A la entrada del celebrante, se hace bruscamente el silencio en la bulliciosa nave del templo de la Iglesia Universal del Reino de Dios, en realidad, un antiguo cine carioca que cerró sus puertas ante una generosa oferta de la nueva religión. El pastor, que viste un impecable traje de casimir y una corbata italiana de seda, proclama a gritos su amor a Cristo y la obligación de los fieles de amar a Dios más que a sí mismos. Grita, blande el micrófono como si fuera un garrote, se sube a un banco, alterna sus pedidos de limosna con promesas de riqueza, poder y bienestar en este mundo.
Los autoconsagrados obispos de la Iglesia Universal hablan poco de la vida eterna, pero prometen gloria y riquezas en la vida terrenal con la única condición de contribuir con un diezmo generoso al sostén del culto.
La Iglesia Universal del Reino de Dios fue fundada en 1977 en una barraca de la periferia de Río de Janeiro por Edir Macedo, un oscuro funcionario público que parecía inspirarse en algunas sectas de Estados Unidos. La promesa del obispo -como Macedo se autodenominó desde el comienzo- de recibir tangibles ventajas terrenales en lugar de una remota vida eterna, le valió un éxito retumbante que en poco tiempo cruzó las fronteras de Río de Janeiro y se extendió por Brasil y por el mundo, ilusionando a los pobres de América latina, a los hispanos de Nueva York y Miami, a los desencantados con la Iglesia católica en España y Portugal y hasta con los pobres de Soweto, en Sudáfrica.
Los fieles dan su dinero a cambio de las promesas formuladas por los pastores y obispos. Algunos se limitan a donaciones modestas, pero muchos llegan a desprenderse de todo su sueldo y algunos entregan a la Iglesia fortunas enteras.
Las historias de riquezas desaparecidas en los subterráneos de la secta son abundantes, pero nadie quiere hablar de ellas. Sólo salen a la luz cuando alguna víctima se querella contra los líderes en los tribunales. Entre éstas se encuentra la del abogado rumano-brasileño Grigore Avram Valeriu, quien donó a la Iglesia ocho departamentos, tres tiendas, acciones de una empresa constructora, joyas, coches y el alquiler de varias viviendas para obtener una gracia muy especial: el doble del patrimonio donado.
Macedo dio su gran salto en 1990, cuando se unió al entonces presidente electo de Brasil Fernando Collor de Mello, quien dos años más tarde sería destituido bajo cargos de corrupción. Merced a la ayuda de Collor, pudo realizar el primer gran milagro de su secta: la compra de la red de televisión Record, que hoy cuenta con 46 emisoras en todo Brasil.
Las limosnas superan los mil millones
Con una recaudación que sólo en limosnas supera los 1.000 millones de dólares anuales, la Iglesia Universal del Reino de Dios podría ocupar uno de los primeros lugares entre las empresas de Brasil, superando a gigantes como la siderúrgica Açominas, el Grupo Camargo Correa y la empresa minera Paranapanema.
En cuatro lustros de crecimiento vertiginoso, Macedo creó, además de las 46 emisoras de la red Record, el Banco de Crédito Metropolitano, la grabadora de discos Line Records, la Unifactoring de corredores de cambio y acciones, dos diarios y una revista, 53 emisoras de radio en Brasil y 12 en el exterior, una fábrica de muebles, una editorial, dos imprentas, una productora de video, una empresa constructora y la usina Tamandauí, sin contar los 2.500 templos de la secta en todo Brasil y cerca de 300 en 50 países de los cinco continentes.
Posee además casas de espectáculos en el exterior, varias de ellas en Portugal, y hasta una empresa en el paraíso fiscal de islas Caymán.