Año CXXXIV
 Nº 48.978
Rosario,
domingo  24 de
diciembre de 2000
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Análisis político
El hombre que espera en silencio

Jorge Sansó de la Madrid

Se equivocan quienes piensan que cuando yo hablo lo hago en nombre de Reutemann. Ni él necesita propaladores a control remoto ni yo lo soy. Por lo demás, eso de tenerle un miedo reverencial al gobernador al punto de no animarse a expresar una opinión propia, atenta contra la sinceridad de la persona. No hay nadie más intuitivo que Reutemann para percibir eso. Me parece que la mejor manera de ser leal y ayudarlo al gobernador es siendo sinceros, al menos con lo que pensamos.
Julio Gutiérrez está sentado en el sillón de su despacho, distendido. Me cuenta que no pocas veces ha disentido con Reutemann y le recuerdo alguna oportunidad en que el gobernador lo cruzó públicamente. El jefe de los senadores peronistas habla de la carpa docente y vaticina que la tendrán que levantar sin pena ni gloria. Ese era el momento de la charla y él acababa de anatematizar ante la prensa al ministro que por ese conflicto se tuvo que ir. Desde entonces, en la interna reutemista le dicen, solapadamente, el enterrador oficial, pero parece que él todavía no se enteró del mote o hace como que no.
La que ensayó el senador capitalino es una versión diferente al silolelismo militante de otras épocas, pero está imbuida del mismo tufillo de internismo de siempre. Durante los cuatro años que Reutemann residió en el Senado nacional, Jorge Giorgetti, que era entonces el hombre en el asiento del acompañante, mantuvo la atención de los medios de prensa interpretando posturas, declaraciones, disensos, estrategias y toda clase de señales públicas del Lole, algunas de las cuáles éste ni se enteró de qué llegó a decir o directamente las leyó en los diarios.
Gutiérrez siempre aborreció a Giorgetti por haberse arrogado ese arbitrio y sembrado el pánico entre las filas de los leales. Nadie podía hablar a menos que el jefe así lo consintiera u ordenara. Hacerlo atentaba contra la razón de Estado suprema y última que era la imagen del jefe. Giorgetti ha dicho alguna vez que contribuyó grandemente con eso a hacer de Reutemann un presidenciable. Que fue su estrategia comunicacional y no el desempeño del Lole como senador la que lo permitió. Cuatro años después la impronta del Reutemann gobernador se habría perdido si no se hubiera instalado el conflicto, muchas ficticios, con Obeid. Muchas de las veces que el Lole dijo yo no tengo ninguna interna con Obeid, lo debe haber dicho con total franqueza.

