Año CXXXIV
 Nº 48.984
Rosario,
domingo  31 de
diciembre de 2000
Min 20º
Máx 34º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com






Carlos Bianchi, el hombre del año

En sus primeras especulaciones filosóficas los griegos inmemoriales dieron en la tecla. El hombre es la medida de todas las cosas. De las que son y de las que no son, dijeron en una de sus sentencias más celebradas. Desde entonces, cualquier empresa humana exitosa se distingue, más allá de logros y concreciones materiales, por un aporte intangible, cierto soplo que algunos llaman alma y que nos convierte en personas.
Esa es la impronta decisiva de cualquier construcción, sea o no deportiva. No es aquello que se hace ni adonde se llega, sino quién lo hace y quién llega. Esa es la verdadera grandeza que encierra toda medición de roles y estándares, tan comunes en cada fin de año, cuando los medios acostumbran a definir los mejores y los peores.
Bianchi es el hombre del año porque encaja como pocos en esa manera de ver el mundo y las cosas, tributaria de los griegos sabios del fondo de los tiempos. Sencillamente, es muchísimo más que un técnico exitoso. Es más que sus cinco títulos en Boca y seis en Vélez. Más que sus dos Copas del Mundo y sus dos Copas Libertadores. Más que los 500 mil dólares anuales de su contrato con Boca. Más que sus 40 goles en sus pasos por Vélez, la selección y el fútbol francés. Más que el asombro lejano de aquel chiquilín de 19 años que en 1968 derrumbó el récord de 770 minutos sin goles en contra de su ídolo, el legendario Amadeo Raúl Carrizo.
Bianchi, al fin, es el hombre del año porque refuta la teoría de los ganadores de molde aséptico, frutos impersonales del mercado, devotos urgentes del éxito de cualquier manera. Su enorme sucesión de victorias, sus mil batallas exitosas son un canto al trabajo metódico y organizado, la recompensa a un laburante honesto. Un consuelo para tantos que lo son y no recogen frutos. Y un modelo para que las gentes como él se tomen fugaz revancha de los arribistas despojados de pruritos éticos que miran con desprecio desde cimas prefabricadas.
Bianchi representa una visión distinta de los winner de la sociedad que agobian con sus insoportables tics de yuppies del subdesarrollo. No por nada, el talento de Menchi Sabat lo dibujó en Clarín con una cola detrás suyo encabezada por De la Rúa, Ruckauf y otros políticos, con una pregunta que a la vez encierra un reconocimiento a tanto mérito: ¿Cómo se hace?.
Bianchi es un producto de la armonía y la maduración, del ritmo y la espera. Un puente sabio entre las raíces de ayer y los frutos de hoy. Este Bianchi pelado y campeón de todo cambió los bondis de Villa Luro por la primera clase de un Jumbo a París, donde hoy vive parte de su familia. Es lo que se dice un ciudadano del Primer Mundo, pero con las añoranzas afectivas de los latinos del tercero: capaz de llorar toda una noche, en medio de los estridentes festejos de Boca, por la muerte de Bianca, una perrita que había traído desde París.
Sigue casado con Margarita, su mujer de siempre, no va a las fiestas de los caretones cursis donde corre el champán fácil. Disfruta del placer ocioso de las cosas sencillas y de los gestos solidarios que cultiva con bajo perfil, como su ayuda a los chicos pobres de la serranía cordobesa a través de una fundación que regentea una monja venida del Africa.
En el fondo sigue siendo aquel pibe que vendía diarios en los colectivos para darle una mano a su viejo, y compensarle así el disgusto familiar que desató su deserción de la secudaria cuando tenía 14 años.
Su mejor victoria es ésa. No traicionar su cuna: aún hoy, que viste trajes con corte italiano, degusta vinos refinados y celebra sus placeres de gourmet, sigue siendo un pibe de barrio que se ha ganado un lugar en la vida. Y cómo. Por eso no deja de alternar sus gestos de sibarita con maratónicos asados en familia y con amigos.
Hace poco le preguntaron qué haría cuando deje de ser técnico. En medio de la euforia boquense de estas horas, y de las especulaciones por su discusión sobre el nuevo contrato, soltó sin preocuparse demasiado por la imagen ni el qué dirán: Iré a ver a Vélez. Y cuando Vélez no juegue, me voy a ir a ver a Boca. Eso, Bianchi. Quién va a negar que son los sentimientos, y sus bases espirituales y afectivas, antes que nada, los que empujan a los hombres a empresas superiores.
Cosas así sólo las dicen los hombres que aprendieron a vivir. Aquellos que son la medida de todas las cosas. De las que son y de las que no son. Los tipos como Bianchi, el hombre del año.


Diario La Capital todos los derechos reservados