Año CXXXIV
 Nº 48.976
Rosario,
viernes  22 de
diciembre de 2000
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Editorial
El ejercicio de la palabra

En el comienzo fue la palabra. Aún a riesgo de algún cuestionamiento por su indudable resonancia bíblica, a partir de ese concepto conviene tener presente una vez más que todas las acciones de dos o más individuos surgen siempre de una comunicación previa. Una comunicación que, casi es una redundancia decirlo, surge de ese magnífico instrumento nacido del gregarismo y la socialización que es la palabra. Esto tiene una importancia mayúscula en política.
Tanto para el bien como para el mal, es desde la palabra que los hombres hacen política. Según sea de equilibrado su ejercicio, serán los resultados. Pese a sus bastantes años de vida, militancia y dirigencia, esto es algo que todavía parece no haber asimilado debidamente Rodolfo Daer, secretario general de la CGT oficial.
En el cierre de la última movilización el sindicalista pronunció un discurso notable por su alto contenido agresivo. Contenido que, para asombro e indignación de muchos, incluyó una frase que resucitó un estilo de comunicación propio de pasadas y dolorosas épocas de sangrientas confrontaciones. Epocas que parecían sepultadas para siempre entre los argentinos. Por ejemplo, Daer amenazó: Vamos a volver a esta plaza de Mayo para reclamar o sacar a patadas a este gobierno.
Aún cuando se esgrima la excusa del enfervorizamiento frente a la multitud, tamaña manifestación del deseo profundo, porque de eso es de lo que se trata, resulta inaceptable en absoluto. Lo es porque felizmente desde la restauración democrática de 1983 en este país nadie puede sacar a un gobierno, cualquiera fuere, si no es por los mecanismos que fija la Constitución, que son la elección popular y el juicio político. Todo lo demás que se proponga es lisa y llana subversión; es traición a la ley suprema que garantiza la convivencia pacífica de todos, en libertad y democracia. Y en este punto no sirven demasiado las retractaciones, como es costumbre entre la dirigencia argentina, de la cual Daer -se comprobó después- no es una excepción.
Como no podría haber sido de otra manera, las insólitas e intemperantes palabras del máximo directivo de la CGT acuerdista, que tan quieto estuvo durante la prolongada gestión del anterior gobierno, merecieron la repulsa generalizada. Incluso, dirigentes del propio sector y de otros en los que está dividido el sindicalismo argentino descalificaron, con matices, tan descomedidas expresiones. Es que lo menos que puede exigírsele a un dirigente, cualquiera resulte su nivel y ámbito, es que, además de sus actos, sea responsable de sus dichos. Como las armas, las palabras no son juguetes para goce de irresponsables.


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