Mirando de costado y con desconfianza
Lo que no quiere decir que le tenga confianza, hoy en día mira sesgado la relación del Turco con Hermes Binner y está convencido de que si la oportunidad se les diera ambos actuarían como aliados en alguna estrategia política. Parece ser que el Lole piensa que para Binner, Obeid sería el contrapeso perfecto a su buena relación con Horacio Usandizaga. Quizá por eso abona discretamente también su alianza con Héctor Cavallero. La única forma de destronar a Binner en Rosario es incentivando a sus competidores naturales, quienes le compiten por los mismos votos y, obviamente, todavía ninguno de esos es alguien del peronismo. Eso piensan en la Casa Gris.
Los obeidistas dicen saber de esos resquemores del gobernador y tienen la orden de no hacer un pestañeo fuera de lugar que pueda generar un conflicto, no deseado. Como el que ya tuvieron y del que salieron malheridos. Esta es la hora del Lole, mi siquiera del PJ, llegó a lamentarse entonces Obeid cuando juró en público que jamás le plantearía otra interna. Pero los obeidistas son de la vieja escuela y hacen política -como les gusta decir- caminando la calle, aunque por ahora en silencio. Caminan barrios de Santa Fe y, también, de Rosario, por donde el diputado nacional aparece una o dos veces por semana a los encuentros que le arma su ex ministro Roberto Rosúa.
Haya sido estrategia premeditada o no, Reutemann fue una sombra para Obeid durante todo su período de gobierno. No puedo luchar contra muchas tapas de El Gráfico que laten en las emociones de la gente muy por encima de la política, se autocondolió en algún momento. Giorgetti anotaba un poroto a su estrategia: Obeid había funcionado al dedillo como adversario externo, cuya derrota bien valía los sacrificios internos de la tropa y, finalmente, capitulaba.
En la vereda de enfrente se horrorizaban por lo que consideraban poco menos como un sacrilegio. Vaya a saber qué artilugio había utilizado el rafaelino para entornar al Lole, manejando a piacere el derecho de admisión de quienes lograban hablar con el jefe. Sobre todo, ejerciendo egoístamente el privilegio de poder hablarle en la oreja. Había que bajarlo del auto y un informe de la Side fue el que lo eyectó del asiento.
Cuentan que Giorgetti quiso trompear al hoy subsecretario de Seguridad Pública, Enrique Alvarez, por ese paper. Yo no hice más que decir la verdad, le habría respondido éste, a quien Reutemann le creyó y meses después convirtió en uno de sus hombres de mayor confianza en el gabinete.
Por esa razón esta semana, cuando Gutiérrez le sacó nuevo filo a su pala y arremetió, sorpresivamente, contra Alvarez, calificando de riesgosa la decisión de crear una secretaría de Estado de seguridad pública porque entre el gobernador y Alvarez no existiría un funcionario responsable del área y todas las críticas impactarían en el mandatario, Giorgetti degustó como pocos esos dichos. Tanto porque la crítica iba hacia Alvarez como que Gutiérrez admitía, según los seguidores del rafaelino, que no fue el elegido para suceder a éste.
En rigor Reutemann ha repartido mucho más sus espacios sin reservas. Alberto Hammerly es su hombre de confianza en lo político, Alvarez en lo estratégico, Gutiérrez en lo protagónico, Mercier en lo económico (aunque los detractores de éste dicen que también lo puso bajo la lupa y ahora en medio de un año electoral y con mishiadura deberá demostrar que no sólo administra sino que hace obra. Si no vende la EPE, lo queremos ver, sonríen).
Alvarez se enojó días pasados cuando La Capital mencionó que en la interna reutemista -de la que está ajeno, es verdad, porque es un técnico preocupado por ser eficiente- lo criticaban. Pero no es menos cierto, por celos o lo que fuere, que los rumores de que harían cuanto pudieren para evitar la creación de la Secretaría que habría importado su ascenso al rango ministerial estaban a la orden del día en la Legislatura y cuesta creer que no los hubiese conocido.
No me gusta que me saquen los ministros, pero tampoco que me los pongan, le dijo Carlos Reutemann a Angel Baltuzzi el lunes 11 de este mes cuando, en contra de algunas presunciones, el primer aniversario de gestión encontró al segundo dentro del redil y no afuera. El Yayo anda desde entonces como perro con dos colas.
El ministro de Gobierno recibió ese día un anticipo que se guardó muy bien de traslucir en público: el desguace de su cartera no sería enviado a extraordinarias. La creación de una secretaría de Estado de seguridad pública sufriría una demora que el funcionario bien podía tomar como un aliciente a su autoridad, vapuleada públicamente en los últimos tiempos.
Una cosa es tener opinión propia, otra aparecer enmendándole la plana a Reutemann cada dos por tres. Esto lo dicen quienes ven en las excesivas ansias de protagonismo de Gutiérrez sus destempladas consideraciones sobre uno u otro colaborador del gobernador. Tiene prácticamente asegurada la candidatura a senador nacional, no se entiende por qué se arriesga tanto, dicen, no sin malicia, abriendo el más amplio arco de interpretaciones posibles.
En la Casa Gris aseguran que el senador Julio Gutiérrez habría escuchado alguna conversación y por eso salió a hablar en contra de Alvarez. Una manera de descalificar su supuesto sentido premonitorio y su rol responsorial. Sabía que la reforma en Gobierno no se hará, por lo menos en breve, y por eso habló. Sacó el paraguas cuando cayeron las primeras gotas y quiere que creamos que habló antes con el pronosticador. Son ingeniosos.
Sin adversario externo -ya sea dentro de su propio partido o fuera de éste- el reutemismo se ha convertido en su lucha de todos contra todos sin solución de continuidad. Más allá de los enojos, las desmentidas y los reproches que harán, cuando no estoy poniendo en estas líneas más que una superficie que cualquier hijo de vecino que quiera perder un poco de tiempo por los pasillos de la Legislatura y la Casa de Gobierno sólo escuchando puede percibir. Puede haber errores de interpretación, es verdad, y las disculpas están anticipadas, pero no de concepto.
La tirria entre los senadores y Mercier es, como magistralmente lo calificara un colega, un clásico. Gutiérrez fue el encargado esta semana de pegarle al Juanchi, quien desmintiendo que es superministro no convence ni a su mamá. Vamos por partes. Se hizo tanta alharaca con eso del ahorro en la Legislatura que parece ser que el Juanchi esperó que le devolvieran algunos fondos al Tesoro y eso no pasó. De hecho, algunos funcionarios de su cartera suelen decir vayan a pedirle a los senadores, que tienen mucho ahorro. La semana pasada la Cámara alta era un hervidero, Hacienda le rechazó un pedido de partida, una reconversión o alguna cosa parecida que tenía que ver con los fondos.

Decisión irritativa
Claro que Mercier, sobre quien diputados y senadores compiten en componer epítetos descalificantes cuando piensan que nadie los oye, hace de las suyas. Le atribuyen haberle hecho la vida imposible a Juan José Morín hasta que terminó logrando que Reutemann lo echara del Ministerio de Obras y Servicios Públicos y le otorgara a él su manejo. Una decisión que puso verdes de furia a los senadores Daniel Depetris y Omar Perotti. Es que ahora se les acabó la influencia en Obras Públicas, retrucan desde las adyacencias del ministro. Sin decir agua va, lo echó al ex senador Hugo Albrecht de la Dirección de Vialidad, con lo que terminó reaccionando Gutiérrez, que por esa razón lo criticó públicamente.
Los caminos y las obras públicas en los departamentos, además de ser esenciales para la gente, lo son para los senadores que tienen que responder a esos pedidos.
Este tironeo llevó la insinuación de rebelión por la que los senadores vienen amenazando con que no aprobarán el presupuesto del 2001 el jueves próximo. Sabiendo que Mercier había viajado a España, decidieron citarlo para este miércoles a fin de satisfacer sus interrogantes (y las reformas que había comenzado a delinear Depetris) sobre la ley de leyes. Desde Hacienda respondieron que irían a la cita dos funcionarios de la cartera (Asensio y Raviolo), pero de inmediato otra comunicación anunció que el ministro estaría presente. La semana anterior había querido ir, aunque los senadores no quisieron recibirlo.
Dicen que Mercier irá convencido de que los senadores, finalmente, aprobarán la ley y que todo esto ha sido para fastidiarlo a él. Que la aprobación saldrá porque saben que Reutemann -quien espera en silencio- quiere exhibir el presupuesto aprobado al país, antes que cualquier otra provincia. Lo que de última a él, calladito, le resultaría redituable. Pero ese sería otro capítulo.


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