La Capital
La apuesta de que los chicos se acerquen a las obras de arte con una actitud activa fue el leit motiv de los talleres que a lo largo del año funcionaron en el Museo Municipal de Arte Decorativo Firma y Odilo Estévez. Niños de distintos barrios de Rosario y hasta de ciudades vecinas se dieron cita dos sábados por mes para escribir, dibujar, pintar y modelar en la cafetería del Estévez, motivados por el eje disparador de alguna pieza expuesta o una actividad organizada en el museo. Del taller de plástica, que culminó su tercer ciclo, llegaron a participar hasta 80 chicos de 6 a 12 años. Al de escritura, que empezó en el 2000, fueron un poco menos, pero los responsables del área confían en que el número crezca a medida que los padres se enteren de su existencia.
En el 98, el Estévez inició las muestras llamadas El Objeto del Mes con sus piezas de mayor antigüedad, y en el 99 el mismo ciclo seleccionó como ejes a los distintos relatos, como el religioso, el histórico y el mítico, ilustrados por el patrimonio del museo. A partir de eso generamos un acercamiento al público infantil y preadolescente, pero no a través de la educación formal, que ya estaba muy estructurada por el departamento didáctico del museo, sino abriendo el juego para trabajar sin red, explicó Natacha Kaplún, responsable del área.
El espacio de trabajo ha sido hasta ahora la mágica cafetería del museo, actualmente en vías de concesión. Allí se dieron cita, los cuartos sábados de cada mes, de 17 a 18.30, los chicos y sus padres, sin otro requerimiento que las ganas de crear, ya que la actividad era gratuita y los materiales los ponía el propio museo. Los padres que lo deseaban disponían de visitas guiadas convencionales. Sin proponérnoslo, abrimos la propuesta a dos franjas distintas de gente, y así pasó a ser una actividad familiar, señaló Kaplún.
La dinámica habitual del taller de plástica consistió en acercarse a las salas del museo para observar el Objeto o recorrerlas en busca de otras imágenes. Por ejemplo, una vez fue descubrir el zoológico en el museo, para lo que debieron reconocer todos los animales representados en las obras, ejemplificó Kaplún. Ya en la cafetería, los chicos manejaron distintos materiales para crear sus imágenes, en plano o volumen según los casos.
El 2000 también fue el año de lanzamiento de otro taller, esta vez de escritura, que funcionó los terceros sábados del mes. Allí también se trata de que siempre haya alguna vinculación con el museo o con la historia de la casa, señaló Kaplún.
En la actividad que llamaron La historieta del arte en el Estévez, por ejemplo, los chicos tomaron reproducciones de obras de la institución e incorporaron libremente a los personajes en sus creaciones. Trabajaron con elementos propios del código de la historieta, explicó Kaplún. Luego identificaron los cuadros que habían dado origen a sus propias historias, un modo singular de conocer y reconocer el museo para que deje de concebirse como un reservorio del pasado.
De barrios y ciudades vecinas
Contra lo que puede suponerse, los registros de asistencia infantil muestran que los habitués no viven en las cercanías del museo, sino que provienen de los barrios más distantes de la ciudad y hasta de localidades vecinas. Como el Estévez lleva un registro, comenzaron a enviarles invitaciones personalizadas, una sorpresa que agrandó a los más chiquitos.
El sábado próximo, de 17 a 18.30, se hará el cierre de los talleres con una actividad especial. Concluido el ciclo, el balance en el Estévez es positivo por la apertura lograda en el sector infantil, un público muy exigente a la hora de evaluar el éxito de convocatoria en los museos.