Miguel Culaciati el poeta, parecería enunciar el libro Contracorriente. Que un libro diga de su autor acá hay un poeta a veces produce perplejidad en el lector, que se pregunta si tal afirmación se podrá sostener durante el correr de la lectura que, en el caso de la obra en cuestión, proporciona también fotografías tomadas al poeta.
Corrientemente se habla del corpus de la obra de un autor, pero en el caso de este libro es el cuerpo del poeta el que está presente. En lo que dice, como es tarde y ya es tiempo de saber si honramos un cuerpo, o a la ribera de tu cuerpo no se quedó soñando el eco de mi latido, como en lo que muestra. Porque se trata de un libro de poesía... con fotografías. La sola idea de una cosa así por lo general produce espanto, pero en el trabajo integrado que llevaron a cabo poeta y fotógrafo, no hay deslices sensibleros ni tampoco pretensiones ilustrativas.
Si bien existe consenso de que una obra literaria para adultos (si es que este tipo de clasificación remite a algo vigente hoy día) no requiere de aditamentos que la embellezcan, no obstante existen monumentos literarios ilustrados, como las ediciones de El Quijote ilustradas por Gustave Doré, o los inolvidables dibujos que acompañaron por años las ediciones de Alicia en el País de las Maravillas. Este último caso debido, quizás, a que tradicionalmente se consideró que la obra de Lewis Carroll era para niños, criterio que en la actualidad no todos los lectores comparten. Pero por lo general se ha entendido que un adulto no necesita de esa especie de andador, útil para iniciar a los niños en los misterios de la lectura.
Por el contrario, en Contracorriente ambas artes, la poética y la fotográfica, se conjugan para lograr esa rara avis que los coleccionistas llaman libro-objeto, pues la fotografía de Gustavo Goñi no acompaña el texto sino que muestra la tensión de un cuerpo, en este caso el del poeta. Ambas, las palabras y las imágenes, revelan la tensión poética.
La poesía de Miguel Culaciati remite consecuentemente a un concepto acuñado por el filósofo Ludwig Wittgenstein, que señalaba que pocas cosas son en realidad decibles, ya que la mayor parte de los asuntos humanos se rigen por cuestiones completamente ajenas a la lógica y, en consecuencia, sólo pueden ser mostradas.
Nunca más acertado este concepto que en el caso de la poesía, ya que luego de leer este libro queda la sensación de que el autor ha mostrado las tensiones que lo atraviesan. Sus cicatrices. Esto último, que podría ser tachado de narcisista, puede no serlo, ya que, en un mismo movimiento, como dice Ana V. Lovell en la contratapa, quien pregunte por el autor no dejará de reconocer su propio tiempo. Y el reconocimiento del propio tiempo es la exigencia a que está sometido todo el arte contemporáneo.