Año CXXXIV
 Nº 48.978
Rosario,
domingo  24 de
diciembre de 2000
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Opinión: Blindaje, un regalo de Navidad
El cambio económico se dará siempre y cuando se establezca un verdadero plan y exista voluntad de reforma

Antonio I. Margarit

En el último minuto y como fabuloso regalo de Navidad, el gobierno de Fernando de la Rúa recibió alborozado el anuncio del blindaje financiero por 39.700 millones de dólares que lo rescataba de una irremediable cesación de pagos. Durante todo el año la recesión y el malhumor social se instalaron de manera permanente, pero al final pareciera como si Dios mismo -en la celebración dos veces milenaria del Nacimiento- se hubiese apiadado de los argentinos y quisiera aliviarles de males mayores que los provocados por sus propios gobernantes.
Un conjunto de instituciones y países, sin ninguna obligación legal hacia nosotros, pusieron en manos del gobierno argentino el mayor salvataje financiero mundial jamás otorgado, más importante que el concedido a México en 1995, a Corea del Sur e Indonesia en 1997, a Rusia y Brasil en 1998 y a Turquía durante el corriente año.
No sólo reconocimiento sino agradecimientos merecen la intervención de Horst Köhler, titular del FMI quien jugó su autoridad y prestigio frente al cuestionamiento del directorio porque decidió otorgar 13.700 millones a la Argentina con la mínima tasa de interés y las mayores facilidades crediticias; los directorios de bancos nacionales y extranjeros que operan en Argentina, que aportaron 10.000 millones; los inversores institucionales radicados en el exterior que aceptaron la postergación de deuda vencida en dólares y euros por 7.000 millones y el canje por nuevos bonos; el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial que ofrecieron sus mejores líneas de créditos por 5.000 millones; las vapuleadas AFJP argentinas, cuyos fondos siempre fueron codiciados por la clase política, pusieron a disposición del gobierno de De la Rúa 3.000 millones provenientes de los ciudadanos que les confían sus ahorros para tener una jubilación seria; y finalmente el Reino de España por decisión de José María Aznar, presidente del Consejo de Ministros, colaboró generosamente con 1.000 millones. Así se juntó el dinero del salvataje financiero.
Ahora sólo faltaría que, en un inefable rapto de progresismo verbal, algún político local de fuste declarara que por dos años vamos a usufructuar esta impresionante masa de dinero y luego pasaremos a acusar de represión financiera a estas instituciones cuando quieran cobrarnos las cuotas de intereses y amortizaciones.
Porque si el jolgorio del megapréstamo por 39.700 millones no va a acompañado por una gestión inteligente y rigurosa, terminará en llantos y crujir de dientes. A partir de ahora el camino se bifurca: blindaje sin plan y con abulia política o blindaje con plan y voluntad de reforma.
En el primer caso, el gobierno consideraría que este megapréstamo es el logro definitivo de su gestión y que a partir de ahora puede seguir haciendo la plancha.
En tal caso el guión más probable es que transcurran dos años económicos en silla de ruedas a la espera del ingreso terminal en terapia intensiva. En el segundo caso, si el blindaje se aprovecha al máximo con un plan estratégico claro, convincente, dirigido al corazón de nuestros problemas y simultáneamente las autoridades sacuden su somnolencia para decidirse a llevar a cabo las reformas institucionales pendientes, entonces el blindaje servirá para lanzarnos en un proceso que seguramente concluirá en un verdadero milagro económico.

