Mauricio Tallone
La cuestión es no resignarse y mantener en voz alta el disconformismo. Y atropellar con las quejas, aunque romper el acostumbramiento se parezca a soplar en el viento. Porque con partidos como éstos el que siempre pierde es el fútbol y no hay derecho a invertir un sábado en tanto padecimiento. Lamentablemente, en la cancha no se puede ejercer el ejercicio del zapping, y como el trabajo obliga no hubo margen para escaparle al bodrio que jugaron ayer Ferro y Central Córdoba. ¿Partido dijimos? Más que eso fue un compendio que arrastró la desfiguración de un esquema de juego hasta cerrar el círculo vicioso: la desconfianza provocó el error y el error aumentó la desonfianza. Con ese panorama, los primeros 45 minutos estuvieron gobernados por la sinrazón del pelotazo y condenado al aburrimiento perpetuo por los decretos de la imprecisión. Entonces pasó lo que tenía que pasar, la máxima ambición de ambos equipos se tradujo en conformismo y el punto repartido cotizó más que los tres que podrían haber buscado. De frente a esta realidad, sucedió que Ferro apeló a ciertos personalismos nacidos en el botín izquierdo de Oscar Acosta, que provocaron algunas chances para romper la oposición charrúa. Pero la mayoría de las aproximaciones de los locales carecieron del valioso ítem passarelliano volumen de juego. Sobre todo cuando a los 22' el experimentado volante del equipo del profe Castelli armó un lindo desparramo entre Fontana y Santa Cruz, pero su remate fue bien resuelto por Cancelarich. El complemento brindó el semblante más austero de ambos. Agruparon gente en su propio arco, neutralizaron el ritmo cediendo la pelota sin cargo y sin opción, y desempolvaron el registro de prestamista de trámites. Hasta se animaron a mostrar sus debilidades en algunas pelotas paradas, pero jamás le dieron rienda suelta al contraataque. Para los locales, esa asignatura pendiente duró mientras el ingresado Figún condujo cada avance, mientras que para los visitantes la tendencia fue consecuente con la desprolijidad de sus volantes. Pero como la mirada debe reposar en los charrúas, el mano a mano desperdiciado por Zavalla sobre el final del partido no invalida la sensación primaria que ofreció el equipo del Bocha Forgués. Se nota que su fútbol no evoluciona. Cuando amaneció el torneo se colgó el cartelito de conjunto sólido defensivamente y peligroso en ofensiva. Esas eran las piedras fundacionales para edificar las paredes de sus juego, pero los albañiles parecen lentos de cuchara y la obra sigue en veremos. Igualmente Córdoba rescató un punto sin que nadie pueda acusarlo de tomar algo que no le perteneció y en vísperas de Nochebuena plantó su arbolito de Navidad en la tarde de Caballito. No sólo le colgó un empate como regalo sino que justificó el designio de Papá Noel con una actuación desprovista de convencimiento, pero muy necesaria para esperar el 2001 aferrado a la ilusión de escaparle el descenso.
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