Lucía María del Carmen Desiderio, la docente que en 23 años nunca faltó a la escuela Nº150 de La Matanza, dijo que ama su profesión y que no la cambiaría por nada, para justificar el record de asistencia que hace que sus colegas la llamen Sarmiento, comparándola con el impulsor de la educación argentina. Sin embargo, reveló que percibe un sueldo de sólo 658,81 pesos, en el que se le computa jerarquía por haber pasado a la prosecretaría del establecimiento educativo al tener 60 años, y que debe tomarse tres colectivos, diariamente, desde su domicilio en el barrio Norte de la Capital Federal hasta Ciudad Evita. Traté de cumplir con mi deber, mi obligación, más aún por los chicos, que no los podemos defraudar, manifestó la perseverante docente, para explicar la inusual marca de presencias. Desiderio recordó que se desempeña como docente desde el año 60 pero que después de deambular por varias escuelas se asentó en la Nº150 de Ciudad Evita, que yo amo mucho, y no la abandonó nunca desde 1977 hasta la actualidad, salvo una obligada licencia por maternidad a mediados de 1978. La docente dijo que en todos esos años nunca padeció malestares físicos que la obligaran a ausentarse, y que me iba a lo mejor medio enfermita, pero me iba al colegio. Encantada con su profesión, confesó que sus colegas me hacen bromitas, me dicen Sarmiento por su constante presentismo, y que solo utilizó remises cuando hubo paros de transporte, aunque subrayó: Amo trabajar allá, no lo cambio por nada. Incluso señaló que para ella es un placer viajar tanto tiempo a la escuela, aunque le lleva una hora y pico realizar, en tres colectivos, el trayecto hasta ese centro educativo. Reveló haber trabajado como docente en todos los grados pero que siempre me gustó el primer ciclo porque me encantan los chicos chiquitos, uno recibe un afecto muy especial y que después puede ver los logros o las equivocaciones de la tarea impartida con los pequeños. Pese a desempeñarse en uno de los distritos más pobres del país, dijo que es donde al maestro le gusta trabajar porque se pueden hacer muchas cosas. Y la comunidad es muy buena y recordó que una compañera nos hizo llorar: dividía los lápices por la mitad, para que sus alumnos escribiesen. Sobre su mayor emoción, reveló: fue cuando dejé el grado y me fui a prosecretaría. Quizás Dios lo puso en el camino para ir despidiéndome de a poco de los alumnos. Pero los chicos me vienen a saludar y me hacen cartitas.
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