Angélica Gorodischer
Volvían a la casa tomados de la mano en la más perfecta oscuridad. -Cuidado -dijo él-, cuidado ahí. -Qué hora es -dijo ella. -Deben ser como las tres de la tarde. Ella levantó la cabeza: -No hay estrellas -dijo. -No. -Ni luna. -Dejate de estrellas y de luna -dijo él- y ayudame a mover la piedra. Pusieron las bolsas en el suelo, sacaron del escondite las palancas y las calzaron bajo la piedra. -Cuidado -dijo él. -Vos siempre estás diciendo cuidado. El no contestó y entraron llevando las bolsas y las palancas. -No prendas todavía las lámparas -dijo él evitando la palabra cuidado. -Ya no se puede vivir en este mundo -dijo ella, cansada. Él se rió: -Vamos a seguir viviendo -dijo. -Sí, pero ¿cómo? Esto era una ciudad, ¿te acordás? Mirá ahora. -Sacá las cosas de las bolsas. Ella las sacó: -Lástima lo de los fideos. ¿Y si los vamos a buscar y los cocinamos? Podemos colar los gorgojos mientras hierven. Él no contestó. -¿Y si cambiamos de supermercado? Hay uno a veinte cuadras al norte. -No es nuestra zona -dijo él- ¿Qué querés? ¿Que te peguen un tiro? Ella lloró despacito: -No me quiero morir -dijo. -No te morís vos sola, sonsita -le dijo con suavidad, como a una nena-. Nos morimos todos. Se muere el mundo. Se muere este universo. -No quiero. -No hay más remedio, mi vida -hacía años que no le decía mi vida-. Ha llegado el frío. -Pero por qué. -Porque éste es un universo sin densidad crítica y entonces vamos sin cesar, siempre, hasta el fin, hacia afuera, hacia un espacio negro y frío. -¿Y eso no se puede evitar, eh? ¿No se puede? ¿No podrías? -No. Soy solamente un físico, no un mago. Tomá. Guardé esto para vos. Caviar negro. Ella casi sonrió: -Un universo -dijo- que se muere de frío pero en el que comemos caviar negro. Tiró la lata al suelo y se levantó: -¡Un momento! -dijo-. Un universo. Uno. ¿Hay otros? -Seguro -dijo él-, éste nació de una burbuja de algún otro. -Vayámonos -dijo ella- a otro universo, a cualquiera, aunque allí no haya caviar negro. -Si me explicás cómo hacemos para ir, te acompaño. Esto tiene mal aspecto, tiralo. -Debe haber una manera -dijo ella. -Hmmmmm -dijo él. Esa noche ella soñó: en su fiesta de cumpleaños el decía abracadabra y los pañuelos de colores desaparecían de sus manos y aparecían en la mesa junto a la torta y los chicos aplaudían. -Ya sé -dijo. Él volvió a decir hmmmmm. -Hay una palabra -dijo ella-, una palabra que te lleva. -No digas tonterías -dijo él-, dormite. Ella se levantó y pasó lo que quedaba de la noche revisando diccionarios, gramáticas, historias de la literatura, La Divina Comedia, la Anagnosia, El Mundo como Voluntad y Representación, Ocre, Carmina: Dicta lumine Luna, Tu cursum dea, menstruo Metiens iter annuum... -Aahhh -dijo-. ¡Vamos, vamos! Despertate, ya sé, ya la encontré. Él se tapó la cabeza con la almohada y ella dijo la palabra. -¿Eeeeeh? -dijo él. Pero ella se iba, se iba transparente y dichosa hacia el universo en el que todo existe otra vez y desde allá gritaba una palabra, una sola, que en la puerta de la luz, encandilado, él no alcanzó a oír. (de Menta)
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