Dos manzanas y una botella chica de agua mineral. Poco, pero era todo. Con paciencia y al rayo del sol la comunidad del barrio toba de Rouillón al 4300 formó fila ayer para recibir la frugal ración a 48 horas de la intoxicación masiva que sufrieron grandes y chicos, provocada por la ingesta de facturas que se distribuyeron en comedores escolares. Niños descalzos y sudorosos, mujeres con bebés en brazos, adolescentes y adultos de distintas edades aguardaron detrás de la reja -custodiada por la policía- para recibir la comida del día. La avalancha de personas generó, por momentos, escenas de tensión cuando el personal del Ministerio de Educación hacía hincapié en que las raciones eran sólo para los chicos que asistían al comedor. No es para todos, ¿me entiende?, intentaba explicar una supervisora de la repartición ante los ojos atónitos de las mujeres que pedían para los más chiquitos o por otros miembros de la familia.
Con rigurosos guantes de goma, barbijos y uniformes blancos el personal de la Cocina Centralizada de Educación fue entregando en mano cada una de las 800 bolsitas con las dos frutas y la botella plástica. El operativo estuvo al mando del director de la delegación local de Educación, Andrés Rattaro, quien contó con el apoyo de la policía y también con la colaboración de miembros de la propia comunidad. El funcionario aclaró que fueron los mismos vecinos los que determinaron que no se reabriera el comedor escolar y que se distribuyera la dieta liviana.
Esto es lo único que vamos a comer, confió en voz baja, Vilma González, de 25 años y tres hijos. En su familia todos sufrieron la intoxicación y ayer cumplieron la estricta dieta. Igual no tenemos plata para comprar otra cosa, dijo, y explicó que ni ella ni su marido tienen trabajo.
La distribución de los alimentos provocó cierta controversia entre los vecinos. Algunos, vienen dos veces, comentó a Rattaro una mujer del barrio que custodiaba la entrega. El funcionario pidió que identificaran a quienes volvían por más, en función de que nadie se quede sin ración.
La situación provocó más de un diálogo desopilante. Pero usted ya vino con sus nietos, previno la supervisora del operativo a un hombre mayor, quien respondió rápidamente: Tengo más de treinta nietos.
Atentado
Los miembros de la comunidad toba, que se organizaron en una comisión para dialogar con las autoridades ministeriales, insistieron una y otra vez en que la entrega de alimentos en mal estado fue un intento de homicidio masivo. Con el mismo tenor, denunciaron reiteradamente que son objeto de permanentes actos discriminatorios por su condición de aborígenes.
Esto es un intento de homicidio, están queriendo hacer una masacre con nosotros, remarcó Julio Coria, desocupado, de 49 años y con cinco hijos. Para reafirmar su argumento, Coria dijo que solamente en escuelas de tobas se produjeron intoxicaciones. Justo a nosotros, repitió con calma y firmeza.
Alejandro Medina, 41 años, seis hijos y empleado municipal, afirmó esto ya fue muy lejos, la mayoría de nosotros no tiene trabajo y los chicos, cuando pueden, llevan comida a la casa, por eso nos enfermamos todos, hasta los abuelos.
El reclamo de los vecinos del barrio trasciende a la grave crisis sanitaria que sufrieron el martes. Según denunciaron, los problemas con la escuela datan de varios años y el blanco de las críticas es la ahora directora separada del cargo, Nélida Damato.
Directamente no nos deja entrar, nos cierra la puerta cada vez que venimos por nuestros chicos; parece que no somos los padres, resaltó Alejandro Medina. Por supuesto que la alimentación que reciben los niños del establecimiento también ha sido un tema conflictivo. Cuando hay comida linda se la reparten entre los directivos y no se la dan a los chicos, siempre les dan lo peor, agregó.
Por su parte, Hugo Medina, empleado de 41 años, y con un hijo, dejó en claro que luego de reunirse con el ministro de Educación, Alejandro Rébola, aceptaron trabajar en conjunto. El ministro nos dijo que la escuela es nuestra y la estamos defendiendo, de la misma manera que defendemos nuestros derechos, señaló.
Pero no todos tienen la misma visión de los acontecimientos. Sergio Flores, tiene 36 años, hace changas de vez en cuando y tiene siete hijos. Hace seis años que llegó a Rosario con su mujer y sus dos chicos mayores. Toda la familia se enfermó el martes y él aseguró que fue el peor día de su vida. ¿Qué hubiera hecho si pasaba algo más grave?, no lo sé, se preguntó y respondió, al tiempo que hizo upa a uno de su prole.
Con orgullo comentó que sus hijos asisten a la escuela, incluso dos de ellos ya están en sexto grado, situación desconocida para él que sólo llegó hasta tercero. Más o menos me defiendo para leer y escribir, pero más o menos, confesó.
En disidencia con muchos de sus pares, Sergio afirmó que es discriminado por negro, no por toba. La discriminación es terrible, para todo, también para encontrar trabajo, porque somos pobres y negros. A su lado, su mujer asintió mientras colaboraba para que nadie se lleve raciones de más.
El comedor de la escuela reabrirá hoy sus puertas y dentro del edificio se repartirán las 793 porciones que normalmente se distribuyen entre los alumnos del establecimiento. Todo se hará dentro del edificio, remarcó Rattaro.