Solución keynesiana
Las expectativas racionales pueden tener una visión optimista o pesimista sobre el desenvolvimiento de la economía nacional después del blindaje y ello dependerá de las ideas predominantes en el seno del gobierno.
Si el presidente Fernando de la Rúa, su ministro José Luis Machinea y el resto del gabinete piensan que la causa de la recesión depresiva no es gubernamental sino fruto de pájaros de mal agüero, de la pesada herencia recibida, de empresarios prebendarios que no invierten, o de campañas que intentan ridiculizar los logros del gobierno en ese caso seguirán manteniendo el mismo esquema económico que provocó y agravó la recesión.
La alternativa keynesiana para salir de la recesión se compone de un esquema basado en crecientes gastos públicos y el financiamiento del déficit a través de impuestos o nuevos endeudamientos pero nunca en el reajuste del Estado.
La doctrina keynesiana sostiene que la culpa de la depresión debe atribuirse al atesoramiento, a las excesivas reservas bancarias y a los ahorros no invertidos, los cuales causan una deficiencia masiva en la demanda global agregada.
Si el gobierno se embarca en esta tesis se decidiría a lanzar un fabuloso plan de trabajos públicos y de gastos sociales, pensando que podemos salir de la depresión por el gasto gubernamental, particularmente a través de un déficit financiado por el blindaje recibido.
En tal caso, el ministro de economía argumentaría que como la inversión privada es débil porque no tiene confianza, hay que estimular la demanda del consumo mediante el gasto gubernamental y la inversión pública.
Sin embargo, este panorama idílico durará el mismo tiempo en que se extiendan los plazos del blindaje y se desvanecerá antes de dos años, cuando haya que comenzar a pagar intereses y devolver el dinero prestado. Para ese entonces los especuladores internacionales podrían retirarse súbita e inesperadamente de las posiciones en bonos argentinos, los depositantes comenzarían a preocuparse por la calidad de las carteras de los bancos locales y se producirían retiros de fondos iniciando una corrida imparable hacia el dólar.

La otra alternativa
Un punto de vista diametralmente opuesto al keynesiano, es aquel que considera que la depresión argentina debe atribuirse a un mecanismo perverso de transferencia de rentas desde los sectores altamente productivos hacia sectores parasitarios.
Este mecanismo utiliza dos poleas de transmisión: una es el sistema impositivo con cien bocas de succión que como una hidra fiscal no deja margen alguno para el desenvolvimiento de las iniciativas privadas; la otra polea consiste en la utilización tortuosa y perversa de la regla de convertibilidad por la cual el Estado se endeuda en dólares y canjea esos dólares para financiar el exceso de gasto público.
La deuda se contabiliza en el pasivo del gobierno pero los dólares se registran en el activo del Banco Central como si no hubiera relación entre ambos, con lo cual es posible emitir dinero convertible con deuda pública.
Ambas poleas acotan el campo de acción del sector privado productivo porque le retacean fondos ya sea por medio de impuestos excesivos o por elevación de la tasa de interés interna que hace inviable cualquier proyecto de inversión.
Desde este punto de vista las claves para salir de la depresión y poder pagar los servicios de la deuda pública consisten en alentar la producción, permitir el mejoramiento de la competitividad, rebajar el costo fiscal y financiero y estimular el aumento de la productividad mediante la incorporación de bienes de capital con nueva tecnología.
La secuencia de este enfoque empieza estimulando la oferta, subsidia el aumento de producción, genera condiciones para la progresiva disminución de costos internos, mejora la distribución de ingresos y recupera la confianza pública.
En cambio el enfoque keynesiano busca estimular la demanda a través del gasto gubernamental. La otra alternativa exigiría que el gobierno no toque un sólo dólar del blindaje financiero si no tiene un plan cuyo centro de preocupación sea restaurar la capacidad anímica, moral, financiera y económica del sector privado nacional especialmente la clase media depredada por impuestos, rebajas de salarios y ajustes de tarifas.
Este centro de gravedad tendría que institucionalizarse mediante un cambio copernicano en la mente de los gobernantes y en la voluntad de ejecución. Al mismo tiempo que la reforma impositiva habría que impulsar una migración del rígido anclaje con el dólar por un nuevo sistema de canasta de monedas, introduciendo una relación flexible del peso argentino con el euro, el yen y el propio dólar.
Reforma impositiva, rebaja del gasto público, recuperación de ahorros argentinos en el exterior, disminución del endeudamiento del Estado y adaptación del respaldo en divisas a las nuevas condiciones internacionales, constituyen los puntos salientes de la otra alternativa para que al finalizar los dos años de gracia que nos otorga el blindaje financiero, podamos alcanzar el milagro económico argentino que todos esperamos y éste será el verdadero regalo de Navidad.


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