda y la novela histórica. El hecho involucra de manera directa a los lectores, que ya no ven a la literatura como un lugar de experimentación ideológica o estética.
Este criterio provoca que muchas veces se dejen de lado aquellas opciones que no responden a lineamientos reconocibles por el público, gesto frecuente si se tiene en cuenta que la literatura local viene atravesando un período de repliegue y distanciamiento, motivado tal vez por la crisis de las relatos tradicionales.
Paralelamente, no se registra una operación periodística o crítica como la que acompañó a los autores que protagonizaron el llamado boom latinoamericano. En la actualidad, los medios le aseguran a todos los libros un tratamiento equivalente, lo que termina por aplacar al lector, generalmente ávido de juicios valorativos.
En definitiva, el hecho de que se editen más libros -lo que podría implicar un gesto democratizador hacia el lector- no estimula necesariamente un aumento en las ventas.
Por otra parte, en esta sobredosis de oferta la literatura argentina termina siendo uno de los géneros más perjudicados, no sólo porque no figura entre las prioridades de las editoras sino porque el público, ante la abundancia, termina sucumbiendo a rubros cuya satisfacción está garantizada de antemano.


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